El recién nombrado ministro de Ciencias, Arturo Luna, es un biólogo con un doctorado en microbiología, inmunología y parasitología obtenido en el Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Luisiana, Estados Unidos. En una entrevista concedida al diario español El País afirmó haber seguido con interés el debate acerca de la relación entre la ciencia y los llamados conocimientos tradicionales. El ministro se declaró partidario de “establecer un diálogo entre esos saberes indígenas, afros y campesinos y la ciencia moderna occidental”. En relación con los aportes de la Misión internacional de Sabios realizados en el 2019 el ministro Luna pensó que los integrantes de la Misión dieron muy buenas recomendaciones para el desarrollo de la ciencia en Colombia en el largo plazo. “Voy a conversar con ellos.
Es acertada su actitud dado que es pertinente hoy considerar lo comentado en el informe de la Misión acerca del conocimiento. El informe pronto que la ciencia que produce ese conocimiento es parte inseparable de la cultura. La gestión del conocimiento no puede concebirse como la tarea solitaria de unas instituciones aisladas, sino como un esfuerzo colectivo de la sociedad colombiana. El conocimiento incluye la ciencia, las humanidades, las artes y los saberes ancestrales, y es considerado como un activo fundamental para el desarrollo de nuevas y creativas alternativas a la crisis actual.
Algunas figuras de la academia ven a la ciencia como un estanque separado y delimitado firmemente de otras formas de conocimiento. Al considerar que pueden establecerse diálogos entre saberes reaccionaran con indignación y recurren a estereotipos banales. No faltan quienes anuncian que en adelante los chamanes indígenas manejarán las unidades de cuidados intensivos en las instituciones de salud. Otros imaginan con pavor que los pronósticos oficiales del clima se fundamentarán en azarosas interpretaciones oníricas. Sin embargo, especialistas como Arun Agrawal consideran que ambos sistemas de conocimientos han entrado en contacto desde hace siglos y su interacción ha implicado variaciones, transformaciones, intercambios y aprendizajes como lo pueden corroborar muchos botánicos occidentales. Los conocimientos indígenas no se encuentran aislados, no son estáticos ni inmodificables. Tampoco la ciencia occidental es monolítica ni está exenta de fracasos e incertidumbres
Los antropólogos tienen frente a otros investigadores una responsabilidad mayor pues han utilizado desde los orígenes de su disciplina los conocimientos indígenas como insumos para sus elaboraciones teóricas. Los pescadores wayuu, por ejemplo, tienen un conocimiento profundo de las formas paisajísticas de los fondos marinos ya se trate de pastos, jardines de corales o extensiones de bivalvos. Estas unidades básicas del paisaje de los fondos marinos que ellos distinguen pueden requerir una especie de ecotopos o “categorías naturales” en las que de una manera predecible se hallan asociaciones de animales y plantas que responden a un tipo de geomorfología particular. ¿Podrían los biólogos marinos del país interesarse en dialogar con ellos? ¿A quién afecta esta conversación?
Quizás la metáfora más apropiada acerca de la ciencia no sea la de un estanque aislado, sino la de un delta fértil en el que concurren diversas corrientes fluviales, con sus propias ontologías y epistemologías, que desembocan enriquecedoramente en el extenso mar del conocimiento humano.
Weildler Guerra Curvelo