Salió en el Tiempo un artículo interesante sobre ‘el desgaste mental y emocional de quejarse a todas horas’ (El Tiempo, Domingo 16).
Básicamente constata que en las personas el efecto de ‘desahogarse’ o ‘aliviarse’ quejándose permanentemente lo que produce es el efecto contrario. No aporta nada positivo en cambio consolida un mal ambiente en el entorno, sustituye la búsqueda de soluciones por la pasividad ante los problemas, retroalimenta los aspectos de estrés y angustia, y mal que bien, como el odio, envenena a quien vive así sin por ello afectar la causa que la produce.
Se diría que es evidente que los colombianos sufrimos -puede que especialmente ahora- de esta cuasi enfermedad.
Lo peor es que no solo a nivel de las personas sino como colectividad esto nos está caracterizando. Y al hacerlo se acompaña para el Estado de los mismos males señalados.
Pareciera que todo lo que sucede en Colombia es negativo o que no sucede nada bueno. El ambiente que vivimos -por lo menos si uno se guía por los que se autodefinen como expresión de la opinión pública- es el de caos, de catástrofe, de inminencia de cataclismos y de un oscuro presente con un futuro aún más negro.
Sometidos a lo que nos presentan los medios de información, vivimos alrededor de lo que son las noticias, que, como bien se sabe, solo lo son si tienen algo de escandaloso, de truculento, de amarillismo o de crónica roja. Nunca será ‘noticia’ algo que no impacte, y, mientras lo que impresiona o duele impacta naturalmente, a la información sobre algo agradable o exitoso solo excepcionalmente se le presta atención (esa excepción es si acaso en los deportes y el entretenimiento, que no inciden en nada en la realidad nacional y que no dependen sino de los protagonistas)
La motivación o el interés qué hay detrás de cada tema que se trata en los medios formales lleva además a que la presentación en sí misma aparezca con una carga emocional que facilita esa quejadera. Y la circulación que le sigue en las famosas redes sólo permite multiplicar ese aspecto emocional bajo la forma de la agresividad que las caracteriza y que en consecuencia lleva implícita una multiplicación de la queja.
Haciendo la extrapolación del efecto en las personas al volverlas ‘tóxicas’, nos encontramos con un Estado ‘tóxico’, empantanado más en desahogar la amargura de sus ciudadanos los unos en los otros, y con el efecto final de «… ver mermadas funciones como la de resolver problemas, la toma de decisiones o la planificación».
Probablemente otro sería el panorama si se destacara lo que podrían ser noticias buenas, como la situación económica mejor de lo esperado, o los avances logrados en aspectos críticos como el sistema pensional, o lo que significa el tener una jurisdicción agraria independiente para responder a los conflictos por tierras (aspiración pendiente desde la Ley 200 de López Pumarejo), o la Ley de Transferencias que implica y obliga la regulación de un régimen territorial (pendiente desde que se frustró la reforma constitucional de López Michelsen).
O más directamente el ver el aumento del tamaño de la clase media y de sus niveles de consumo al ver las colas para asistir a los grandes espectáculos, la venta de carros y motos, de pasajes aéreos, el auge de los centros comerciales, o la necesidad de hacer reservas en los restaurantes.
Pero claro, buena parte del origen de la ‘quejadera’ es que los cambios no favorecen a quienes hoy se benefician de las condiciones existentes. A los poderes económicos y los poderes políticos pertenecen los medios que por esa misma condición son la oposición. Y a esos poco les interesan los consejos que se derivan: ‘cambiar la perspectiva’ (abandonar el modelo neoliberal actual); buscar soluciones (mejor que sabotear las propuestas); usar un lenguaje neutral (no que impida cambiar el patrón de pensamiento); proponer siempre un enfoque constructivo (concentrarse en la solución de los problemas no en el ataque a las personas).
Juan Manuel López Caballero