La suma de las regiones colombianas no será igual a un solo país luego de 2026.
Cuando queremos que la capacidad de gestión basada en la autonomía de nuestras regiones, tan claramente diferenciadas desde el primero de los días republicanos, se ejerza para acercar las soluciones al conocimiento de los problemas, el gobierno actual le suma la peor de todas las dificultades: el descuartizamiento territorial fruto de la tolerancia con el crimen y el crecimiento del delito organizado en los pedazos de patria que nos estará legando.
Los constituyentes de nuestro cambio normativo fundamental realizado en 1991 no sospecharon que la inacción estatal frente a las avanzadas de los grupos delincuenciales llegara a lo que vemos hoy: la disputa de las zonas colombianas, como cotos de caza, feudos del crimen, según la capacidad del accionar ilegal de las armas. Esa lucha por regir la vida de nuestras poblaciones e imponer en ellas la ley del más fuerte, con un salvajismo cruel, ha convertido a las mafias en amos y señores de municipalidades completas, de subregiones, para las exportaciones de cocaína y para el lucro de todo lo que pueda generar la extorsión y el delito. Para rematar la tragedia, al reducir exprofeso el gobierno la operatividad del ejército y la policía, la guerra se acrecienta entre bandas, peleándose, por ejemplo, el departamento del Cauca a “Mordiscos”, entre Iván y “Calarcá”, poderosos, incontrolables e insaciables reyes del narco-crimen.
La pasividad estatal connivente está produciendo una reforma constitucional de hecho, al conceder mando y gobierno a este sinnúmero de grupos armados organizados, todos convencidos que presionar al gobierno, ansioso por una paz total mal definida, es la mejor garantía para el accionar ilícito a sus anchas.
Estas estructuras se superponen a aquellas que ha definido el régimen constitucional, de departamentos, distritos y municipios, y terminan gobernando por la ley del miedo a las poblaciones y a sus mandatarios elegidos y semi-actuantes. ¿Alguien podrá cometer la osadía de oponerse a sus designios, cuando no contará con el respaldo del gobierno nacional? ¿Hay capacidad de gobernar en Chocó, todo un departamento?
Ya existe hoy una patria fuertemente fragmentada. No es cuestión del futuro. Los esfuerzos que se hacen para crecer desde las regiones se enturbian con las aguas oscuras de la línea de gobierno nacional, enemiga de quienes no lo secundan, no importa si se sacrifica el rumbo por mejorar la nación en la que convivimos. Antioquia y Medellín, Valle del Cauca y Cali, Bogotá, Barranquilla, Cartagena, Bucaramanga y en general las principales ciudades, cuyos gobernantes elegidos y posesionados este año distan de comulgar con la ideología inoperante de la izquierda, sufren la animadversión del radicalismo que hoy gobierna. Hoy se reúne con ellos, para mañana buscar imponer su versión de país, su triste inacción y ausencia de compromiso real con el porvenir colombiano.
Recuperar la capacidad de gobernar los departamentos y municipios será la gestión de gobierno más importante. Y si queremos contar en el futuro cercano con unas regiones organizadas política y administrativamente, tendremos que arrancar por una reconstrucción nacional en esta materia clave.
Soy partidario del orden, sin apellidos. Estoy convencido de que el actuar eficaz de un gobierno debe soportarse en ideas, pero en el marco del respeto institucional y de las normas que se han establecido por las instancias competentes para ello. El resto es puro populismo.
Para que las ideas se conviertan en realidades de mejoramiento social, se requiere ponerlas en práctica, es decir, ejercer el poder. Ejercerlo es diferente de ostentarlo, es distinto de acomodarlo a intereses amañados, es lo opuesto a pretender que porque se tiene, se está facultado para contravenir disposiciones regulatorias, en buena hora expedidas, como observamos cada día en nuestro país. No me gusta la norma de cumplimiento de requisitos para el ejercicio de cargos, pues no importa, igual los nombro. No me gusta la relación comercial con Israel por sus disputas con Hamas, pues prohíbo los negocios legítimos que se realizan para el suministro de materia prima en generación eléctrica. No me gusta la producción de petróleo en Colombia, pues reduzco la exploración y la expansión de negocios de Ecopetrol. La lista crece cada día y la distancia entre ideas y resultados se vuelve infinita. Preguntemos en La Guajira la evidencia entre esa distancia.
El discurso justificador cada vez se concentra en convencer a la gente de que si las cosas no se han hecho no es porque las normas restrinjan la ejecución basada en la simple voluntad del gobernante, sino porque “no lo dejan gobernar”. Epítetos, denuestos y ataques frontales contra medios de comunicación, rama judicial y congreso son el pan de cada tarde del empequeñecido presidente, por cuanto no madruga, ni mucho menos cumple con la elemental disciplina de atender los compromisos fijados en su agenda. Cuando el mandatario no cumple, el país no cumple, lo que termina atrapándonos a todos en su espiral etérea, acumuladora de más problemas por resolver cuando finalmente se vaya del cargo.
La tarea será dura. La jornada electoral, igual, puesto que el reto no es solo de buenas ideas, sino de buenos candidatos para ganar las elecciones. Ya vimos como fracasó un proceso de selección de abanderado, cuando entre cinco nombres no se logró impulsar uno con suficiente carisma y contundencia que pasara a segunda vuelta y enfrentara al populista de izquierda. Esa es otra distancia, propia de la democracia. Hay que ganar las elecciones para poder gobernar este país. De lo contrario, las ideas, por muy buenas que sean, se quedan dentro del tintero del buen programa de gobierno.
Me ha pasado que menciono nombres entre gente afín a mis ideas e igual de cansada con el régimen actual. Para todos tienen objeciones. Unos descalifican porque trabajaron con tal o cual presidente, otros porque no le ven, con dos años de anticipación, suficiente garra de campaña. Pero si se les pregunta de vuelta, digan ustedes un nombre, no lo mencionan. A este paso, volveremos a perder por incapacidad de aglutinar las fuerzas consonantes.
No basta con que Petro gobierne mal para cambiarlo. Hay que ganar con buenas ideas y buen candidato -a-.