Noreena Hertz en su libro “El siglo de la soledad” (Paidós, 2021), afirma que la “soledad se ha convertido en la condición definitoria del siglo XXI. Daña nuestra salud, nuestra riqueza y nuestra felicidad e incluso amenaza nuestra democracia. Nunca hasta ahora ha sido tan omnipresente o generalizada, pero tampoco nunca hasta ahora hemos tenido tanto a nuestro alcance para poder hacer algo al respecto”.
Hertz es una reconocida líder intelectual, académica y nombrada por The Observer como «una de las pensadoras más relevantes del mundo» considera que la soledad contemporánea está alentada por la urbanización, la desigualdad, el cambio demográfico, la aceleración tecnológica, factores que inciden en la disminución de espacios de encuentro físico y generan aislacionismo y poco contacto. Afianza sus postulados al endilgar de culpabilidad al desmantelamiento de las instituciones cívicas, la reorganización radical del lugar de trabajo, la migración masiva a las ciudades y décadas de políticas neoliberales que han colocado el interés propio por encima del bien colectivo. Por otra parte, el libro nos muestra de forma diáfana como la soledad solo tiene tiempo para los triunfadores y abandona a su suerte a los perdedores. Y aunque no es sujeto de absolutismo, lo íngrimo del ganador nunca es comparable con el aislamiento que sufre el derrotado. La soledad genera desamparo social y aislacionismo, tanto a nivel individual como a comunidades objeto de marginalización y resignación.
La autora, ante este fenómeno de la modernidad, ofrece soluciones audaces que van desde una inteligencia artificial compasiva hasta modelos innovadores para la vida urbana y nuevas formas de revitalizar nuestros vecindarios y reconciliar nuestras diferencias. El siglo de la soledad ofrece una visión esperanzadora y empoderante sobre cómo sanar nuestras comunidades fracturadas y restaurar la conexión en nuestras vidas y las redes sociales de convivencia.
Para La Guajira, la soledad es un estigma con olor a orfandad. Una región abandonada por la dirigencia nacional y regional, desatendida por propios y extraños, sin dolientes y con una pesada carga histórica de melancolía y ostracismo, carente de amor y excluida de toda bondad. Una soledad solitaria que convive con la discriminación estructuración y periférica, donde cohabitar con el resto de la nación se convirtió en un problema, donde la mirada del centro hacia el diferente y lejano se torna cada vez más condescendiente y plausible con el desarraigo y la espiral de la miseria.
Para superar la exclusión sistemática de la soledad centenaria y repensar la forma autárquica con la que debemos enfrentemos nuestra supervivencia, en La Guajira se deben generar cambios culturales a partir del fortalecimiento de las relaciones de confianza: ciudadano-estado, ciudadano-ciudadano. Una relación gana-gana forjada con el derecho a construir un desarrollo endógeno y una matriz de relacionamiento serio con la instituciones formales e informales que manejen y comprendan las complejidades sociales y económicas de la tierra del olvido. Solo a partir de ese consenso, el crecimiento y el progreso superarán a la dinámica del engaño y a la resignación de morir los guajiros y guajira a merced de una suerte que no merecemos.
Arcesio Romero Pérez
Escritor afrocaribeño
Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI