EL SOMETIMIENTO: UN PROCESO DE ENTREGA ESPONTÁNEA Y PERMANENTE A LA VOLUNTAD DE DIOS

1 Pedro 2:18-20 Sirvientes, sométanse con todo respeto a sus amos, no solamente a los buenos y comprensivos sino también a los malos. Porque es cosa agradable a Dios que uno soporte sufrimientos injustamente, por sentido de responsabilidad delante de él.  Pues si a ustedes los castigan por haber hecho algo malo, ¿qué mérito tendrá que lo soporten con paciencia? Pero si sufren por haber hecho el bien, y soportan con paciencia el sufrimiento, eso es agradable a Dios.

¿Te ha sucedido que, al leer un texto bíblico, sientes que no tiene nada que ver contigo? te haces el desentendido, pasas rápido la página y simplemente ignoras lo que has leído. Esto me ocurrió al leer estos versos y pensé, ¡Waooo! Qué difícil es aplicar este consejo de Pedro en mi vida.

Ciertamente, aunque no somos esclavos, si vivimos en una dinámica en la que existen relaciones de poder, como la de jefes y subalternos. En este capítulo, el apóstol Pedro exhorta al sometimiento de los siervos (subordinados) a sus amos (jefes o patrones). Comencemos por ahí: el sometimiento según el Diccionario de la Real Academia Española es: Sujetar, humillar a una persona, una tropa o una facción.

Bíblicamente, el sometimiento está relacionado con el hecho de reconocer y respetar las autoridades establecidas por Dios, ya sea en relación con Él mismo, con autoridades espirituales, civiles o dentro del entorno familiar. En este sentido, no se trata de un sometimiento forzado o servil, sino más bien, de desarrollar una actitud voluntaria de reconocimiento, respeto y obediencia, que refleje amor, humildad y confianza en la sabiduría de Dios.

En cuanto al término utilizado en este pasaje, para amo aquí en el griego es despovthV / despotās que se traduce como «dueño», «poseedor» o «el señor de la casa» y de donde procede la palabra española, “déspota”.

Ahora bien, volviendo a la reflexión del apóstol Pedro, su consejo literalmente es: dar el lugar y la reverencia debida a nuestros jefes o autoridades, sean buenos o malos. Y es aquí donde uno se pregunta: ¿cómo es esto posible? Pedro anticipa que el amo o jefe podría incurrirá en malos tratos hacia el subordinado. Por ello también advierte, que es agradable a Dios que se soporte el sufrimiento al ser tratados injustamente.

Pero ¿a quién en su sano juicio le gusta ser tratado injustamente? ¿Qué persona, si la maltratan, se queda callada y no responde? Pues conozco una persona que lo hizo: Jesús.  Tanto en los evangelios como en este capítulo de 1 de Pedro se menciona. En los versos 21 al 23 leemos:

Cristo sufrió por ustedes, dándoles un ejemplo para que sigan sus pasos. Cristo no cometió ningún pecado ni engañó jamás a nadie. Cuando lo insultaban, no contestaba con insultos; cuando lo hacían sufrir, no amenazaba, sino que se encomendaba a Dios, que juzga con rectitud”. 

Ser cristiano no es más que seguir a Cristo, es decir, que Él sea nuestro referente y modelo a imitar. Pero ¡Cuanto nos cuesta imitar esta parte de su carácter! Jesús no respondió al mal con mal. Sino que se encomendó al Padre, y confió plenamente en su justicia.

Llevando esto a la práctica, creo que el sometimiento no es hacer todo lo que el jefe diga, especialmente si es algo que sabemos está mal o nos lleva a incurrir en un error. Creo que está más relacionado, más bien se trata de la forma como respondemos ante las buenas o malas actitudes de quienes están por encima de nosotros jerárquicamente.

Desde mi experiencia personal, no hay nada más frustrante que someterse a un jefe injusto y deshonesto; máxime, si somos tratados con desdén, por el hecho de actuar correctamente y negarse a obedecer una orden equivocada. El mensaje del Apóstol Pedro, no es que debemos hacer lo malo si el jefe lo ordena, sino que, aunque el que manda, actúe mal, nuestra actitud debe seguir siendo de respeto hacia esa persona. Esto implica, no reaccionar a las provocaciones, malos tratos o injusticias, sino en todo momento guardar la compostura, entendiendo que le servimos a Dios a través de las autoridades que nos han sido asignadas.

Entonces, no se trata de obedecer ordenes incorrectas por respeto a nuestros superiores, por que indudablemente, tenemos una máxima autoridad: la palabra de Dios, y en ella se nos dan instrucciones claras respecto de lo que le agrada y no a Él. Es síntesis, la autoridad de Dios está por encima de cualquier autoridad terrenal. De lo que se trata es de soportar con paciencia estas situaciones, esperando que Dios intervenga a nuestro favor y que se glorifique a través de nuestro comportamiento, de manera que quienes no lo conocen pueden hacerlo a través de nuestro testimonio, incluyendo a nuestros superiores.

Por ello este capítulo enseña en el verso 15:

Porque Dios quiere que ustedes hagan el bien, para que los ignorantes y los tontos no tengan nada que decir en contra de ustedes”.

Ser tratados injustamente nunca será algo agradable. De hecho, lo primero que pensamos es: ¿cómo hacerle pagar al otro por el daño que me ha hecho? No obstante, este pasaje bíblico nos enseña precisamente que, a través del sometimiento primero a Dios y luego a los hombres, aprendemos a no guardar rencor, ni amargura, por que tenemos la certeza de que Dios es justo y coloca cada cosa en lugar, en el tiempo adecuado. No nos corresponde a nosotros hacerlo.

Ser tratado injustamente y reaccionar con paciencia solo puede ser posible cuando vivimos con un propósito que va más allá de nosotros mismos.  La voluntad de Dios siempre será que lo agrademos a Él, y esto incluye sufrir por hacer el bien, y soportar con entereza ese sufrimiento.

En este caso, lo que nos corresponde hacer es mantener un comportamiento respetuoso hacia el cargo de autoridad, aun cuando la persona que lo ocupe sea déspota o despreciable. Simplemente, debemos tolerarlos y orar por ellos.

El llamado que Dios nos hace cada día, es ser conformados a la imagen de Cristo, esto requiere ser conscientes y estar dispuestos a atravesar momentos incomprensiblemente dolorosos. En el proceso, aprendemos que podemos confiar plenamente en que Dios es justo, y que juzgará a los que son crueles y abusivos. Así mismo, aprendemos a ser compasivos y amar con misericordia a quienes nos maltratan y hacen mal, entendiendo que Jesús murió para redimirlos a ellos también.

Ciertamente, esta palabra nos lleva a desafiarnos y reflexionar respecto de nuestras actitudes y reacciones. Además, nos permite entender que Dios no espera de nosotros un sometimiento ciego, sino basado en una actitud de integridad, respeto, humildad y confianza en su justicia.

 

Vicky Pinedo 

DESCARGAR COLUMNA

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *