“ENTRE LO PROSÓDICO Y LO DIACRÍTICO”

La política colombiana, amigos lectores, ha degenerado en una grotesca parodia de ortografía aplicada. Entre lo prosódico (el acento que marca el ritmo) y lo diacrítico (el que diferencia significados), nuestro gobierno parece haber optado por hablar en versos sueltos: sin métrica, sin rima y, sobre todo, sin sentido claro. Hoy, el acento político del gobierno progresista no es más que un susurro cómplice entre quienes prometieron cambio, pero terminaron copiando el mismo libreto de siempre.

Han convertido el lenguaje en un artefacto burocrático, donde palabras como «institucionalidad», «gobernanza» y «transformación estructural» flotan como globos desinflados en medio de un mitin sin viento. Y, de paso, han perfeccionado el arte de la retórica vacía: un discurso ornamental, una palabra sonora pero hueca, como esos tambores escolares que suenan bien pero no transmiten mensaje claro.

Si algo define a este momento político es la desinstitucionalización express, un proceso acelerado en el que el Estado se asemeja más a un reality show que a un sistema organizado de gestión pública. Ya no importa quién tenga razón, sino quién esté en campaña. No importa qué sea legal, sino qué sea conveniente, como el decreto de la consulta popular. Así vamos: con un Estado que se tambalea como un borracho en carnaval, pero que insiste en posar para fotos como si estuviera en perfecto equilibrio.

El gobierno actual parece haber cursado un posgrado en literatura absurda. Su discurso es una mezcla de prosodia sin ritmo y acentuación sin sentido. Hablan de paz mientras aumentan las masacres, de seguridad mientras los atracos pasan factura en efectivo y en sangre, y de institucionalidad como si fuera un término decorativo, no un pilar fundamental de cualquier democracia medianamente funcional. Ya no sabemos si el problema es que no saben gobernar o que no quieren. O peor aún: que sí saben, pero prefieren seguir haciendo lo mismo con distintas palabras. Han logrado convertir el lenguaje político en un juego de palabras cruzadas: todas riman, ninguna cuadra. «Transformación», «renovación», «cambio», «unidad nacional», «pacto por Colombia». Palabras que suenan bonitas, como villancicos navideños, pero que cada vez significan menos.

Y aquí llegamos al colmo de la ironía: la patria boba moderna. Esa que no solo ignora la realidad, sino que la filtra, la recorta y la sube a las redes sociales con frases rimbombantes. Esta nueva versión del concepto original incluye bandera de guerra, canciones patrióticas remixeadas y declaraciones presidenciales que suenan como discursos de graduación universitaria. «Colombia es el futuro», dicen. Sí, pero ¿del pasado o del presente alternativo? Porque si nos basamos en los resultados, parece que el futuro se está demorando en llegar, mientras el presente se nos va en promesas incumplidas y excusas creativas. La patria boba de los Aurelianos modernos cree que con trinos se resuelven problemas, que con hashtags se combate la corrupción y que con selfies institucionales se construye confianza ciudadana.

Colombia sigue siendo un país de contradicciones y de promesas con doble sentido. Un país donde el gobierno habla como si tuviera tilde en cada palabra, pero actúa como si la ortografía no existiera. Y es que cuando se pierde la institucionalidad, se pierde el rumbo en cada estirada forzada de la «s» final. Cuando se ignora la inseguridad, se pierde la confianza. Y cuando se impone una narrativa vacía sobre la realidad brutal, se pierde la cordura y hasta la dignidad.

Nos han enseñado que el acento sí importa. Pero también que, a veces, usarlo bien no significa tener razón. Hay que tener fundamento, estructura y, sobre todo, cumplir con la norma… o al menos intentarlo. Porque en Colombia, incluso las palabras más bien dichas pueden esconder realidades mal hechas. La clave para mejorar no es continuar con alocuciones improvisadas, llenas de adjetivos heroicos y sustantivos abstractos, sino en recordar que el verdadero acento del cambio no se nota en las palabras, sino en los hechos. Y eso, sigue sonando como un idioma extranjero en boca de nuestro actual gobernante.

 

Arcesio Romero Pérez

Escritor afrocaribeño

Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI

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