Hay un refrán muy popular que dice “La envidia, mejor despertarla que sentirla”, personalmente creo que ninguna de las dos cosas es buena para el corazón, porque si bien es cierto, la persona envidiosa no tiene paz, vive intranquila, con odio en su corazón y frustrada porque otros tienen lo que cree que a ella le hace falta, no es menos cierto que si la envidia de otros es lo que la hace sentir grande, eso quiere decir que tiene una estima lastimada que la destruirá el día que no logre percibir envidia de parte de otros, lo que posiblemente la hará hacer cosas o aparentar situaciones de privilegio buscando despertarla, convirtiéndose en alguien vacío, aparentador, falso y seguramente triste al vivir algo que no es real solo para provocar envidia o celos.
La envidia no es algo nuevo, de hecho, este sentimiento se conoce desde los inicios de la humanidad. Todos conocemos como Caín mató a su hermano Abel a causa de este sentimiento.
Pero si leemos Las Escrituras nos daremos cuenta que hay muchas historias donde aparece este gusanito. Otro ejemplo lo encontramos en Génesis 30, donde dice que Raquel tuvo envidia de su hermana Lea. Ambas eran esposas de Jacob, pero Lea podía tener hijos, mientras que Raquel no. Relata Génesis 29:17, que Lea era de ojos delicados, pero Raquel era de lindo semblante y hermoso parecer, además era de ella de quien Jacob estaba enamorado; sin embargo, para Raquel eso no fue suficiente, aunque era bella y tenía el amor de su esposo, envidiaba a Lea, quien no era muy agraciada, pero había dado a luz hijos a Jacob.
En la actualidad estamos más expuestos a este sentimiento, las redes sociales se prestan para que muchas personas engañen a otras sobre su calidad de vida. Estilos de vida lujosos, despampanantes y al parecer, perfectos, pueden llevarnos a compararlos con nuestras vidas. Grave error, en primer lugar, porque no conocemos si lo que la gente publica es real, en segundo lugar, aunque sea real, ello nos impediría, como a Raquel, ver las bendiciones que hemos recibido a lo largo de nuestra vida, las cosas y las personas buenas que nos rodean, así como los talentos y cualidades propias.
Todas las personas tenemos privilegios y carencias. Mientras yo tengo algo que a ti te hace falta, probablemente tú tienes algo que me hace falta a mí, es por eso que debemos evitar tanto el envidiar como el pretender ser envidiados, más bien, procuremos ser agradecidos por todas aquellas cosas con las que contamos, no dejemos crecer el fruto venenoso que brota a causa de un deseo no cumplido, por lo que otro tiene en riqueza, popularidad, poder, belleza, posición social, talento o habilidad.
Mira el caso de Lea, la razón para dar a luz tantas veces era buscando ser amada por Jacob (Génesis 29:32-34), sin embargo, al tener al cuarto hijo dijo: “Esta vez alabaré al Señor” (V.35), a pesar de tantos intentos no logró el amor de su esposo, por lo que Raquel estaba envidiando de su hermana, algo que no la hacía plenamente feliz.
Como Raquel, es posible enojarnos contra otros que tienen lo que nos falta, sin darnos cuenta que quizás eso no los está haciendo felices, por lo que nada nos asegura que nos hará felices a nosotros. Me pregunto qué hubiera pasado si Raquel, en lugar de sentir envidia por Lea, hubiera sentido compasión o al menos hubiera compartido la alegría de que su hermana pudiera ser madre, pues ya ella tenía lo que Lea no, el amor de Jacob.
Vemos entonces que la realidad de la envidia no es por lo que otros tienen, sino por lo que nosotros no tenemos. Los lujos, viajes, riquezas, talentos, belleza… de otros no es lo que realmente nos molesta, la verdadera raíz de ello es que dejamos crecer el fruto venenoso de deseos no cumplidos. Detectar a un envidioso puede resultar fácil, pero cuan difícil es reconocer la envidia en nosotros mismos.
Pídele al Señor que te muestre lo que realmente hay en tu corazón, confiesa tu pecado y busca su perdón, así como Dios escuchó las plegarias de Raquel y le quitó la esterilidad (Génesis 30:22-23), también puede concederte los anhelos de tu corazón. Raquel pudo haberse evitado tanta intranquilidad si en lugar de envidiar a Lea hubiera puesto su mirada en Dios hasta que le concediera la dicha de dar a luz.
Fijar nuestra mirada en Dios y enfocarnos en nuestro propósito es más valioso que detenernos a envidiar lo que otros tienen, ora por las personas por las que sientes envidia hasta que tu corazón sea sano, ora también por aquellas que te envidian pues también merecen ser sanas de la amargura que produce la envidia, recuerda que “el corazón tranquilo da vida al cuerpo, pero la envidia corroe los huesos” (Proverbios 14:30)
Jennifer Caicedo