“Reciban abundancia de gracia y de paz mediante el conocimiento que tienen de Dios y de Jesús, nuestro Señor.” 2 Pedro 1:2 DHH94I
Al leer este pasaje comprendí que, si vivimos llenos de angustia y temor, significa que no hemos conocido a Dios realmente. No hemos comprendido la magnitud del poder del Dios en el que decimos creer. En tanto que, el verdadero y profundo conocimiento de Dios, nos debería llevar a vivir en abundancia de gracia y paz.
Para comprender esto, debemos tener claro, por un lado, que la gracia es un regalo de Dios. Que nos faculta para hacer lo bueno y vencer nuestras debilidades. Es algo que nos concede Dios sin merecer. Es la manifestación de su amor incondicional, que nos permite recibir el perdón de nuestros pecados y nos conduce a vivir una vida transformadora.
Por su parte, la paz, es un estado de tranquilidad profunda que procede del hecho de confiar en Dios. No se afecta por problemas o dificultades, guarda nuestra mente de la duda y el temor y nos permite vivir en una continua reconciliación con Dios y con los que nos rodean. Esto se debe a que, reconocemos la compañía permanente de Dios y esa certeza, nos da consuelo y seguridad en medio de nuestras luchas.
Al respecto, agrega el apóstol Pedro que, por su poder, Dios ya nos ha dado todo lo que necesitamos para vivir, por medio del conocimiento de Dios.
“Dios, por su poder, nos ha concedido todo lo que necesitamos para la vida y la devoción, al hacernos conocer a aquel que nos llamó por su propia grandeza y sus obras maravillosas.” 2 Pedro 1:3 DHH94I
Todo lo anterior realmente confrontó mi corazón, porque pensándolo bien, cuando atravesamos momentos de angustia, desesperación, miedo, incertidumbre, tristeza, etc. lo primero que decimos es: “es que somos humanos y en nuestra humanidad tenemos derecho de sentirnos así”. Este realmente es un pensamiento mentiroso. Que nos lleva a tolerar estados prolongados de duda, depresión, confusión e inseguridades. Sin darnos cuenta de que, por causa de este tipo de pensamientos, aun como creyentes, podemos pasar gran parte de nuestra vida sin disfrutar de la gracia y la paz que Dios ha preparado para aquellos que no solo le creen, sino que además lo conocen.
Conocer a Dios implica desarrollar un discernimiento profundo y experiencial, que va más allá de la razón. Resultado de tener una relación personal e íntima con Él. Que nos lleva a desarrollar una fe inmutable. Porque la fe, no es algo que nos quitamos o ponemos como si fuese un vestido. No existen términos medios: creemos o no creemos, confiamos o no confiamos, le conocemos o no le conocemos. No podemos ante las situaciones adversas abrazar la incredulidad, sino mas bien caminar en la paz que deriva de la certeza de que confiamos en un Dios poderoso, fuerte, invencible, soberano, incomparable, file, justo y bueno.
En cuanto a esto, antes de ser sacrificado Jesús nos dejó un mensaje claro en el libro de Juan capítulo 17 dice: “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; cómo le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”.
Esto quiere decir que, por nosotros mismos no podemos llegar a conocer verdaderamente a Dios, por causa de nuestra naturaleza pecaminosa. Por ello, el primer paso para conocer verdaderamente a Dios, es solo a través del acto de recibir a Jesús como Señor y salvador.
En este sentido, es posible que tengamos muchos conceptos de Dios, cimentados en nuestro raciocinio. Incluso, podemos por esto, pensar que lo conocemos, sin ser así.
Cuando esto sucede, encuadramos a Dios a un modo de ser, pensar y actuar, alineado con nuestra mente limitada. Por ende, cuando ocurren cosas que están por fuera de esa concepción, nos molestamos, dudamos, nos alejamos o culpamos a Dios, por no hacer lo que esperábamos. Lo que quiero decir es, que nadie puede decir que conoce a Dios, sin tener una relación de intimidad y profundidad con El. Y mucho menos, si no conectamos nuestro espíritu con el suyo. No es una experiencia emocional carente de comprensión de la esencia de Dios, sino la necesidad perenne de buscarlo y adorarlo en espíritu y en verdad. (Juan 4:23).
Cuando logramos este nivel de conexión, comenzamos a comprender lo que antes no entendíamos, estudiamos la palabra y nos acercamos a la sustancia, la voluntad, la verdad de quien es Dios y recibimos revelación de ella a través de su Espíritu.
Podría decirse que la Biblia, es una carta de amor escrita por Dios, para nosotros; con el propósito de que le conozcamos íntimamente, como una novia a su novio.
Por otra parte, no se trata solo de escudriñar en su palabra, sino de asumir el compromiso de someternos a ella y a por medio de esto revelar a Dios, a quienes nos rodean.
Todo lo anterior, nos debe conducir a la transformación de nuestra manera de pensar, vivir, percibir, hablar. Evidenciando la existencia de Dios en cada área de nuestra vida. Al respecto, el apóstol Pedro continúa haciendo un llamado importante: 2 Pedro 1:5-9 Y por esto deben esforzarse en añadir a su fe la buena conducta; a la buena conducta, el entendimiento; al entendimiento, el dominio propio; al dominio propio, la paciencia; a la paciencia, la devoción; a la devoción, el afecto fraternal; y al afecto fraternal, el amor. Si ustedes poseen estas cosas y las desarrollan, ni su vida será inútil ni habrán conocido en vano a nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no las posee es como un ciego o corto de vista; ha olvidado que fue limpiado de sus pecados pasados.
Debemos evaluar nuestra vida a la luz de la palabra, para comprobar si nuestras acciones reflejan la gracia y la paz que proceden del conocimiento de Dios. Dado que, este nos debería llevar a desarrollar cualidades como las mencionadas anteriormente. El desarrollo de estas virtudes, es la muestra irrefutable de que hemos conocido y le pertenecemos a Dios. Si esto no está sucediendo en nuestras vidas, entonces deberíamos preguntarnos si realmente hacemos parte de los que Dios ha llamado y elegido, como lo dice en 2 Pedro 1: 10 Así que, amados hermanos, esfuércense por comprobar si realmente forman parte de los que Dios ha llamado y elegido. Hagan estas cosas y nunca caerán.
En conclusión, conocer a Dios no es algo figurado o hipotético, sino una experiencia real y cotidiana. Que nos permite comprender que, su gracia nos capacita y su paz nos sostiene, en medio de un mundo lleno de aflicciones. Para entonces, manifestar a través de nuestro modo de vivir la fe, la paciencia, la bondad y el amor que proceden de su presencia en nosotros.
El verdadero reto que tenemos, es alcanzar un nivel de conocimiento de Dios, que nos impulse a ponerlo a Él en el centro de nuestra vida. De esa manera, podremos perseverar en el desarrollo de una fe inconmovible, que nos lleve a anhelarlo y buscarlo en intimidad, obediencia y verdad, hasta que nuestra misma existencia sea la evidencia de que le pertenecemos.