EXPLOSIÓN DESCONTROLADA

Con el descontrol de las explosiones que se ven venir, me permití adaptar una frase utilizada por el ministro de educación despedido por el actual gobierno, cuando quiso pasárselas de vivo y acaparar la atención sobre una de las reformas claves del presidente Petro.

El país está a punto de ser conducido por un camino repleto de explosivos con el proyecto de Ley sobre sometimiento y sus artículos con detonantes a cada paso. Aquel que pretende darle carácter de bondadosos pacifistas a criminales del narcotráfico, cuyos andares desbaratan cada manera de coexistir pacíficamente, de una forma que el señor Rousseau, a quien se le dio por hablar de las libertades y la vida en sociedad, no hubiera logrado imaginar.

En nuestro medio vemos, con cierta hipocresía valga la verdad, la infiltración del circulante producto de varias actividades ilícitas, muchas conexas, que dan apariencia de prosperidad económica a un país lleno de consumo superfluo, de conciertos por doquier cuyas boletas se compran cual si fueran empanadas del Ley, de traqueticos, ya no traquetos, como si una granada de fragmentación hubiera dinamitado las estructuras criminales con una estrategia de expansión que no logra invisibilizarlos.

No encontramos lógica ninguna que justifique el despropósito que propone Petro de la incorporación a la vida legal de estos delincuentes, con el derecho de conservar su fortuna y con el compromiso tan volátil de no delinquir en el futuro. Desmontar lo que está únicamente inspirado en el negocio ilegal y sus altos retornos con ofrecerles lo que ya tienen, es decir, control de territorios, libertad de acción sin cortapisas, poder que les genera influir en las gentes de pequeñas poblaciones, incluso de ciudades intermedias, a base de intimidación, dinero a montones y tantas otras prebendas propias de su “emprendimiento” no se observan como grandes estímulos para dejar de delinquir, entregar rutas y conservar dinero en Colombia; cualquier capital que tengan en otros países les seguiría siendo perseguido por cuanto esos acuerdos propuestos no tendrían efectos trasnacionales.

Si las farc, que tenían un lineamiento ideológico revolucionario, no lograron cohesionar a todos sus cabecillas y militantes, precisamente por el amor al dinero, ¿Qué se puede esperar de estos malhechores comunes y corrientes?

De ahí que listar los grupos delincuenciales en medio de estos estallidos es un meta imposible. Se multiplicarán por razones de conveniencia, de dispersión para el ocultamiento y, elemental, para poder continuar en el bajo mundo -que ya no es tan bajo, según el espíritu de la nueva política gubernamental-. Cual hidras de Lerna, tendrán cuantas cabezas sean necesarias para evitar la muerte del negocio y del delito, puesto que la abundante acumulación de fortuna por ese medio sólo se logra mediante una fórmula que no inhibe de ningún límite legal, con la disposición de matar, robar o cumplir con toda cabalidad la letra de los tipos penales en todos los capítulos del código.

Seguir abundando en lo que significa la entrega en papel de regalo del código penal a los delincuentes que tanto daño nos hacen en todas las esferas de la vida nacional es casi que una perogrullada. Pero esa política forma parte de la ensarta que contiene todo un pretendido de hacer de este país uno, muy otro del que teníamos, pero no diferente en materia de corrupción, ni en temas de educación, ni en conseguir un equilibrio entre la productividad y la justicia social, ni en lograr reivindicaciones de clases desfavorecidas a base de consolidar políticas de estado dignas y eficaces, sin disparar la macrocefalia del poder ejecutivo.

La explosión descontrolada de la agenda gubernamental tiene una consecuencia inevitable y es destrozar en pedazos lo bueno que había para reemplazarlo por la esperanza de una reconstrucción a partir de 2026. Ya veremos.

Nelson R. Amaya

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