FATIGA REPUBLICANA

En estos días, conversando con un buen amigo que saltará del sector privado exitoso a la arena política, hacíamos énfasis en la gran diferencia que existe entre las tres decisiones que el ciudadano colombiano debe enfrentar, es decir, la elección del congreso, la de los mandatarios y cuerpos colegiados regionales y locales y la de nuestro presidente.

La de mayor concentración de independencia y libertad de escogencia se da en la contienda presidencial. La conciencia republicana adquiere una jerarquía incomparable, aun cuando sujeta a sesgos inevitables por fatigas de la gente, acumulación de frustraciones y manipulación inevitable, pero de menor impacto.

Cuando debemos elegir a quienes nos gobiernan localmente, el vecino que aspira a la alcaldía y los conocidos que quieren ser concejales y diputados, nos mueven fibras de mayor emocionalidad, pues se trata de problemas básicos con los que lidiamos en el día a día, la provisión eficiente de los servicios públicos, la relativamente buena o mala educación a la que accedemos, el transporte escolar y la alimentación de los niños en los centros educativos, el buen estado de las vías públicas que recorremos para llegar al trabajo o a la actividad de sustento, al mercado, etc.

La más indiferente para nuestra gente del común es la escogencia de los congresistas. Ese cuerpo resume las cargas más pesadas de la fatiga republicana, puesto que la gente los cataloga como poco efectivos en la solución de sus problemas y llenos de marrullas y mañas que desdicen de lo que se espera de una buena tarea política.

Estas líneas de opinión las confirman las voluntades que acuden a las urnas en cada uno de esos momentos electorales: En la elección presidencial -segunda vuelta de 2022- votaron 22,7 millones. En la de Alcaldes, el gobierno al alcance de la mano, 23 millones, mientras que para congreso en 22 solo lo hicieron 18,6 millones, y eso empujados por los almuerzos, favores individuales y compra de votos que se regó por todo el país.

Por supuesto que la decisión ciudadana no está exenta de errores, distorsiones, engaños y, hay que decirlo, motivaciones producto del cansancio de ver cómo pasan y pasan por los cargos con tantas promesas que no cumplen, bien porque no tienen el desempeño adecuado o por la triste realidad de que la solución a algunas tareas encomendadas a los alcaldes no está al alcance de sus presupuestos.

A estas alturas del partido colombiano, la racionalidad y la emotividad le comienzan a dar al elector una perspectiva clara de lo que acumuló el país con los elegidos en 2022.

El congreso volvió a ser centro de decisiones importantes para la nación y el estado. Se destacó la enorme diferencia entre el Senado y la Cámara de representantes, respecto de los compromisos democráticos que sus credenciales le asignan. La cámara brilló por su proclividad a votar en función de las prebendas que pueda otorgarles el ejecutivo, y la compra de conciencias que hacen muchos para salir elegidos la reflejan en la venta de la suya propia al único postor, el que maneja el presupuesto y los cargos públicos. El senado, por el contrario, fue guiado en su mayoría por principios de la democracia que los eligió, de su compromiso con los intereses nacionales, más que los particulares. Se confirma en la práctica la importancia del sistema bicameral por el que optamos desde los primeros días de nuestra historia democrática, pues hubo contrapesos a las fuertes presiones originadas en el ejecutivo para alterar sin rumbo claro muchas funciones que afectan a la sociedad en su conjunto.

Las elecciones regionales y locales de 2023 le dieron al país una esperanza: la de reaccionar a malas decisiones políticas tomadas en el 2022 para la presidencia, cuando la mayoría de los mandatarios escogidos por el pueblo fue contraria a la línea política del presidente, quien no actuó con remilgos ni hipocresías para defender a sus correligionarios.

Lo que se viene ahora para el 2026 debe consultar de nuevo factores que motivan a votar: emocionalidad y racionalidad.

En mala hora, la elección de congreso ha pasado a segundo plano, pues la contienda por la presidencia absorbe la atención de todos. Somos tan presidencialistas en nuestras estructuras democráticas que ese personaje elegido marca una enorme huella en el derrotero de Colombia. Sin embargo, no pasará desapercibida la elección de marzo, pues varias de las decisiones por la presidencia pasarán por el filtro de consultas que se realizarán en simultánea con el congreso.

De un buen congreso dependerá en buena medida una buena presidencia. No veo que las tendencias políticas sean coincidentes en ambas escogencias. El dinero pesará mucho en marzo y el gobierno actual se jugará a fondo por tener un parlamento de su línea, como mecanismo de control por si la gente opta por cambiar la izquierda en el Palacio de Nariño.

Cualquiera que termine siendo el favorecido con la bandera de la izquierda tendrá el lastre de lo que ha hecho Petro al acceder a semejante responsabilidad: ser irresponsable, pensar que su voluntad pesa más que la constitución, descuidar el día a día de la gerencia pública, atacar sin medida a sus opositores, incluso con amenazas de muerte, pues usar un símbolo como el que viste no es sino una persistencia en generar miedo al crimen, como ha quedado demostrado hace apenas dos meses. Legalizar el crimen arropado en una paz sin compromisos de desarme, pretender el descrédito del empresario, pilar fundamental del sostenimiento de cualquier economía en el mundo, designar incompetentes en cargos públicos, bajo el supuesto que no se requiere preparación para ejercerlos, querer convencer al  colombiano que el vicio y los desmanes son virtudes democráticas, en fin, la lista es tan larga que pienso que ya está en la mente de todos, puesto que lo primero que nos imaginamos cuando observamos sus desfachateces es cuándo se irá del poder este señor.

La fatiga republicana nos llevará a sacar del gobierno todo aquello que huela a ese fango en el cual se revuelcan Petro y sus adláteres.

La tarea no es solo sacarlo del poder: es lograr elegir a un buen gobernante, que no nos devuelva a las viejas mañas que también las había antes de Petro; que la gestión de gobierno se haga transparente y con profesionalismo. Que la ética vuelva a ser practicada en los cargos públicos, empezando por la cabeza del gobierno. Que se depure el sistema de operación de nuestra democracia. Que se recupere la imagen del poder, perdida en las esquinas oscuras de los barrios pervertidos de París y las fincas playeras de Ecuador. Que la paz empiece por la tranquilidad de que se aplica justicia al delincuente. Que la suma de las virtudes sea superior a la resta de los defectos en el poder.

Estoy seguro que lograremos esa Colombia.

 

Nelson Rodolfo Amaya

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