FRAGMENTACIONES POLÍTICAS

Desde el entierro del bipartidismo en la política colombiana a partir de la constitución de 1991, mucha agua ha pasado por debajo del puente democrático nuestro. El gran primer fraccionado fue el partido liberal, cuando, como consecuencia del descrédito de la narco-financiación de Samper en 1994, se movió arrepentido alrededor de la candidatura de Andrés Pastrana y lo elegimos presidente en el 98.

La persistencia liberal de hacer elegir a Horacio Serpa, el espadachín defensor del tristemente célebre narco-gobierno, llevó a que lo moliera la propuesta de Álvaro Uribe, de estirpe liberal, pero quien presentó su candidatura por fuera de su partido. Ella incluía darle fortaleza al régimen para derrotar a la guerrilla, que había desaprovechado la mano tendida de Pastrana, y quien había puesto en manos del gobierno que lo sucediera los importantes recursos financieros y técnicos logrados por los acuerdos con los Estados Unidos. Uribe logró que una buena parte del descuartizado partido liberal se uniera al partido conservador y a la opinión pública, siempre atenta a intervenir en materia de decisiones presidenciales, para ser elegido en primera vuelta, en un respaldo gigantesco que llenó a Colombia de entusiasmo y confianza en el futuro. Repitió la dosis Uribe en 2006, pero esta vez su segundo contendor fue el sobreviniente líder de izquierda, intelectual y catedrático, Carlos Gaviria, quien con un 22% de votación desplazó a Serpa al tercer lugar -11%-. Aparece la verdadera alternativa de izquierda en sus pretensiones de poder. El cambio, en consecuencia, no apareció de la noche a la mañana.

Ya para el 2010 el escenario se llenó de nuevos protagonistas, con respaldo de nuevos partidos, y enterró en definitiva la inveterada fórmula de que el presidente o era conservador o era liberal. Santos termina siendo el candidato de Uribe por el partido de “U”, quien con enorme popularidad se atribuyó la facultad de escoger candidato en las siguientes tres elecciones y que no tuvo más remedio que prohijarlo, cuando el de sus verdaderas entrañas era Andrés Felipe Arias, encauzado y condenado por la corte suprema de justicia. Los alternativos, Antanas Mockus y Petro -aparece en escena el actual presidente-, suman 31% de la votación, importante cifra que acumula una buena parte de la gente que se sentía aburrida con los tradicionales aspirantes y propuestas de la centroderecha colombiana.

Pese a su elección con el respaldo de Uribe, Santos se aparta radicalmente de los lineamientos políticos de su mentor, y gobierna en vía contraria, montando tolda aparte y abriendo la negociación de un acuerdo de paz con las farc, la fuerza subversiva mayoritaria pero bastante menguada por el programa de seguridad democrática impulsado por los ocho años de gobierno de Uribe.

Cuando le tocó reelegirse, en contra de su voluntad, pero impelido por la reforma constitucional que instituyó la reelección, apenas logró, con bastantes más triquiñuelas e ilícitos que voluntad popular, allanarse el camino para dejarnos en un 2018 otra vez cargado de animadversión hacia la política clientelista que el país conoce ahora como la mermelada, todo un slogan antipartidista.

El curso de los acontecimientos puso a la izquierda nuevamente en la segunda vuelta presidencial en 2018. Esta vez con Gustavo Petro, curtido dirigente, frente a un novato en las lides políticas como lo fue Iván Duque. Y otro seudo-alternativo, Fajardo, con un talante de esos que suman todo lo que no quieren que sea, pero sin ser nada que sea algo, mejor dicho, con un enredo peor que el de unos manís en un cucurucho. Sumaron entre los dos un 49%, capaz de haber logrado una derrota para el candidato de Uribe, quien fue votado por muchos como una opción de esas que dicen no hay más por quien. Así como ganó, así gobernó Duque; el resultado, el más obvio, el fortalecimiento de una alternativa como la de Petro, quien nos gobierna por las fastidiosas dubitaciones de un presidente inexperto y por los desmanes de una clase política sin trascendencia y visión de país.

La tendencia de crecimiento de izquierdas y deterioro de derechas continuó materializándose en el 2022. Petro logra un importante 41% en primera vuelta, frente a un 29 de Rodolfo Hernández, de quien no se supo nunca de qué lado militaba, pero que contó con respaldo de ambas caras del espectro. Ahogado en una muy regular campaña, el candidato de las fuerzas en el poder, Fico Gutiérrez, apenas pisó un 24% y dejó atrás dos décadas de triunfos. Y tenemos entonces lo que hoy vivimos: Petro en el poder.

En suma, el fraccionamiento de la derecha y sus debilidades en el ejercicio del poder, le quitaron bríos para continuar gobernando e hizo posible la llegada de las fuerzas alternativas al gobierno.

Este recuento, que parece evidente, se hace indispensable sobre todo para las nuevas generaciones que quieren participar en política, que no son tolerantes de los desvíos éticos en el ejercicio del poder en cualquiera de sus ramas y que no encuentran justificaciones para la continuidad de nombres en el escenario nacional que no cumplan con expectativas de cambio, ya que lo que observan es que cambiaron para empeorar.

Esperamos gente preparada, confiable, experimentada y éticamente probada, para votar en 2026 a la presidencia. Mientras tanto, ¿Qué hacemos para regionales de 2023? Bueno, ese es otro artículo. Urgente.

Nelson R. Amaya

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