Los ríos tienen un amplio rango de sentidos en las distintas naciones y están ligados a su identidad. Por ello es grato leer la historia de un viaje por el rio Magdalena que se inicia en 1552 y culmina en 1553. Este recorrido se encuentra en la obra del florentino Galeotto Cey; Viaje y descripción de las Indias (1539-1553). Cey viene a América atraído por sus riquezas naturales, pero pronto se encuentra con la dura realidad: la crueldad de los cristianos hacia los nativos, el terror que infundían jaguares y caimanes, la enfermedad y la pobreza de los viejos conquistadores que llegaron a esta parte del mundo “por locura y se quedaron por vergüenza”.
Cey parte de Tunja hacia Vélez y de allí baja por un afluente del gran rio cuyas aguas turbias y de mal olor traen cenizas y azufre. Los indios remando de pie, desnudos y pintados, les parecieron a Cey diablos o almas que llevaban al tormento a través de las aguas que parecen las de la Laguna Estigia de Virgilio y de Dante. Después de navegar varios días llegan hasta un embarcadero en donde hay chozas para almacenar mercaderías. La comida que llevaban este viajero y sus acompañantes estaba compuesta de bizcochos, queso y vino avinagrado que complementaron después con huevos de tortuga y pescado cambiado a los indios por cuchillos y cuentas de vidrio.
Al llegar al rio Grande de la Magdalena le pareció salir de un puerto estrecho y cerrado a un gran mar. “Tiene una anchura de una legua de agua…. Todos estos ríos hasta el mar tienen las orillas cubiertas de bosques grandísimos y las riberas muy altas” afirma el florentino. Los caimanes eran tan abundantes que se recomendaba a los pasajeros de la canoa no hundir sus manos en el rio por el riesgo de perderlas. El agua para tomar se recogía en una vasija que se sumergía en la corriente y se sacaba con prontitud. Los zancudos y murciélagos atormentaban a los europeos en las noches y debían dormir abrasados o enterrados en la arena, aunque ello no les servía de nada. En contraste, los indios dormían desnudos al descubierto como si no los sintieran.
Los pueblos aparecen uno tras otro: Tamalameque, Mompox, Tenerife, Malambo y la Ciénaga Grande, así como muchas otras aldeas con nombres indígenas. En Mompox viven unos sesenta cristianos, nos dice, “y es el mejor y más rico pueblo de aquel rio y el más sano por ser el más elevado de todos.” El viajero se asombra de la voluntad de decenas de cristianos de morar en los pueblos ribereños y vivir de las mercaderías. “No quiero estar allí ni pintado” dice, y ve en el deseo de perdurar allí un vicio que atrapa a la mayoría de quienes prueban esa vida que percibe como “lasciva y licenciosa”.
Galeotto retornó a su tierra natal en 1553 en donde fue criticado y burlado en las calles por retornar pobre de América. El florentino optó según el historiador José Lovera, como muchos seres humanos de todos los tiempos, por escribir sus viajes para mostrar conocimientos ya que no podía ostentar riquezas.
Weildler Guerra Curvelo