Con escándalo de corrupción por semana en el gobierno y con los innumerables disparates y babosadas que Petro dice un día sí y el otro también, para la oposición es un desafío ir más allá de la crítica. Algunas declaraciones, como la de traer gas por cables eléctricos desde Panamá, solo ponen de manifiesto el petardo que tenemos como jefe del gobierno. Otras, sin embargo, como la diatriba contra el Consejo de Estado por prohibirle abusar de la televisión privada y los canales regionales, son muy peligrosas para la democracia y el estado de derecho.
En cualquier caso, con las elecciones parlamentarias y presidenciales ya cerca, es indispensable plantearle al país las soluciones que necesita. No se mal entienda. No digo que haya que abandonar la crítica. La censura del gobierno, de sus actos y sus declaraciones, no solo es necesaria sino un deber. Es indispensable advertir el daño que Petro y su pandilla hacen, que es mucho y en todos los sectores.
Ha llevado al país a enfrentar una policrisis, una crisis múltiple y simultánea como no recuerdo que hayamos tenido. La violencia, la inseguridad y el narcotráfico están disparados y la “paz total” es un rotundo fracaso; las Fuerzas Militares y la Policía, en los huesos; provocaron el colapso del sistema de salud; dejaron morir el programa de Mi Casa Ya, que ayudó a decenas de miles de familias a tener casa propia; la pensional amenaza los ahorros y la vejez de millones de colombianos; importamos gas y estamos cerca de un apagón eléctrico; el carbón y el petróleo, fuentes principales de ingresos del país y de la regiones, bajo ataques permanentes del gobierno; una caída brutal del recaudo tributario y los ingresos de la Nación duramente castigados por el declive del sector minero petrolero, la tributaria y la incertidumbre creada por las agresiones permanentes de Petro contra el empresariado y el sector privado; los gastos de funcionamiento disparados y una nómina casi un 30% mayor al 2022; la deuda pública peor que en pandemia porque el gobierno está desesperado por dinero; un evidente incumplimiento de la regla fiscal; desmantelamiento de la burocracia técnica del Estado para reemplazarla por activistas ignorantes e incapaces; ataque permanente a la carrera diplomática mientras emergen nuevos desafíos geoestratégicos; inagotables escándalos de corrupción; sobornos de congresistas y agresiones sistemáticas a las cortes y a la rama judicial; etc. Hay mil razones que exigen la crítica sin descanso a Petro y su cuadrilla.
En fin, es tal la devastación que dejará Petro que las elecciones de segunda vuelta serán un reflejo de la división nacional entre petrismo y antipetrismo. Más allá del candidato de oposición, será un voto contra Petro y su desastre. No dudo ni un instante de que el candidato del aspirante a tiranito será derrotado de manera contundente.
Hay, sin embargo, algún peligro. Si del centro a la derecha se llega a primera vuelta con dos o tres candidatos, la dispersión del voto puede permitir que las mejores votaciones sean las de la izquierda extrema y la de Claudia López, por ejemplo, o la de Fajardo, si es que ocurriera el milagro de que no se diluya cuando empiece la campaña de verdad como le ocurre siempre. En ese escenario terminaríamos votando por los primeros contra el segundo, con tal de que no sigan en el poder estos energúmenos que hoy anidan en la Casa de Nariño. Estaríamos obligados a elegir una izquierda floja, acomodadiza, invertebrada, para evitar que sigan los malhechores de hoy. Y ese nuevo gobierno no tendría ni la visión ni el carácter indispensables para la reconstrucción del país en el 2026. Porque la tarea del 2026 es esa, la de la reconstrucción nacional.
Para evitar ese escenario desafortunado se requieren tanto unidad como, más allá de las críticas, propuestas concretas sobre las políticas, programas y planes de acción que implementará el nuevo gobierno para la reconstrucción. La política, por tanto, debe hacerse sobre las soluciones a los problemas nacionales. Es la esperanza de un futuro mejor, no el odio, lo que moverá a las mayorías ciudadanas.
Rafael Nieto Loaiza