Estoy seguro que más que amor, todo este boom de lo ‘Pet Friendly’ no es para darle la oportunidad a los dueños de darle más cariño a sus mascotas, es sencillamente el escape a las limitaciones sociales que les trajo haber asumido la responsabilidad de hacerse con un ser vivo. Por eso, la necesidad de llevarlos a sitios en donde claramente las mascotas no están más cómodas que en su propia casa como restaurantes cerrados, centros comerciales, los apartamentos de sus amigos e incluso a paseos de un fin de semana en donde tienen que viajar en avión.
Confieso desde mi más puro sentir que escribo esta columna con un sentimiento de arrepentimiento que me dice que mejor no la debería escribir. Porque si hay un tema que divida tanto como la política, el fútbol y la religión, es el de las mascotas con todo lo que a ellas rodea; la adopción versus la compra y por supuesto, el mundo que en términos de marketing y ‘empatía’ se está convirtiendo en uno ‘Pet Friendly’.
Creo que la industrialización de productos innecesarios para mascotas ha hecho un daño inmenso tanto al animal como a sus dueños, esta industria terminó por humanizar a los perros y gatos, generando una dependencia casi enfermiza entre ambos, desde personas que les dicen hijos, hasta otros tantos que les celebran cumpleaños con gorrito, vela y un montón de ‘amiguitos’ como invitados, donde incluso a veces toca separarlos para que no se ataquen, y por último, algunos más que los llevan al psicólogo o al Spa.
Todo esto, ha hecho que el tema sea tan emocional que quizás quienes lo lean y tengan mascotas piensen que en efecto es un ataque a sus propios hijos, pero tratarlos como lo que no son, es lo que hace que piensen que una mascota deba ir al restaurante, montar en avión y que no pueda estar solo unas cuantas horas en casa.
Antes que me condenen a la guillotina – en la que yo mismo ofrezco mi cabeza- les cuento que tengo dos gatos adoptados, Fergus David un criollito atigrado de casi ocho kilos y Pancake Rosario, en mis palabras “la Carey más linda del mundo”, además, la mayoría de mis amigos tienen la fortuna de tener en sus vidas un perro o un gato que, sin duda, los alegran todos los días. A ellos, les pido su compasión y disculpas si lo sienten personal.
El amor que las personas tienen por sus mascotas, siento decirlo, pero los vuelve ‘haters’ de las personas, por lo menos de aquellas que en todo su derecho opinan que no le gustan los animales, que no quieren mascotas, que se sienten incomodos en el restaurante por los ladridos que no los dejan conversar, que tampoco les gusta que un Bernés de la Montaña viaje en cabina bajo la figura de ‘apoyo emocional’ o incluso a aquellos que prefieren comprar en vez de adoptar.
Claro que entiendo que las aerolíneas deban tener mejores protocolos para que las mascotas que viajen no mueran, no se pierdan y tengan el menor estrés posible. Sin embargo, a menos que sea un viaje por residencia definitiva o parcial ¿Qué necesidad hay de llevar al perro en avión por un fin de semana? Lo hacen por el perro, o más bien, es un acto tremendamente egoísta con él. Tengo serios indicios que no es el perro quien necesita viajar, es el dueño que no puede desprenderse de él.
Y como ese ejemplo hay más, y por haber opinado que los restaurantes sin campo abierto no deberían ser ‘Pet Friendly´, mi cuñada me dijo que yo era “poco empático”, la entiendo, tiene dos perritos divinos; London José y Gru Alexander. Pero, de todos modos, sostengo mi punto, qué necesidad tiene el perro de estar con correa echado a los pies del dueño mientras come ¿No es un plan tremendamente aburrido para un perro que debería estar corriendo en un parque persiguiendo palomas o recogiendo el palo?, qué necesidad hay de llevarlos a caminar a un centro comercial.
Tomar la decisión de comprar o adoptar es un acto de misericordia, pero también es una decisión de vida y una responsabilidad de magnitud. Pero debo decirlo, aunque me cueste algunos amigos y hasta familiares, la responsabilidad es propia y no compartida, todos aquellos quienes no son los dueños, no deben por qué estar atados a ese yugo. Los restaurantes deben ser más de las personas que de las mascotas, igualmente las aerolíneas y sobre todo las casas ajenas.
Decir “no me gusta que a mi casa vengan perritos” considero que no nos hace malas personas, ni poco empáticos, de hecho, pienso que por lo menos hacer la pregunta de “puedo ir con…” Es un acto de delicadeza y respeto, igual que aceptar un NO como respuesta. Lo mismo aplica para no cambiar los planes en función de ellas. No tomárselo personal es ser gente ‘Gente Friendly’.
Juan Camilo Rocha