Daniel, a quien el rey llamaba Baltasar, guardó silencio durante una hora. Estaba inquieto por todos los pensamientos que cruzaban su mente. El rey le dijo: —Baltasar, no te asustes ni del sueño ni de la interpretación. Y Daniel respondió:
—Majestad, ¡cómo me gustaría que este sueño se cumpliera en sus enemigos!
(Daniel 4:19 PDT)
Al escuchar el sueño del rey Nabucodonosor, Daniel permaneció en silencio durante una hora completa. Aunque sabía exactamente lo que debía decir, no habló de inmediato. Se detuvo, reflexionó y evaluó cómo comunicar un mensaje difícil sin causar un dolor innecesario.
Esto demuestra que muchas veces, el silencio no es miedo o pasividad: es prudencia. “Mis queridos hermanos, tengan presente esto: todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar y para enojarse.”
(Santiago 1:19 NVI)
Controlar nuestras palabras, no es tarea fácil… implica ordenar nuestros pensamientos, pues lo que decimos está profundamente ligado a lo que pensamos, y a lo que albergamos en el corazón: “Del corazón salen los malos pensamientos…”
(Mateo 15:19a)
Si no refrenamos nuestra lengua, podemos causar muchos problemas (Santiago 3:5–6). Por eso, la Biblia nos aconseja escuchar primero y hablar después, sin apresurarnos a juzgar una situación que solo vemos parcialmente.
Pensemos en esto ¿Cuántas relaciones se han dañado porque fuimos rápidos para hablar y lentos para escuchar? ¿Cuántos dolores de cabeza evitaríamos si escucháramos antes de responder?
Vivimos en un mundo donde todos deseamos ser escuchados, pero pocos estamos dispuestos a escuchar, la palabra de Dios nos enseña un principio de vida: habla menos, escucha más. Este consejo no solo mejora nuestras relaciones interpersonales, sino que también armoniza nuestra relación con Dios.
La actitud de Daniel nos confronta: ¿Cuántas veces hablamos sin pensar? ¿Cuántas veces decimos la verdad, pero de la forma equivocada?
Daniel calló para reflexionar. Pero también habló cuando llegó el momento esto significa que no se trata de guardar silencio permanentemente, sino de hablar con propósito. “Aun el necio pasa por sabio si guarda silencio…”
(Proverbios 17:28)
Esto es así, porque hablar sin pensar puede destruir relaciones, herir corazones y provocar rupturas que tardan años en sanar. Por ello debemos:
- Reconocer el momento adecuado para callar o hablar
Eclesiastés 3:7 enseña que hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar. Saber cuál es cuál requiere discernimiento espiritual y emocional.
Callar puede evitar una discusión sin sentido. Pero callar demasiado puede generar resentimiento, especialmente en los momentos donde una conversación puede sanar el corazón.
- Tener la humildad de escuchar a otros
Hablamos de más porque creemos que tenemos la razón o porque queremos ser el centro de atención. Aprender a escuchar, nos demanda considerar a los demás como más importantes que nosotros mismos Filipenses 2:3 nos invita a considerar a los demás como más importantes que nosotros mismos. ¿Qué significa esto?
– Escuchar sin interrumpir.
– Valorar las ideas del otro.
– Dejar el ego a un lado.
– Conectar con la necesidad de los demás.
Comprender que muchas personas no quieren consejos. Solo necesitan ser escuchadas. Y cuando interrumpimos o damos respuestas rápidas, enviamos un mensaje claro: “lo que tú dices no es más importante lo que yo pienso”.
- Escuchar intencionalmente
Escuchar requiere atención, paciencia, interés y sobre todo, amor. Filipenses 2:4 nos anima a interesarnos genuinamente en los demás. Porque cuando escuchamos, damos valor al otro. Cuando escuchamos, sanamos. Cuando escuchamos, reflejamos el amor de Cristo.
- No hablar en medio del enojo. Algún tiempo después, pablo dijo a Bernabé: —vamos a visitar otra vez a los hermanos en todas las ciudades donde hemos anunciado el mensaje del señor, para ver cómo están. Bernabé quería llevar con ellos a juan, al que también llamaban marcos; pero a pablo no le pareció conveniente llevarlo, porque marcos los había abandonado en Panfilia y no había seguido con ellos en el trabajo. Fue tan Serio el desacuerdo, que terminaron separándose: Bernabé se llevó a marcos y se embarcó para Chipre. Hechos 15:36-39.
Es mejor retirarnos del lugar del problema, tomarnos un tiempo, respirar profundo, orar a Dios, exponernos a su presencia y consejo, recuperar la tranquilidad y volver a hacer frente a la situación. Por qué, cuando estamos enojados tendemos a decir palabras hirientes, que pueden abrir grietas y generar conflictos con los que nos rodean.
Finalmente, hablar menos es un principio que no solo deberíamos aplicar en nuestras relaciones interpersonales, sino en nuestra manera de comunicarnos con Dios. Ya que, puede pasarnos que vamos a la presencia de Dios y tampoco lo escuchamos a él, simplemente hablamos, nos quejamos, contamos una y otra vez nuestros problemas y le reclamamos, como si Él no lo supiera y conociera todo lo que nos sucede.
El silencio de Daniel nos enseña que no siempre hablar primero es sabiduría. Aun cuando tenía la verdad y conocía el mensaje de Dios, se detuvo, reflexionó y buscó la manera correcta de expresarlo. Su ejemplo nos muestra que la madurez espiritual no está en cuántas palabras decimos, sino en cuántas sabemos callar.

