Ha pasado ya casi un mes desde que esa frase retumbó en nuestros oídos y nos hizo un eco sabroso en los demás sentidos, sin embargo, en este entretanto de tiempo transcurrido investigué para tener más conocimiento y seguridad filosófica y gramatical sobre el alcance e impacto de la palabra dignidad, más allá de lo que le conocía, y yo decía que le conocía bastante porque es un vocablo que admiro mucho.
La escudriñé entonces desde su origen o etimología hasta su trascendencia histórica en comunidades y gobiernos antiguos, en la gestión gubernamental, en el actual curso del activismo político-electoral y en los fenómenos ideológicos, principalmente. Me llama la atención ahora, el uso y abuso que me encontré se ha hecho de la palabra, y además, las diferentes acepciones que tiene y las diferentes interpretaciones que se le han dado hasta el punto, que hoy, de acuerdo con la circunstancias sociales y políticas, se le dan significados y contenidos éticos, morales y casi religiosos.
En fin, es una palabra que en la forma y momento que la usó la Dra. Francia Márquez, no solo trascendió como propuesta de un modelo de vida para el pueblo colombiano, sino que asumió un aire de esperanza, de respeto y reivindicación.
Siento que no la usó simplemente para motivar un cambio de actitud, sino también de conciencia y mentalidad. La usó para que sepas tú, ciudadano común y corriente, que vales infinito cómo persona, que eres importante por lo que puedes decidir pero que debes obligadamente, junto a tu ser interior, decidir bien, de manera voluntaria y libremente.
La usó para que como seres humanos no permitamos más que nos les pongan precio o moneticen nuestros derechos. La usó, y espero que sea así, para mostrarte tu unicidad, tu particularidad y a la vez tu espacio en la sociedad soñada: honesta, respetuosa y colaborativa.
Asiento la seguridad de mi convencimiento por el seguimiento que he hecho a los últimos 10 actos de posesión presidencial y por eso digo, sin el ánimo de desdecir de otras locuciones, que jamás se había dicho una expresión de tanta valía humana y tanta compenetración con los seres de carne y hueso en un acto de estos como esa que dijo la Dra. Francia Márquez Mina al momento de su toma de juramento y asunción como Vicepresidenta de Colombia, y la dijo, sentí yo, con honor, fuerza y convicción.
Frente a esta sentencia de la Sra. Vicepresidenta, que reivindica la vida, nos toca rememorar algunas de las muchas frases o expresiones que se han dicho en estos actos y que quedan como un referente para los 4 años de mandato constitucional, pero la mayoría, al final de esos periodos de gobierno han quedado para la historia solo como sujeto de recordación y para identificar la responsabilidad o el mandato de quién las expresó y generalmente, al hacer inventario de resultados, encontramos que fueron periodos inanes, y además, sin indicadores que digan «cumplió su sentencia».
Para precisar recordemos algunas expresiones emitidas: por ejemplo, «cambiamos o nos cambian» al posesionarse un presidente del senado; «bienvenidos al futuro; «trabajar, trabajar y trabajar»; «arranca la locomotora de las oportunidades». Estas fueron expresiones estéticas, cautivadoras en el momento de su lanzamiento; de reivindicación política más que social y nada humana; rimbombantes y sonoras pero vacías en la relación profunda con los seres humanos y su dignidad porque no representaban ni desarrollo humano, ni valor social sino oropel para la sociedad.
Así se vivieron esos periodos de gobierno de cada mandatario que izó su frase como identidad, y al final quedaron como un titular de “una revista del corazón” porque no cumplieron con la intención.
Volviendo al contenido de la frase de la vicepresidenta, sino se es cuidadoso al interpretarla o entenderla por el momento y las circunstancias en que la dijo, cualquiera puede asociar la expresión y las palabras como una reivindicación clasista o de venganza, como si quisiera decir: “durante los más de 200 años de gobiernos en Colombia se ha actuado con supremacía y desprecio por las minorías y por los habitantes de las orillas, humillándolos, violentando sus derechos con lesiones físicas y lesiones del alma”, porque propalaron las indignas costumbres, por ejemplo, de manejar el tráfico de influencias y “el peaje” para cumplirle, en el sector público, lo que requiere un ciudadano y que se debe solucionar legalmente, sin tropiezos, de manera normal y eficientemente; de degradar la meritocracia a una «negociación» de cargos por los votos, cual miserable mercancía, y de paso subyugar personas y familias, y así fabricaron infames costumbres, y otras muchas formas corruptas más.
Entonces, para que se convierta en hábito lo bueno, lo normal, lo legal, lo honesto, lo solidario, el respeto, la anticorrupción, la tolerancia, la aceptación del uno por el otro así pensemos distintos, la libertad de consignar mi voto sin dádivas, y para que por todo eso y más nos dejen vivir en paz y libres de ignominias, va a luchar la vicepresidenta, según expresó al momento de “jurar cumplir fielmente la constitución y las leyes”.
Bueno, ahora si comprendo lo de “vivir sabroso”, y lo entiendo así: si nosotros alcanzamos como sociedad esa normalidad de todo legal con el máximo ético y el respeto por todo, quiere decir que construimos dignidad y así sí la podemos atesorar de manera permanente hasta que se haga costumbre. ¡Que Dios permita algún día hacer realidad este sueño!
Rodrigo Daza Cárdenas