Recuerdo que Jaime Molina, cuando estaba borracho, ponía esta condición: que si yo moría primero él me hacía un retrato o si él moría primero yo le sacaba un son. Ahora, prefiero la condición que él me hiciera el retrato y no sacarle el son…»
Esta hermosa despedida a un entrañable amigo, el pintor patillalero Jaime Molina, es quizás la composición que mejor refleja la personalidad del maestro Rafael Calixto Escalona Martínez. Un hombre sencillo, parrandero, humilde, generoso y fiel a sus amigos hasta el extremo de llegar a preferir su propia muerte antes de tener que soportar la partida de cualquiera de ellos.
Así, con esta primigenia protesta contra los designios del destino que determinaron que primero debía morir el amigo, mostraba Rafa a todo el mundo hasta dónde podía llegar el cariño, el aprecio y la lealtad que entre verdaderos amigos puede cultivarse. Eso, amistad, amor, cariño, lealtad, fidelidad y muchísimas otras virtudes que esparramaba el compositor vallenato en cada una de sus composiciones, es el eterno legado que hoy nos deja.
Valledupar, Patillal, El Molino, Villanueva, La Jagua, Urumita, San Juan del Cesar y, en fin, todos esos pueblos que conforman la Provincia de Padilla, hoy están de luto y lloran sin consolación la partida de su máximo juglar. Y es que saber que ya no se volverá a escuchar una nueva composición del maestro Escalona ni se volverá a sentir su presencia y compañía en el Festival Vallenato, ni en los festivales, ni en las galleras de los otros pueblos cesarenses y guajiros, es un dolor y una tragedia que sólo podría describir Gabriel García Márquez en su prosa macondiana.
Pero, bueno, no todo debería ser luto, pesar y congoja. También nos debería reconfortar el alma saber que Rafa escogió esta fecha para despedirse, precisamente el día de la Virgen María, porque él no es pendejo y quería llegar al Cielo en día muy especial. Él sabía que hoy tendrían armada por esos lares cipote parranda y quería que a su llegada allá fuera recibido con el mismo tropel y entusiasmo con que lo recibían en su amada tierra. Me imagino que el recibimiento que le tienen preparado sus amigos debe ser para alquilar balcón: yo alcanzo a divisar la entrada al Cielo adornada con un gigantesco pasacalle que pintó hoy Jaime Molina y que tiene un letrero bien grande que reza: «Bienvenido, compadre Rafa».
El pasacalle está iluminado por un sicodélico arco iris, se ven flores pintadas, dos mariposas y un pajarito, un enjambre de golondrinas, dos ríos igualiticos al Cesar y al Guatapurí, unas matas blanquitas de algodón, un lote de novillos blancos muy gordos, un hermoso gallo chino pico carey y, bueno, no hay espacio para terminar de describir el cuadro de Molina. Veo también en la puerta de entrada a Pedro Castro Monsalvo y a Alfonso López Michelsen, con sus impecables guayaberas blancas y vasos de whisky en sus manos derechas; a la comadre Consuelo y a la Vieja Sara con sus anchas naguas floreadas y sus ramitos de azucena terciados en sus orejas izquierdas. Jaime Molina todavía está engarabitado dando los últimos retoques al cuadro de bienvenida y por allá, al final, veo a Rabanito con un jerrejerre debajo del sobaco y a Toño Manjarrés con una cerveza en su mano izquierda y un gallo jabao en su mano derecha.
Bueno, Rafa, gracias por todo lo que nos diste. Gracias, una y otra vez, y con nuestro corazón en la mano le pedimos a Nuestro Señor que te reciba en su seno como al hombre bueno y honesto que siempre fuiste.
Luis Carlos Manjarrés