HAY QUE SER TOLERANTES, PERO NO SER CÓMPLICES.

Cada vez se hace más difícil comprendernos entre nosotros y aceptarnos como somos. Nos hace falta caminar mucho trecho para empezar a integrarnos, para luchar juntos por la solución de nuestras carencias, angustias y necesidades sociales, integrarnos aceptando las virtudes y los defectos de todos en medio de las divergencias y desde la tolerancia.

Pero claro, asumir tal actitud necesita de un esfuerzo que sea superior a nuestra misma idiosincrasia. De otra manera no será posible que luchemos juntos y de manera civilizada para reclamar lo que nos pertenece como sociedad.

No lo voy a negar, hablar de tolerancia me crea una disyuntiva, lo digo sinceramente. no sé si todavía se justifique o si es necesario seguir insistiendo. Estamos llegando a unos límites en los cuales ya se hace imposible opinar, porque cada vez es más evidente que todo el que no esté de acuerdo con mi opinión es mi enemigo.

Y así no es. ¿Por qué entonces cuál es el sentido del artículo 20 de la Constitución?

Dicho artículo reconoce la libertad de expresión en el sentido de que “Se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones…”

Y resulta razonable que sea así, sin necesidad de dar más explicaciones.

La tolerancia es la convivencia, es aceptar al otro como es; por el solo hecho de tratarse de una persona, sin importar la edad, raza, género, oficio, sin importar nada, sino por el solo hecho de ser una persona.

Y por ese solo hecho hay que respetar a las personas en lo que piensan, dicen o hacen siempre que el objeto y la causa sean lícitos, aunque no estemos de acuerdo. Porque tenemos los mismos derechos. Nadie tiene más derechos que nadie.

Está bien, y estoy de acuerdo, que nuestras opiniones tienen que ganarse el respeto de los demás. Pero eso no impide que podamos expresarnos las veces que queramos, sin importar que a los demás les guste o no les guste.

Vivimos en una sociedad democrática, y como tal nos exige altos niveles de tolerancia para que todos podamos caber; las ideologías no pueden estar por encima de las consideraciones humanas.

No puede ser que una persona quede en condiciones de riesgo porque piense distinto, o practique otra fe, o pertenezca a un partido o movimiento político diferente. Algunos no han querido entender que en la diversidad es que se construye y se avanza para que la sociedad progrese.

El fanatismo y la violencia no son ninguna ayuda.

La democracia se fortalece con la tolerancia y por eso es necesario promover el debate de las ideas y aceptar el pensamiento diferente, aprender a respetar al que no está de acuerdo. La vida no progresa con el odio y el desprecio sino a partir de la convivencia.

No podemos seguir el camino de los que estigmatizan o calumnian para lograr sus propósitos, o acaban de cualquier manera con los que consideran sus rivales sin importarles el daño que les puedan causar. Ellos promueven la ira, el odio y la venganza para sacar sus ventajas.

Tenemos que cuidar esta democracia que ha costado tanto trabajo y que ha sacrificado tantas vidas. Y lo principal es no dejarnos incitar a la violencia, para seguir construyendo entre todos una sociedad más abierta y plural.

Hace poco publicaba una opinión en mi cuenta de Twitter en la cual expresaba que no importa si bendicen o no la unión de parejas del mismo sexo, porque al final de qué sirve la bendición de las parejas heterosexuales si ellas acaban con la humanidad, en estricto sentido lo que importa es que vivan su vida sin causarle daño a nadie; y eso tiene que ver con la tolerancia, de lado y lado. Viva su vida y deje vivir la de los demás. En la fe católica es amar a DIOS sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.

Sin embargo, lo que observamos por todas partes, todos los días, es que se atropellan los derechos de las personas ya sea por su opinión, ideología, etnia, género, orientación sexual, condición socioeconómica, etcétera. Y ahora, como lo hemos visto, hasta los gobernantes que deben dar ejemplo atropellan por la nacionalidad.

Con razón los ojos solo miran para afuera.

Y lo mismo pasa cuando se denuncian los abusos y las malas decisiones de los gobiernos. Porque enseguida aparece el que descalifica para defender sus intereses personales, o busca la forma de levantar un falso testimonio para quitarle fuerza a la denuncia.

Le caen con furia al que pone en evidencia una deficiencia del gobierno nacional o territorial, o expone la falta de gestión para resolver un problema de la gente.

Ser tolerante no es igual a ser cómplice; una cosa es aceptar las diferencias y otra muy distinta es promover o apoyar las decisiones que afectan o causan daño a la sociedad. Es decir, la tolerancia no es dejar de criticar para disfrutar de las ventajas, sino ser objetivo para exponer las razones respetando las opiniones ajenas. No es callar para aceptar las diferencias.

Dijo el reconocido filósofo alemán Arthur Schopenhauer, máximo representante del pesimismo filosófico, ​​ y de los primeros en manifestarse abiertamente como ateo, que «lo que más odia el rebaño es a aquel que piensa distinto. Y no es tanto su opinión en sí, como la osadía de querer pensar por sí mismo. Algo que ellos no saben hacer».

En todas las latitudes del país se vive un ambiente de extrema polarización, de falta de respeto y arrogancia, que en algunos casos termina con la eliminación del rival, porque el otro no tiene el mismo derecho, según el criterio de algunos.

En el caso particular de La Guajira, hay que decirlo, nadie ha dicho nunca nada para expresar su inconformidad ante el atropello del que siempre han sido víctimas los más pobres, los más necesitados, los alejados del poder. Porque nos acostumbramos a aceptar que el que gobierne lo hará para su propio beneficio.

Pero si alguien intenta poner en evidencia los problemas, o señalar a los que se aprovechan, entonces aparecen los que fustigan y descalifican a todo el que se atreve a denunciar o expresar públicamente su inconformidad, pero es porque ven amenazados sus intereses.

Nadie puede hablar porque aparecen los francotiradores con sus escopetas de regaderas disparando a todo lo que se mueva. Como si se estuviera editando de nuevo el pensamiento de la extinta revista Alternativa: “Atreverse a pensar es empezar a luchar”.

Así no es.

Hay que bajar los ánimos y hacer un esfuerzo de objetividad, respetando las opiniones ajenas, aunque no estén de acuerdo con las opiniones nuestras.

Luís Alonso Colmenares Rodríguez

@LcolmenaresR

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