Nunca pensó Sara María Baquero Salas que de su relación con Cristóbal Zuleta Bermúdez nacería un genial hombre llamado Emiliano Antonio Zuleta Baquero, quien pudo, al tiempo que labraba la tierra, construir un mundo musical distinto al de sus contemporáneos, que serviría luego para musicalizar tierras inhóspitas, que supieron de su presencia y lo posicionaron como un trovador cuya juglaría serviría de soporte para un naciente movimiento artístico, que hoy sirve de base, en la defensa de la cultura musical de la Patria.
Menos se le llegó a ocurrir a Pureza del Carmen Díaz Daza que ella sería un vientre bendecido por la naturaleza musical, al brindarle al vallenato unos hijos que le pondrían un punto alto a la construcción, divulgación y posicionamiento de ese género musical, que al lugar donde llegan nos alientan el espíritu. Es por ello que «cuando un Zuleta canta y toca» trae con ello todo un legado que tiene vertientes que nutren este proceso musical, que trascendió de lo rural y hoy se pasea por las grandes urbes. Pero, ¿Quiénes son esos pilares que nacieron en La Guajira, en un pueblito humilde, lleno de campesinos labradores de la tierra, conocido como Villanueva y que viaja con el remoquete de ser el epicentro del Cuna de Acordeones y que hace parte junto a Él Plan y La Jagua del Pilar– de la gran ruta del marquesote, por donde han transitado muchas generaciones que han contribuido a la construcción y consolidación del vallenato como música y alma de una nación como la nuestra? En el 2016, el Festival de la Leyenda Vallenata decidió rendirle un homenaje a Emiliano Alcides y Tomás Alfonso, los reconocidos Hermanos Zuleta Díaz, de quienes se puede decir que esa vida intensa que han vivido se la han dedicado por completo a vivir para la música vallenata.
El primero revolucionó los sonidos existentes del acordeón con nuevas armonías, al crear nuevas visiones que lo ubican, al tiempo como creador de excelsas obras vallenatas, en un punto excepcional de la creatividad musical, hecho que puso a pensar a más de un ortodoxo frente a quién estábamos. El segundo, con su canto, guacharaca y sus composiciones decidió modelar un nuevo mundo de la interpretación vallenata, cuyo tinte campesino local predominaba. Logran Poncho y Emilianito consolidar una nueva ruta para la música vallenata, con un mayor sentido de pertenencia y un lenguaje apegado a las raíces de la provincia, pero ante todo con unas inmensas ganas de lograr ser reconocidos por su arte.
Hoy por lo menos han transcurrido más de cuatro décadas, en la que ellos decidieron ponerse al pecho un acordeón y lanzar a los cuatro vientos un canto, con el natural llamado que hace nuestra tierra a sus privilegiados gladiadores musicales. Es mucho lo que se puede decir sobre los hermanos Poncho y Emilianito. Nacieron y despertaron al compás de unos acordeones que bendijeron ese momento. Crecieron escuchando música en su casa, en la finca, en la esquina de su pueblo natal, en el bautizo, en el entierro, en la contienda de versos. Ellos no tenían otra salida que ser eso que con orgullo son: músicos de tiempo completo.
Sobre Poncho puedo decir que es un cantor de reconocida solvencia vocal, cuyo timbre guajiro viene de los viejos palabreros wayuu, cuya incidencia gutural se evidencia cuando su voz trasciende a unos tonos inimaginables en el mundo vallenato. Esa picardía unida a lo melódico son fortalezas que han prevalecido en su actividad artística. Una parranda con su presencia es a otro precio. No hay en el vallenato artista alguno que avive el espíritu como él. Su memoria privilegiada reconstruye y entrelaza tiempos de una manera prodigiosa. Con Poncho se vive la verdadera historia de los cantos vallenatos. Sabe de dónde y cómo se construyó la melodía o la letra de la más encopetada de las obras nuestras. Él es un libro abierto que puede contar durante horas y horas cómo es que le cae el agua al molino. Qué obra es o no del autor y compositor que la firma. Y tiene que ser así, ya que su casa era una especie de punto de encuentro, al que casi de manera obligada llegaban los nuevos, los desconocidos y los ya renombrados hombres ejecutantes del acordeón.
Si por los lados del cantor todo está circunscrito a la palabra viva, no es menos lo que hace su hermano Emilianito cada vez que enciende su acordeón de notas gruesas que saben a él, que nacieron en variados tiempos, pero que con su presencia logró un ribete distinto. Convencidos estamos los que vivimos de cerca todo lo hecho por ese revolucionario del acordeón, que puso un punto tan alto que, pese al paso del tiempo que todo lo vence, cada vez que el acordeón siente los dedos de Emilianito se alegra y, de paso, nos hacer vivir los mejores momentos.
Emilianito, así como es de exquisito con la ejecución de su instrumento, sin proponérselo, logró estar en las grandes ligas como autor/compositor. Su obra ha logrado trascender de tal manera, que les compite a sus contemporáneos, en un sitial de honor, en el complejo listado de los mejores. Si bien es cierto que La gota fría es un canto legendario de su padre Emiliano, el cual le dio la madurez a la modalidad de la piquería, no es menos cierto que Mi hermano y yo, de su hijo Emilianito, es un canto rodeado de clasicismo, que desnuda el alma del artista, en cualquier género en donde desarrolle su actividad, y que ha refrendado la calidad artística que rodea a esos hermanos, que heredaron todo ese mundo de la música, que sin lugar a dudas hicieron más grande el sendero del vallenato con lo que recibieron de generaciones anteriores. Ellos no necesitan de nada distinto a lo que el pueblo colombiano, amante del vallenato, ha podido hacer con su obra durante todo este tiempo en que no han hecho más que quererlos, aplaudirlos, seguirlos y sellar en un fuerte aplauso nacional lo mucho que ellos significan para la cultura musical nuestra.
Nada es color de rosa en la vida humana. Y en esto del arte son muchas las dificultades que les ha tocado sortear. Poncho y Emilianito son un vivo ejemplo de la lucha contra la adversidad, y de superación ante tantos obstáculos que solo con talento se pueden vencer. Para lograr el primer grupo ganador de la categoría aficionado en el Festival Vallenato 1969, les tocó salir de Tunja, donde estudiaban bachillerato, y después de dos días de transitar en un bus llegaron al concurso para alzarse con el triunfo. ¿Qué decir del primer Grammy para el vallenato? Pese a estar disgustados esos dos hermanos, la fuerza natural de su música les hizo obtener ese triunfo mundial. ¿Qué decir de tantos congós, discos de oro, platino y, ante todo, ese cariño que permanece por parte de los diversos estratos sociales de nuestra nación? Pese a sus errores, como cualquier ser humano, los Zuleta Díaz se levantan orgullosos de ser dignos representantes de su tierra guajira y del vallenato, Poncho y Emilianito son irrepetibles, cuyo molde, en un arranque de profunda humildad, fue entregado por su señora madre al Dios revolucionario de la música, para que este se lo entregara a los hacedores de las buenas canciones e interpretaciones y le diera vida, en cada tiempo que él quisiera, a los nuevos talentos, para no dejar morir nuestra música vallenata.
Félix Carrillo Hinojosa – FERCAHINO