ÍDOLOS ESCONDIDOS EN EL CORAZÓN

Ezequiel Capitulo 8

Entonces Dios me dijo: «Mira a los jefes de Israel. ¡Allí los tienes, cada uno adorando en secreto a su propio ídolo! Ellos creen que he abandonado el país, y por eso piensan que no los veo. Ezequiel 8:12

En este capítulo Dios le muestra a Ezequiel en diferentes ocasiones y escenarios como el pueblo de Israel rendía culto a sus ídolos y a otros dioses, provocando el celo y el enojo de Dios.

Para poder desarrollar esta reflexión, en primer lugar, es necesario precisar el significado de la palabra Ídolo: figura o imagen que representa a un ser sobrenatural y al que se adora y se rinde culto como si fuera la divinidad misma. Pero además significa: persona o cosa por la que se siente un amor o admiración excesivos.

Precisamente este verso de Ezequiel expresa que los jefes de Israel adoraban cada uno a su propio ídolo de manera secreta, esto parafraseando es como tener ídolos personalizados y ocultos, es decir cada quien pudiera rendir adoración a algo distinto.

En contraste con el pueblo de Israel, hoy no necesitamos hacer una estatua de oro (Éxodo 32) para ser idólatras, podríamos estar cayendo en ello sin darnos cuenta. Los ídolos no son sólo imágenes u objetos de madera y piedra, es todo aquello que llevamos al lugar más alto en nuestra vida, aquello a lo que le otorgamos una mayor devoción y reverencia (personas, objetos o ideas) que, a Dios, justo en ese momento estamos siendo idolatras y la palabra es clara, Dios no comparte su gloria con nadie. Isaías 42:8 Yo soy el Señor; ¡ese es mi nombre! No entrego a otros mi gloria, ni mi alabanza a los ídolos.

El primer mandamiento que nuestro Señor nos envió es amar a Dios sobre todas las cosas, no algunas sino TODAS (Mateo 22:37-38), pero poco a poco lo vamos desplazando de ese primer lugar por ídolos modernos como amuletos, fetiches, reliquias, la vanidad, el narcisismo, el amor al dinero, el éxito, el placer, nuestra pareja, artistas de televisión, músicos, predicadores, youtubers, el empleo y muchas cosas más. Cuando las entronizamos en nuestro ser estas cosas terminan esclavizándonos, corrompiéndonos y deshumanizándonos.

La idolatría siempre nos llevará a dudar de la existencia de Dios y de su soberanía sobre nuestra vida, por lo que empezamos a poner nuestra fe en alguien o en algo más, cambiando la verdad de Dios por una mentira a nuestra medida.

Romanos 1:25 Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a los seres creados antes que, al Creador, quien es bendito por siempre. Amén.

Recordando el verso de Ezequiel que está líneas arriba dice “creen que he abandonado el país y por eso piensan que nos los veo”. Dios no se ha ido a ninguna parte, Él es omnipresente, sencillamente a veces somos como Tomás el discípulo de Jesús (Juan 20:24-29) que expresó: Mientras no vea yo la marca de los clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y mi mano en su costado, no lo creeré. Cuando nuestro corazón comienza a dudar abrimos la puerta a la idolatría y cambiamos la verdad por la mentira, lo real por lo incierto, lo eterno por lo efímero.

No podemos seguir engañándonos a nosotros mismos, es necesario escudriñar nuestro interior y ver si tenemos ídolos personalizados que adoramos en lo secreto, a quienes estamos entregando nuestra confianza y seguridad.

Es posible que hoy tengamos ídolos ocultos en el corazón y no nos hayamos dado cuenta, porque son sutiles. Al respecto, Dios nos demanda un amor total y adoración completa. Si hay otros amores en nuestro corazón a los que les damos mayor atención, tiempo y servicio, entonces esos son ídolos que nuestro corazón siempre buscará satisfacer y están ocupando el lugar de Dios.

Cuando leía este capítulo me imaginaba la tristeza que estaba sintiendo Dios viendo la infidelidad de su pueblo, imagínate que tu esposo o esposa a quien tanto amas tenga otra pareja, ¿qué sentirías? O en caso contrario ¿te gustaría provocar esa clase de dolor en aquel a quien dices que amas? Eso mismo en mayor escala debe sentir Dios cuando nosotros de manera consciente o inconsciente lo desplazamos del trono de nuestro corazón.

¿Cómo reconocer entonces si tenemos un ídolo escondido en el corazón?

Cuando el objeto, cosa, o persona de tu adoración faltan, sientes desdicha, tristeza o infelicidad; llegas al punto de pensar que no puedes vivir sin eso que has usado por tanto tiempo para cubrir un vacío que solo Dios puede llenar. Un ejemplo de ello lo vemos en la siguiente historia:

Raquel era una mujer hermosa que enamoró a Jacob con su gracia al punto que este trabajó 14 años para poder casarse con ella. Génesis 29: 20-29 Así que Jacob trabajó siete años para poder casarse con Raquel, pero como estaba muy enamorado de ella le pareció poco tiempo. Entonces Jacob le dijo a Labán: —Ya he cumplido con el tiempo pactado. Dame mi mujer para que me case con ella. Pero, cuando llegó la noche, tomó a su hija Lea y se la entregó a Jacob, y Jacob se acostó con ella. Además, como Lea tenía una criada que se llamaba Zilpá, Labán se la dio, para que la atendiera. A la mañana siguiente, Jacob se dio cuenta de que había estado con Lea, y le reclamó a Labán: —¿Qué me has hecho? ¿Acaso no trabajé contigo para casarme con Raquel? ¿Por qué me has engañado? Labán le contestó: —La costumbre en nuestro país es casar primero a la mayor y luego a la menor. Por eso, cumple ahora con la semana nupcial de esta, y por siete años más de trabajo te daré la otra. Así lo hizo Jacob y, cuando terminó la semana nupcial de la primera, Labán le entregó a Raquel por esposa.

Parecía que Raquel lo tenía todo, un marido que daba la vida por ella, tenía riquezas, belleza, pero había algo que no tenía, la hacía infeliz y la atormentaba, no podía tener hijos y debía ver como su hermana le daba hijos al hombre de su vida, podemos imaginar lo que sentía Raquel, que frustrante debía ser para ella que los hijos de otra atrajeran la atención de su marido.

Había un ídolo que hacía que su corazón y su vida estuvieran cautivas, su deseo de darle hijos a Jacob. Esto y todo lo que representaba era algo que esclavizaba por completo su espíritu. Génesis 30:12. Cuando Raquel se dio cuenta de que no le podía dar hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana y le dijo a Jacob: —¡Dame hijos! Si no me los das, ¡me muero! Pero Jacob se enojó muchísimo con ella y le dijo: —¿Acaso crees que soy Dios? ¡Es él quien te ha hecho estéril!

Raquel se obsesionó con ser madre, vivía en función de ello, en una competencia constante con su hermana, era algo que consumía su alma, de ello dependía su bienestar, seguridad y felicidad. Esto la llevo a perder su perspectiva, al punto de motivar a su esposo a acostarse con su criada para cumplir con su objetivo, finalmente Dios en su soberanía le concedió el tener un hijo, pero su corazón estaba tan atado a esta necesidad que no se conformó con uno, sino que quiso otro (Génesis 30:24) y así fue como murió dando a luz a su último hijo, allí quedó su belleza, su gracia, y el amor de Jacob por ella. Esta mujer que moría por un hijo, literalmente perdió su vida cumpliendo su deseo (Génesis 35:16-18)

Lo que ocurrió en el corazón de la protagonista de esta historia bíblica podría pasarte a ti o a mí,  por esto no podemos confiarnos, nuestro corazón es engañoso (Jeremías 17:9) y puede estar escondiendo ídolos, pues, él siempre está anhelando lo que no tiene, coqueteando con lo que puede llegar a ser y no es, y no es que esté mal desear estar mejor de lo que hoy; sin embargo, es peligroso cuando esas cosas se convierten en aquello que determina nuestro gozo, paz, satisfacción, seguridad o felicidad.

Los pequeños faltantes pueden estar operando como un dios o un pequeño ídolo en nuestro corazón. Tal vez pensemos que no estamos tan “graves” como Raquel que literalmente le dijo a su marido que si no le daba hijos se moría, pero hay una clase de idolatría tan sutil y delicada escondida en el corazón que puede tomar cualquier apariencia, puede que esos ídolos no sean claramente despreciables como los del pueblo de Israel, pero ciertamente estos pueden tener un aspecto meritorio, benigno, virtuoso o piadoso y si estamos dispuestos a pecar para alcanzarlo, entonces estos deseos en definitiva están tomando el lugar de Dios y estamos siendo idólatras.

¿Qué hacer para deshacernos de los ídolos ocultos?

  1. Identifica a que cosas se inclina tu corazón.  Salmos 119:112 Inclino mi corazón a cumplir tus decretos para siempre y hasta el fin. El corazón siempre tiene sus propios intereses, las riquezas, ciertas personas, hábitos que me cuesta dejar, etc. Son muchos los pensamientos, deseos, emociones, actitudes y acciones que pueden inclinarnos a hacer lo incorrecto, por ello debemos examinar nuestras inclinaciones día a día, para enderezar lo que esté torcido. Lo cierto es, que nuestra inclinación debería ser cumplir los mandatos de Dios, ya que no podemos servir a dos señores. (Mateo 6:24).
  2. Pidamos ayuda a Dios. Lucas 22:46 ¿Por qué están durmiendo?—Les exhortó— Levántense y oren para que no caigan en tentación. Debemos pedir a Dios en oración que nos ayude a resistir y nos libre de la tentación de caer en la idolatría, que su Espíritu Santo nos revele si hay algo de esto en nosotros, que nos enseñe a examinarnos de manera objetiva. Para entonces estar en guardia, porque que el enemigo conoce nuestras debilidades, a veces incluso mejor que nosotros mismos y no desperdiciara la ocasión de hacernos caer, pero cuando tenemos identificadas nuestras inclinaciones nos anticiparemos a sus planes. Salmo 121:3 No permitirá que tu pie resbale; jamás duerme el que te cuida.
  3. Confiemos en el pronto auxilio de Dios. (Samos 46:1-3). Mateo 28:20b Y sepan ustedes que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo. Confiar en Dios en medio de la dificultad la mayoría de veces resulta difícil, a veces creemos como el pueblo de Israel que se ha ido de la ciudad, que no nos escucha, que no ve nuestro dolor o lo ve y no hace nada para evitarlo, esta es la mayor mentira y una de las mayores causas por las que comenzamos a constituir ídolos en nuestro corazón. La verdad es que Él, pelea nuestras batallas (2 Crónicas 32:8), nos da la victoria (1 Corintios 15:57) y no dejará para siempre caído al justo (Salmos 55:22).
  4. Erradicarlos con armas espirituales. Romanos 8: 13 Si viven de acuerdo con la mentalidad humana, morirán para siempre, pero si usan el poder del Espíritu para dejar de hacer maldades, vivirán para siempre. Este indiscutiblemente es un trabajo que no se puede hacer en lo natural, sino en lo espiritual; es decir, haciendo uso de la oración, confesión y el arrepentimiento. Ponernos a cuentas con Dios, hará que su gracia nos liberte. Hebreos 4: 13 No hay nada creado en el mundo que se pueda esconder de Dios; todo está desnudo y expuesto a su vista. Es a él a quien tendremos que rendirle cuentas de nuestra vida.

Finalmente, vivir sin ídolos ocultos en el corazón requiere que nos consagremos totalmente a Dios. Lucas 10:38-42 Mientras iba de camino con sus discípulos, Jesús entró en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba lo que él decía. Marta, por su parte, se sentía abrumada porque tenía mucho que hacer. Así que se acercó a él y le dijo: —Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo sola? ¡Dile que me ayude! —Marta, Marta —le contestó Jesús—, estás inquieta y preocupada por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará.

Marta es un ejemplo de nuestra vida, ocupada y saturada de muchas cosas que nos menguan tiempo para un encuentro con Jesús. Devolvámosle hoy el primer lugar del trono de nuestro corazón a Dios, pidamos a su Espíritu Santo que nos revele si tenemos ídolos escondidos para poder erradicarlos. Es tiempo de restituir a Dios la adoración, alabanza, devoción, confianza, honra, estima y obediencia absoluta. Regocijémonos y deleitémonos en Él, invoquémoslo con acción de gracias y seamos sensibles con las cosas que le agradan y las que no, para no entristecerlo.

Deleitarnos en Dios hará que soltemos cualquier ídolo, reconociendo que no hay nada mejor para nuestra alma. Él es nuestra fuente de todo bien. Nada más extraordinario que conocerlo, no hay placer mayor que adorarlo, ni nada más dulce que su amor.

Vicky Pinedo 

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