En cada momento de la vida nos invaden ciertos objetos, criterios y conceptos que van construyendo dentro de nosotros un sinnúmero de modelos personales y sociales para la existencia. Algunos se quedan pegados por siempre en la memoria, unos subconscientes y otros perceptibles a diario y con gran influencia en nuestro actuar.
Las muñecas y las pistolas son uno de esos patrones interesantes de analizar. Construyeron en nuestra infancia una diferencia de género atávica: los hombres, a pelear; las mujeres, a criar hijos. Las generaciones de hoy han hecho toda una colección surrealista de críticas al respecto, algunas extremas, otras ciertas, para decir que desde la cuna nos han inducido a la guerra y no a la paz, y que las mujeres deben dejar de ser instrumento de gestación para pasar a ser las comandantes del estado.
Lo cierto es que el cambio fundamental que promueve la eliminación de la belicosidad no se ha logrado, ni siquiera se asoma la intención de buscarlo. Este debiera formar parte de los conceptos de la educación: enseñar desde niños a deliberar y argumentar para reemplazar la confrontación física, aceptar derrotas intelectuales como aprendizaje y celebrar victorias con humildad. Las guerras siguen en todo el mundo; nadie se escapa de la ambición de volverse emperador, aun en las democracias más maduras.
Las mujeres han ganado espacios en todos los ámbitos de la sociedad. Desde primeras ministras hasta científicas destacadas y astronautas, ellas también se echan a cuestas morrales repletos de tareas. Muchas de estas se contraponen a la carga de llevar un crío en la barriga por nueve meses, entregarse luego a él y prepararlo para la supervivencia, de la mano del padre, si la relación subsiste. El privilegio de la maternidad se volvió un impedimento para la evolución profesional destacada. De ahí que vemos un constante decrecimiento de las tasas de natalidad a nivel mundial, al extremo que no tenemos tasa positiva de reemplazo en varios países, incluyendo algunos en vía de desarrollo. Por más que luchen, esa es una labor que la naturaleza le asignó a la mujer. ¡Benditas sean!
En conclusión, sobre este invasor social: no hacemos lo que debemos para construir una sociedad sin guerras y al mismo tiempo, desdeñamos la naturaleza que nos está llevando a construir una sociedad sin hijos.
Otros tantos invasores podrían mencionarse, pero nos volveríamos eternos en un debate que nos aleja del enfoque indispensable en estos días en Colombia: el que indica que los invasores sociales pululan y distraen de lo que como sociedad debiéramos estar construyendo. El principal es ese sentido de camorra, odio y desprecio por lo bueno que nos espeta el discurso de la izquierda en el poder. Amenazas, imposiciones, atropellos, decretazos, menosprecio por las reglas, incluso las ortográficas, y énfasis en una controversia destructiva es con lo que invade la máxima jerarquía del gobierno a todos los colombianos. Nos quiere peleando en las calles por unas “luchas sociales” que no supo volver soluciones en el presupuesto público. Nos quiere mantener en una gallera apostándole a sus dislates. Con imposturas dichas en tono fastuoso, invade la ciencia, la técnica y la estética y las vuelve desuetas, arcaicas y embusteras. No se escapa a sus atropellos ningún principio construido con esmero por la sociedad. Tendremos pronto una teoría sobre Arquímedes y su condición privilegiada clasista que hace de la palanca la base de opresión social y no deja progresar a la clase media. Otra vendrá de Pericles y la nefasta exclusión de los esclavos en la falsa democracia ateniense. Elogios lloverán a Alejandro Magno, pero no de sus conquistas e imperios sino sobre sus veleidades homosexuales. Bagoas sería un buen ministro.
De los negros, ni hablar. El guajiro Luis Antonio Robles, sin duda el más notable de esa raza en Colombia, no hubiera dado la talla para ejercer un cargo en este gobierno, pues generaría opacidad, con su brillantez, a la sombra oscura del invasor, convertido por sí mismo en un héroe de la nueva independencia colombiana. En síntesis, lo que nos invade hoy es el caos.
¿Serán efímeras estas invasiones nacionales? El miedo a que perduren por el notorio afán de continuar en el poder del señor presidente Petro tiene inquieto a más de uno.
Yo aspiro, sin embargo, a que la invasión del caos tenga su remedio. Su talanquera. Y proviene del mismo cuerpo que nos invadió, pues cada parásito genera una reacción del organismo para expulsarlo. Máxime cuando viene con semejante carga de detrimento. Las enfermedades sociales suelen ser similares a las humanas. Evolucionan hacia la sanación o hacia la muerte. Y la fortaleza de los cuerpos determina el destino. Creo en Colombia. Creo que sanará. Empezamos con una fiebre de cambio que luego se volvió convulsión. Ahora, la etapa de esta enfermedad debe volverse la de bajar la temperatura, que no condujo a nada bueno, para cicatrizar las heridas sociales. Hay vértebras lesionadas, las que eslabonan todo el organismo y lo hacen andar. Habrá que curarlas, para que se enderece el caminado.
El cuerpo social colombiano recuperará su sanidad con democracia, con todos los defectos que ella implica. Pero hay que meterle mucho empeño a que estos invasores sociales no nos sigan dañando. La vacuna electoral del año entrante nos muestra otra lucha que enfrentar. Sin declinar. Lo lograremos.
Nelson Rodolfo Amaya

