Este 21 de noviembre de 2022, se cumplen 28 años de la fatídica muerte de uno de los más grandes acordeoneros del vallenato. En un fatal accidente aéreo, murió en tierras venezolanas el fuete de los acordeoneros, murió Juan Humberto Roís Zúñiga, en su arte, en lo que sabía hacer, partió a cumplir una cita con su acordeón y se tropezó con la muerte.
Se calló ese día uno de los acordeones más versátil que se haya oído en el mundo vallenato y se apagó la luz del pesebre sanjuanero que trajera el niño Dios a la tierra de San Tropel eterno, aquel 25 de diciembre de 1.958 con su nacimiento. Desde los inicios de su vida musical sorprendió a todos los entendidos del vallenato, al lado del consagrado cantante de música tropical Juan Piña, con quien grabara el LP El Fuete, un álbum de antología vallenata. Cuando muchos esperaban un estilo musical haciéndole apología o imitando al tres veces rey vallenato, Alfredo Gutiérrez, y su canción el Troyano, que tantas veces interpretaba magistralmente desde sus inicios con sus amigos en el pueblo.
Aparece en el concierto vallenato quien fuera considerado un adelantado de su época, por interpretar un acordeón promisorio, con una digitación llena de virtudes y un pique alegre y revolucionario que rompió muchos paradigmas de los cánones del vallenato. Ese LP con Juan Piña fue su carta de presentación con la cual incursiona con una excelente aceptación y lo catapulta como un acordeonero revelación que se disponía a hacer historia y a marcar la ruta de un estilo único en Los caminitos de Francisco El Hombre y el compae Chipuco. La idea genial y maravillosa de rendirle un merecido homenaje póstumo a la memoria del más insigne y glorioso acordeonero parido por las entrañas sanjuaneras, con un conversatorio sobre la vida y obra musical de un coloso del acordeón como lo fue Juancho Roís, es de lo más patriótico que se ha vivido en San Juan en los últimos años.
Recordar 28 años después de su muerte la obra inmortal de Juancho Roís en el mundo vallenato y los arreglos de su impronta personal, nos permiten aún conmemorar la grandeza de su talento, y a la vez, nos transportan por los caminos reales de su vida artística y musical, para que perduren por siempre y para siempre en las memorias populares como hasta hoy, porque Juancho Roís es inmortal. Fue un artista inolvidable, quien puso en alto no solamente su nombre sino el nombre de San Juan, haciendo famosos, además, a los miembros de la flotica y la tropilla, los amigos de su gallada.
Fue un ídolo humilde y carismático y siempre se asociaba con los más humildes del pueblo, por eso, ni la derrota en el festival vallenato lo bajó de las cumbres más altas de la fama y el reconocimiento como uno de los mejores acordeoneros de la historia. San Juan del Cesar, nunca podrá olvidar a este hijo ilustre y eminente que puso bien en alto su nombre en el caribe, el país y el exterior. El artista que con su acordeón hizo vibrar el coliseo cubierto de Barranquilla en el festival de orquesta con una de sus fajadas descomunales haciendo pareja con Diomedes Díaz o con Jorge Oñate. El acordeonero y compositor que también obtuviera el galardón del compositor del año por la producción de las letras y melodías de su mente prodigiosa.
El mismo que se llevó hasta la eternidad, su gran sueño, el vallerengue, esa fusión de vallenato y merengue dominicano que su genialidad visionó y con la cual quiso deleitar a su público maravilloso, pero le faltó vida para lograrlo. Aquel 21 de noviembre de 1.994, marcó nuestras vidas para siempre, porque ese día tan gris, no solamente lloró Diomedes Díaz, a su eterno compañero de fórmula, ni Dalia Zúñiga a su hijo, ni Jenny Dereix a su esposo, sino que todo el mundo vallenato se vistió de duelo y en el pueblo sanjuanero lloró hasta el cielo. Su velación en la Tarima del Parque Santander para que sus seguidores y fanáticos lo despidieran en medio del llanto, la nostalgia, la agonía y la tribulación, nos mostraron el extraordinario y maravilloso ser humano que habíamos perdido.
Eso nos transporta a sus épocas doradas, cuando haciendo pareja con Elías Rosado, con Oñate o con Diomedes, nos hacía vibrar de emoción y caro orgullo patriótico como sanjuaneros y paisanos de su majestad, el fuete del acordeón.
Rafael Humberto Frías