LA BATALLA CULTURAL CONTRA OCCIDENTE: WOKISMO, PROGRESISMO, AMBIENTALISMO, ISLAMISMO Y EXTREMISMO

Desde los albores de la civilización, muchísimos años antes de la cortina de hierro, la cuna geopolítica y cultural de occidente albergó a los pueblos mediterráneos al oeste de Europa, un enclave del medio oriente y al continente americano, desde Cabo Columbia en Canadá hasta La Tierra del Fuego en Argentina, extendido hasta Las Malvinas. Occidente, entonces, no es una simple zona geográfica planetaria o un referente ideológico – político; Occidente es nuestra ancestral herencia judeo – cristiana y nuestra milenaria influencia greco – romana.

A partir de allí, nos llegan nuestras creencias religiosas, la lengua, el derecho, la política, la etnia, la democracia y la cultura.

Pero hace unos treinta años, desde el Reino Unido nos asalta una deforme filosofía de vida de una notable levedad ideológica, que trastoca las instituciones y los valores de la sociedad occidental. El “Woke”, anglicismo que traduce un despertar a la inclusión política, a la igualdad social y al no racismo; un camino para el ejercicio de las libertades – de credo, sexo y pensamiento – así como el establecimiento de un Estado de bienestar para el desarrollo económico sin depender de la explotación racional los recursos naturales, entra en escena. Esa declaración, que vista desde una orilla meramente académica parecería un peldaño superior de la civilización, la convivencia y el derecho, ha derivado en una ideología fanática con una visión del mundo y de la vida que va carcomiendo cada célula que soporta nuestros valores institucionales y sociales, haciendo metástasis en los principios fundamentales que han construido la historia de los pueblos occidentales, intentando capturar para siempre, el baluarte infranqueable de la cultura, que es el espejo de nuestra identidad y por ella nos reconocemos.

La identidad de género, el racismo violento de una etnia sobre otra, el desprecio al mercado libre y su riqueza; el odio hacia el empresario y el capital, la subvaloración de un dogma religioso o la detestable ponderación – la justificación ética – de criminales y terroristas, son coletazos del wokismo.

El wokismo define al político y al empresario como corruptos y ladrones; los ciudadanos y los trabajadores son sus víctimas. También divide a la sociedad entre opresores y oprimidos: entre negros oprimidos y blancos opresores; entre homosexuales oprimidos y heterosexuales opresores; entre indígenas oprimidos y colonos opresores, entre católicos opresores y científicos ateos oprimidos; entre Israel y Palestina, y un largo etcétera.

El peligro inminente del wokismo es que se amplifica por los medios de comunicación y las redes sociales, infiltrándose en las grandes decisiones de los parlamentos, los poderes públicos y los organismos internacionales; por ejemplo, la absurda y violenta cruzada “Pro Palestina” de hace algunos días, así como la indiferencia frente a la invasión de Ucrania, los gobiernos corruptos y totalitarios en Europa y América, el consentimiento cobarde sobre el reclutamiento de menores por ejércitos en guerra y/o grupos terroristas; los privilegios legales para grupos sociales marginales, el “derecho” a abortar, la ablación o mutilación genital en niños, con o sin consentimiento de los padres y otras barbaridades, que van “normalizando” estas situaciones, ante la indiferencia estatal y sus desgastadas agendas políticas que prefieren “no intervenir”.

Paralelo a ello, los comunistas evaporados luego de la caída del muro de Berlín, se han colocado el camuflaje de “Progresistas” (En Colombia les llaman MAMERTOS), un término bastante curioso dado el fracaso continuado, como hace 250 años, de la izquierda en los gobiernos. Ejemplo de ello lo tenemos en España, México, Colombia, Bolivia y Chile, hoy, a pesar de los pocos días que le quedan al fracasado presidente Boric. El “progresismo”, no es otra cosa que corrupción y derroche; altos impuestos, subsidio, nepotismo y déficit fiscal; desempleo, inflación y alianzas con grupos criminales disfrazadas de diálogos pacifistas.

Progresismo es investirse de “intelectual” para disfrazar la hipocresía y la incoherencia, como lo ha hecho en estos días la escritora Laura Restrepo y otros dos especímenes, al rechazar la invitación al Hay Festival de Cartagena en enero de 2026, porque en él participará como invitada especial la heroína venezolana y premio Nobel de paz, María Corina Machado.

Uno de los discursos que incorporan como narrativa programática los “progresistas”, es la aparente y absurda defensa del medio ambiente, así como la obsesión con la protección y el derecho de los animales: aferrados en la Agenda 2030 u ODS, el cambio climático, la ecología como un bien superior y los animales como “seres sintientes”, desde la cucaracha hasta la Orca, valoran al ser humano, en lo jurídico y en lo conceptual, muy por debajo de esos “bienes éticamente intocables”, prefiriendo atentar contra la vida humana misma, así como de su calidad, desarrollo y bienestar responsable, antes que planificar, administrar y ejecutar organizadamente. La consecuencia de esto será un desabastecimiento acelerado de las fuentes de recursos energéticos necesarios en los próximos 100 años, apagones y racionamientos innecesarios, dependencia de países extractivistas desarrollados; el empobrecimiento del campo y de la industria agrícola, la extinción de especies y la desaparición de la dieta omnívora entre humanos, idealizando un delirante mundo vegano.

La segunda y decisiva Batalla de Lepanto se fragua en Europa y Nueva York, hoy. La Unión Europea, hace ya varios años, flexibilizó la migración de africanos y ciudadanos del medio oriente, sin medir las consecuencias que a largo plazo esas migraciones, hoy mayoritariamente ilegales, traerían sobre la cultura, las costumbres y la seguridad de sus países. Una de esas consecuencias funestas la está sufriendo Europa con una verdadera invasión musulmana que permea todos los contextos, poniendo en grave riesgo, por ejemplo, la práctica libre del cristianismo en los pueblos católicos tradicionales, ejerciendo diferentes tipos de violencia con grupos criminales islamitas que se han venido asentando principalmente en Alemania, Inglaterra, Francia y España. Para estas fechas, la policía suiza refuerza la seguridad alrededor de los tradicionales mercados navideños y la decoración de iglesias y parques, debido a la amenaza musulmana de colocar bombas para “mutilar cristianos y enviarlos en pedazos a Alá”.

Sin embargo, la matanza diaria de cristianos en Nigeria, Sudán, República Democrática de El Congo y Siria, que ya pasan de 15.000 este año, de manos de grupos terroristas islamitas, parece no interesarle a nadie, salvo a Donald Trump que lo ha advertido, pero no se han visto protestas “espontáneas” o “caravanas” mediáticas como las “Pro Palestina” y otras. 

Algunas voces señalan medio millón de cristianos asesinados en Nigeria en los últimos tres años. En este contexto, el Islam no es una religión; es un proyecto político global que golpea a Occidente como su barrera natural.

Finalmente, Occidente se moverá políticamente entre los extremos y los outsiders. Extremos de izquierda o de derecha como ha ocurrido en las dos últimas elecciones en México, Brasil, Bolivia, Ecuador y Chile; y como sucederá, casi con certeza, en Honduras, Guatemala, Alemania, España y Francia. También, llegará el momento de los outsiders, dónde la coherencia, el orden, los valores, la justicia y la seguridad, por encima de la economía, la educación y la salud, que se consideran sistemas propios e inherentes a un Estado de Bienestar y de Derecho, serán los pilares fundamentales para que los votantes se alejen de partidos, colores e ideologías, y elijan a un tecnócrata libertario eficiente y honesto, por encima del establecimiento. Allí están Nayib Bukele, Donald Trump, Javier Milei y José Antonio Kast.  

La batalla cultural contra Occidente es la última trinchera que ha de defenderse con la resistencia de gobiernos democráticos respetuosos de la constitución y la ley; gobiernos y gobernantes honestos, coherentes, pragmáticos y valientes, que privilegien la vida humana, el orden, las libertades, la historia, las tradiciones y las buenas costumbres, como esa huella indeleble que forjó nuestra identidad tres milenios atrás.

 

Luis Eduardo Brochet Pineda

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