Asistir a una fiesta es una gracia de la vida, un placer de la juventud eterna cargado por la beligerancia sensorial. Hay fiestas con alto valor compromisorio, tal cual resultan los ágapes sacramentales y las festividades patronales de los pueblos. Fiestar es retornar, es celebrar reencuentros y toparse con la nostalgia de las carcajadas perdidas o las sonrisas nerviosas por venir. Sin embargo, existen episodios banales de merecido aprecio por parte de la multitud. Festejos en los cuales lo sutilmente ordinario recobra potencial importancia a la luz de la interpretación de los asistentes y observadores de una casualidad concertada. De esa casualidad y del acto de apreciar lo inverosímil trata una de las últimas novelas del recién fallido escrito checo Milan Kundera, uno de los grandes representantes de la literatura centroeuropea y referente del pensamiento universal en el siglo XX.
La sinopsis de la obra nos invita a la fascinación de la realidad del mundo contemporáneo y a la vez, a evitar todo realismo, direccionando la atención del lector al abordaje de algo «no serio». Si. Algo sin fundamento en ejercicio de la seriedad de una época, o unos tiempos, cuyo trasegar es «cómico porque ha perdido todo su sentido del humor y de sencillo goce». Y es en el andar por esta ruta aparentemente opaca y difusa, donde el escritor interroga a la razón: ¿Cómo podemos definir a la ‘insignificancia’? ¿Quizás como una forma de entendimiento que le resta importancia a las cosas? Y al responderse, nos hace pensar la insignificancia como la sustracción de la ‘relevancia’, pues, despoja el valor del todo, de un todo que sin valor parecería carecer hasta la nada absoluta. Además, Kundera nos enseña que no es posible subvertir el mundo, ni amoldarlo al antojo de la razón, ni mucho menos detener su escape hacia un adelante con apariencia de retroceso. Por ende, el presente en ese mundo, solo ha de brindarnos la mejor de las resistencias: no tomar nada en serio y convertir la nada en la mayor de las sensateces y significancias.
La existencia humana, se dijo por los grandes pensadores, necesariamente viene ligada, tal siamés, al sufrimiento. Por lo tanto, se hace lenta y lastimera en la búsqueda de una felicidad cada vez más esquiva y costosa. Y allí, en el naufragio del padecer atemporal, el hombre flaquea ante los llamados “sofismas de la sociedad y las argucias del destino”. Una realidad, de cuya aceptación, total o parcial, depende la comprensión de la inutilidad de la subsistencia. De ese entendimiento partió Kundera para mostrarnos la “fatalidad del universo como una gran broma, una mofa que nos lleva a concebir nuestra insignificancia y el carácter sempiterno de la trivialidad”. El mundo entonces, no deja de ser un caos de ideas complejas, un escenario de interacción de la entropía regida por las dualidades absurdas donde las fronteras éticas o legales son derribadas por la incertidumbre de las circunstancias, por los eventos de la conveniencia y sus pecados adyacentes.
Cuestiona el autor si la individualidad es causal del sufrimiento, pues al no ejercer a plenitud las facultades del “libre albedrío” para darle significancia al vivir, el hombre cae en el martirio insípido de la seriedad y sus ausencias. Por esa razón, y en aras del ejercicio de la aplicabilidad conceptual que ofrece el divagar de Kundera, es válido preguntarnos si la fiesta electoral, cuya alborada acabamos de presenciar, no es más que la celebración manifiesta de la insignificancia de la democracia. De un sistema de gobierno enfermo y adolorido, cuya musicalidad es la frustración, su escenografía es la ópera de la nada y su vianda es el suspiro de un anhelo que terminan embriagados por la resignación y el olvido de quienes profesan la ceguera ante la malquerencia política.
Por lo tanto, en la reiteración danzante del cíclico engaño que ofrece esta fiesta cada cuatrienio, es válido afirmar que la insignificancia es nuestra pareja en el baile de la existencia. Si por supuesto, una bailarina sorda y ciega que se pasea por la pista guiada por la esperanza y la fe, dos tías octogenarias que yacen en sus poltronas somnolienta por la resaca de las mentiras acumuladas y las pretenciosas ilusiones extraviadas en los discursos y arengas.
Arcesio Romero Pérez
Escritor afrocaribeño
Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI
Muy bien