LA HERENCIA DE FRANCISCO EL HOMBRE

Como descendiente directa de Francisco «El Hombre» Moscote Guerra, siento una conexión profunda con el vallenato, un ritmo que ha moldeado mi identidad y la de mi familia. Francisco era conocido por sus andanzas y su fama de mujeriego, pero también por ser un hombre noble, amante de la música y de la vida. Aunque tuvo solo tres hijos, su legado trascendió generaciones.

Mi bisabuela Lorenza, una de sus hijas, vivió hasta los 99 años y fue la madre de mi abuelo Eliseo Moscote, conocido como «Cheo». Él se casó con mi abuela Juana Peñaranda Aragón, una mujer adelantada a su tiempo: empoderada, emprendedora e independiente, que sin cursar estudios formales poseía una sabiduría admirable.

Nuestra familia se ha mantenido unida a lo largo de los años. Etelvina Aragón, mi tía abuela de 79 años, cuida de los recuerdos en Monguí, corregimiento de Riohacha. Esta conexión familiar y el legado de Francisco «El Hombre» continúan vivos en cada historia contada y en cada nota de acordeón que resuena en nuestra memoria colectiva.

Crecí escuchando las historias de Francisco y su acordeón, un instrumento que llegó desde Europa y encontró su hogar en las manos de un niño negro, alto y flaco, en Galán. Francisco no solo tocaba el acordeón, sino que lo convirtió en una extensión de su ser, relatando con sus notas las noticias y anécdotas de los pueblos que visitaba. Fue el primer juglar del vallenato, llevando en sus canciones la vida y las penas de una región entera.

Cuentan los investigadores culturales que al hijo de José y Ana Julia Guerra, una familia de esclavos libertos del primer Palenque en La Guajira, no le daba la talla ninguno de los compadres de su padre ni los borrachos de la Avenida Primera de Riohacha. Muy pocos podían sacarle notas seguidas a ese instrumento. Los “pelaos” de la edad de Francisco lo veían y le decían: “Eeerda, ¡estás tocando como un hombre!”, mientras que los más viejos lo elogiaban con un: “¡Ese es el hombre!”, de ahí su sobrenombre Francisco El Hombre.

En una fiesta en Galán, se notó la ausencia de «Checame». La gente preguntaba si vendría para que traiga al muchacho y verlo tocar. José del Carmen, al llegar a la fiesta, fue saludado con entusiasmo y le pidieron que trajera a su hijo. Viendo que no podía ocultar más la reputación musical de su hijo, José del Carmen lo trajo y fue recibido con aplausos. Emocionado, subió a su hijo en una tarima improvisada y exclamó: «Si eso es lo que quieren, ahí tienen a Francisco ‘El Hombre'».

Esa noche marcó el inicio de la leyenda de Francisco El Hombre. La magia de su acordeón cautivó a todos los presentes, consolidando su estatus como el primer juglar del vallenato. Francisco se convirtió en un símbolo viviente de la cultura vallenata, llevando consigo las historias, las alegrías y las tristezas de su pueblo en cada acorde que tocaba. Cada vez que su acordeón resonaba, era como si toda la región cantara con él, inmortalizando en sus melodías la esencia de La Guajira.

Una de las leyendas más fascinantes sobre Francisco es su supuesto duelo con el diablo. Según cuentan, en uno de sus viajes, se encontró con el mismísimo demonio y lo derrotó tocando El Credo al revés. Esta historia, aunque envuelta en el manto del mito, refleja la increíble habilidad y carisma de Francisco, capaz de convertir cualquier evento en un relato épico.

Francisco no solo dejó una marca en la música, sino también en el corazón de aquellos que lo conocieron. Luis Germán Brito, cuyo padre conoció a la familia Moscote, asegura que Francisco compuso más de cien canciones. Aunque muchas no fueron grabadas, algunas sobreviven en la memoria colectiva, preservadas por quienes entienden la importancia de su legado.

La vida de Francisco no estuvo exenta de dificultades. A medida que envejecía, los quebrantos de salud se hicieron más frecuentes. El 19 de noviembre de 1953, rodeado de sus seres queridos, Francisco «El Hombre» dejó este mundo. Su muerte fue un evento solemne, pero también una celebración de una vida dedicada a la música y la cultura.

Hoy, al mirar hacia el pasado, encuentro esperanza y fortaleza en la historia de mi tatarabuelo. Su vida y su música son un recordatorio constante de la resiliencia y la pasión que definen a nuestra familia. Francisco «El Hombre» Moscote Guerra no solo fue un pionero del vallenato, sino también un símbolo de la capacidad humana para transformar la adversidad en arte.

Mi bisabuela Lorenza y luego mi abuelo Cheo mantuvieron viva esa tradición, transmitiendo no solo el amor por la música, sino también los valores de lucha y perseverancia. En cada acorde de vallenato, en cada historia contada en las noches cálidas de Machobayo, vive el espíritu de Francisco «El Hombre», recordándonos que siempre podemos encontrar la melodía que nos guíe hacia adelante.

El vallenato es mucho más que un género musical; es una narrativa viva que cuenta las historias de un pueblo. Francisco personificó esta esencia, llevando en su acordeón la voz de una región que, a través de sus melodías, encuentra consuelo y celebración. Su legado vive en cada nueva generación que toma un acordeón, en cada festival de vallenato y en cada corazón que se conmueve al escuchar un vallenato bien interpretado.

La herencia de Francisco «El Hombre» no se limita a las canciones que compuso o a las historias que contó. Está presente en cada nueva generación que toma un acordeón, en cada festival de vallenato que celebra la cultura de La Guajira, y en cada corazón que se conmueve al escuchar un vallenato bien interpretado. Su legado vive en mi primo Axel de Jesús Pinto Sandoval nieto de Elis Moscote, mi tía gemela de mi madre Elisa Moscote, sigue con orgullo este legado, quien, con solo 15 años, ya brilla como acordeonero, demostrando que el talento y la pasión de Francisco continúan floreciendo en nuestra familia.

Que esta columna sirva como un puente entre el pasado y el presente, recordándonos que el espíritu de Francisco «El Hombre» Moscote Guerra sigue vivo en cada nota de vallenato, en cada acorde de un acordeón y en cada historia compartida bajo el cielo estrellado de La Guajira. Esta columna es un tributo a su legado y una invitación a todos para que descubran la magia del vallenato y la historia de un hombre cuyo corazón y música siguen resonando en el alma de La Guajira y más allá.

 

Juana Cordero Moscote 

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