LA HISTORIA NOS MINTIÓ: LAS MUJERES ESTUVIERON AHÍ Y NADIE LO DIJO

Todo empezó en una de esas charlas donde todos creemos saberlo todo. Entre café y egos inflados, caí en cuenta de algo incómodo: crecimos acostumbrándonos a una historia que solo mira hacia un lado, que parecía un club privado de hombres. Desde el colegio nos metieron el cuento de que la patria la hicieron solo ellos —los chicos inmortalizados en bronce— y que nosotras, si acaso, somos decoración histórica, notas al pie: la acompañante de, la esposa de, la amante de, la musa de. Una belleza.

Lo peor es que yo misma repetía esa historia mutilada. Y claro, terminé sintiéndome chiquita, borrada… con una rabia interna y un guayabo existencial que ni un buen caldo me pudo quitar. Luego llegó la pregunta obvia: ¿dónde estamos nosotras en nuestra propia historia? ¿Quién nos recortó? ¿Quién decidió que no éramos lo suficientemente heroicas para aparecer? Y vino la claridad: si la historia no nos nombra, hay que buscar la forma de meter la cucharada. Y hacerlo desde lo cercano, sin regaños, sin excluir a ellas y a ellos, para que cualquiera —literal, cualquiera— pueda entender que la fundación del país no fue cosa de tres hombres famosos, sino de un pueblo entero que se arremangó el camisón y se metió de lleno en el desorden.

Leyendo libros de “historia de Colombia resumida para dummies”, me di a la tarea de contar cuántas veces aparecía un “ellas”. ¿Mi hallazgo? En 300 páginas, máximo diez. Diez. No porque no existieran, sino porque la pluma que narró la historia ha estado filtrada. Ellas sí estaban: conspirando, luchando, curando heridos, escribiendo, espiando, e incluso apoyando al bando contrario y, sobre todo, rompiendo los moldes que las querían calladitas. Las muchas Manuelitas, las indígenas, las madres “neogranadinas sin nombre” que decían: “Vaya, mijo, que nosotras recibimos la primera descarga; ahí sí, cuando caigamos, su merced pasará por encima de nuestros cuerpos, sorprenderán a los artilleros y salvarán la patria”.

Ahí entendí que más que “rescatar” heroínas, lo que necesitamos es traducir la historia: volverla clara, cercana, sin ese español viejísimo y acartonado que espanta a cualquiera. Solo así podemos verlas completas: valientes, contradictorias, irreverentes, profundamente humanas. Porque sin ellas, la historia queda coja. Y porque ya es hora de que las nuevas generaciones crezcan sabiendo que la libertad también tuvo manos femeninas tallándola.

Y si algo me dejó este viaje, es esto: cuando una mujer se reconoce en su pasado, puede reescribir su futuro. Tal vez ahí está lo verdaderamente revolucionario: permitir que estas mujeres salgan, por fin, del pie de página y ocupen toda la página. Lo justo es nombrarlas. Lo necesario es contarlas. Y por eso decidí escribir mi libro Heroínas de la Historia: Las Próceres Olvidadas. 

Ángela Granados Q.

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