He querido aprovechar esa obra extraña, monumental, del gran poeta infantil Rafael Pombo, La Hora de Tinieblas, para mirar lo que nos sucede.
Pombo se cuestiona la fundamentación católica y la perspectiva del ser humano sobre la existencia, pero sus versos sobre el poder divino parecen guiar la petulancia del momento colombiano. Las voces del alma del gran rimador nos dejan sin aliento, cuando invita a mirar la carga injusta del pecado original, la tendencia de nuestro ser a mirar lo triste y desaprovechar alegrías. Increpa a Dios con arrogancia y sin humildad, en una diatriba abusiva del libre albedrío. Lo aprovecho:
“¡Comuníqueme con Dios!”
Gritó el insolente.
Ordenando con énfasis y altanería,
Y con obvia grosería,
Semejante pedido a su asistente.
“¡Insístale, si no atiende
Este pedido urgente
De darle salida, una por una,
Con decisión, sin demora
A la orgía agotadora
De la detentación del poder,
Pues sabemos que, sin él,
La vida muere aburrida,
Por tonta e indolente.”
En sus recientes monólogos, el detentador del régimen reafirma la lucha contra la vida, pues para construirla mejor plantea arrasar con lo hecho y lo firme.
“¡Enseguida, Presidente!”,
Dijo Laura cual guardián
Del desafuero total
Con que la ineficiencia falaz
Nos vende ilusiones,
nos hunde en tinieblas,
Y nos pasea por el infierno
con inclemencia voraz
por hacer de la verdad,
una y otra vez,
una enorme mentira.
Las tinieblas de Pombo parecen ser la visión del mandatario, ausente de reflexiones serias sobre el desarrollo y la vida en el mundo. Nos condenaría a vivir de lo que no existe, al querer destruir e inutilizar lo evidente y lo cierto. La falta de atención del gobierno a las concertaciones con las comunidades ha dejado la producción de energía alternativa en un limbo gigantesco. Ecopetrol terminará comprando esas inversiones para atender las órdenes presidenciales de apagar lo real para vivir de un futuro que no podrá construir.
“Perseguiré sin piedad
Nuestras ganas de avanzar
En esta Colombia perdida,
Que dejaré sin energía,
Sin luces y sin rumbo”.
Me he resistido a enfocar tanta atención en el discurso presidencial. Abogo porque las propuestas, las ideas de gobierno, sean las que guíen el debate sobre nuestra Colombia maltrecha. Pero ante tanto afán de dejarnos, no heridos, cadavéricos, con la anulación de ingresos fiscales, con el rechazo a las exportaciones reales para pensar en unas fantasiosas, debemos seguir en el propósito de ahondar en la crítica y buscar la sensatez y la sindéresis nacional, ausente cada día más en los planteamientos presidenciales.
Para colmo de males, su subalterno, un experto en el arte de falsas conciliaciones, emite una propuesta de acuerdo nacional sobre temas fundamentales.
Sostiene, en la práctica, que el gobierno se comprometerá a no alterar el estado de derecho y a no insultar más a los medios y a los empresarios. Solo así puede interpretarse la propuesta, pues es de allí de donde proviene el verdadero clima de alteración de la razón, para reemplazarla por la pasión, con un discurso veintejuliero y agresivo contra todo lo que se oponga a la voz del régimen.
Es un mensaje a su jefe para que controle sus impulsos descalificatorios y dictatoriales. Pero deja en evidencia ese afán de todo el partido de gobierno por quedarse en el poder a base de abuso y sin contemplaciones por las barreras constitucionales.
Pero lo desatenderán. No tiene la convicción de lo que propone. No ajusta las velas por la tormenta que nos hace vivir la incapacidad del gobierno al que pertenece.
Seguiremos en esta hora de tinieblas. Nos quieren reducir a unos testaferros del desastre, a unos observadores del pandemónium. Ya veremos cómo reaccione la clase empresarial, la que lucha por producir en concreto, no en sueños que terminan en pesadillas. Ya veremos cómo el congreso, a través de su cuerpo más independiente, el senado, pone reflexión a la tarea de construir normas para mejorar, no para desquiciar la relación entre el capital y el empleo. Y reservemos palco para observar la ponderación con la que las cortes nos dejen en firme los pilares de nuestra vida institucional, magullados diariamente por la falta de compromiso con la historia del pacto que nos gobierna.
Nelson Rodolfo Amaya