LA PLENITUD COMO VIAJE: EL ARTE DE HACER, ESPERAR Y SENTIR

Hay un rumor constante en nuestras vidas modernas: “haz más, llega antes, produce sin parar”. Como si la plenitud fuera una medalla al final de una carrera interminable. Pero, si escuchamos con calma, descubrimos que el placer y la plenitud no se encuentran solo en el hacer, sino también en la espera: en la espera mientras hacemos, mientras viajamos, mientras aprendemos, mientras nos cultivamos.

Creemos que el valor de nuestra vida está en aquello que logramos, pero rara vez recordamos que también está en la intención, en el deseo que nos mueve, en la chispa interna que nos hace ser quienes somos. Cada pequeño esfuerzo consciente, a veces invisible para los demás, moldea nuestro carácter, define el tipo de seres humanos y de ciudadanos que queremos ser, y el tipo de valor que queremos compartir con quienes nos rodean.

Porque, en cualquier parte del mundo, encontramos personas extraordinarias. Y otras no tanto. Pero, en general, somos más buenos de lo que pensamos. Solo que vivimos en una sociedad arrasada por el consumo, por la velocidad, por la ansiedad. Nos hemos olvidado de mirar, de contemplar, de sentir. De conectar con la humanidad que vibra a nuestro alrededor.

Hoy estamos tan sobreestimulados por las pantallas que se nos escapa lo esencial: la sonrisa fugaz de alguien al otro lado de la calle, el gesto tímido del pasajero que se sienta frente a nosotros en el autobús, la luz que cambia en la ventana, la vida que pasa sin pedir permiso.

Y sin embargo, ahí está la plenitud: escondida en lo simple, en lo lento, en lo cotidiano.

Cambiar la grabadora interna

Para recuperar la vida, a veces solo necesitamos apagar la vieja grabadora interna que nos repite miedos heredados, exigencias vacías y expectativas ajenas. No se trata de negar el miedo, sino de escucharlo con gentileza y decirle: “puedo avanzar contigo aquí”. Se trata de aceptar la incomodidad como un territorio válido, como un maestro que nos acompaña mientras aprendemos a surfear sobre lo desconocido.

La incomodidad no es un obstáculo: es el aviso de que estamos creciendo.

 

Vivir desde afuera y desde adentro

Cuando logramos observar nuestra vida desde afuera, como quien mira un paisaje, algo cambia: el tiempo se expande, las presiones se reducen, la mente se aquieta. Y entonces, casi sin darnos cuenta, empezamos a vivir desde adentro; con más presencia, más deseo, más curiosidad.

Vivir así es una invitación constante:
A conocer.
A disfrutar.
A sentir.
A compartir.
A dejar que el mundo nos sorprenda.
A recordar que la plenitud no está al final del camino, sino en cada paso, sobre todo en los que damos con duda o con miedo.

Porque vivir no es correr.
Vivir es sentir.
Y, sobre todo, vivir es estar.

Es, entonces, esto un llamado a tratarnos con respeto. Con la misma ternura que tantas veces entregamos a otros sin pensarlo dos veces. Con el amor que regalamos con generosidad, pero que rara vez dirigimos hacia nosotras mismas. Porque también merecemos ese abrazo interno que sostiene, esa palabra suave que calma, esa mirada que reconoce nuestra propia dignidad.

Y es, además, un llamado a caminar solas un tramo del camino. No como renuncia, sino como afirmación. Porque hay partes de la vida que solo pueden construirse en silencio, en diálogo profundo con una misma. Allí, en esa soledad que asusta pero también ilumina, enviamos al cerebro un mensaje que ninguna otra experiencia puede reemplazar: soy capaz, soy suficiente, puedo sostenerme.
Esa es una de las lecciones más importantes y valiosas que podremos aprender. Y cuando la dejamos entrar, cuando la habitamos, algo en nosotras cambia para siempre: ya no habrá sendero demasiado oscuro ni montaña demasiado alta que no podamos recorrer.

Posdata: Reconozco, con honestidad, que este viaje personal no se vive en el vacío. Las condiciones materiales, sociales y económicas moldean nuestras posibilidades de avanzar. No todas partimos del mismo lugar, ni con las mismas cargas. Pero incluso así, dentro de lo que cada una pueda y en el tiempo que su vida permita, merecemos ese espacio íntimo para construir plenitud. Porque también es nuestro derecho.

Luisa Deluquez

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