La aparición de Rodolfo Hernández en escena era lo que le faltaba al circo de la política colombiana; un señor intolerante y poco capacitado para dirigir los destinos del país, pero que cuenta con una chequera y una retórica barata, capaz de convencer y confundir a mucha gente, con un estandarte claro. “Luchar contra la corrupción”, es lo que repite y repite, a pesar de que, en su paso por la alcaldía de Bucaramanga, dejó toda clase actos corruptos, que hoy lo tienen imputado y con un pie en la cárcel; pero eso, a medio país no le interesa, porque no están votando con la razón, si no con la emoción que les produce el miedo, la rabia o el odio y también, por descarte. No se está votando por elegir, si no por frenar a otro.
Me escribió una amiga: “A mí no es que me guste de a mucho el viejo ese, pero peor es Petro que nos va a dejar como Venezuela”, a ese nivel de ignorancia y terror hemos llegado, fundamentado por la derecha uribista que al verse fuera del juego, acudió a una estrategia descalificadora y baja y, como no hay más, Rodolfo se convirtió en el ángel salvador para frenar al “demonio” Petro, como muchos lo han calificado y que puede ser la bestia negra para esa derecha que desangró al país por más de 20 años; el miedo que tienen es que llegue un fiscal como Ivan Velásquez a encarcelar a muchos.
Poco importa que Rodolfo maltrate a periodistas, sea admirador de Hitler, prometa declarar conmoción interior el primer día de su mandato, que condene a las mujeres a vivir en la cocina; que además, maltrate a los trabajadores, como hizo en la alcaldía de Bucaramanga pretendiendo bajarles el sueldo; que tenga hijos que son unos tiburones de las coimas de la contratación estatal; que resuelva con violencia asuntos profesionales, como con el concejal Claros; que asocie a la Virgen María con prostitutas, que no vaya a debates y tenga propuestas tan estúpidas y disparatadas, como llevar a todos los colombianos a conocer el mar o hacer del palacio de Nariño un museo de arte, fusionar el Ministerio del Medio Ambiente con el de Cultura; como si fuera poco, un día le dice no al Fracking y al otro dice sí; en fin, un completo remedo de candidato que puede ser la estocada final para terminar de derrumbar al país. Es un hibrido de Trump y Bolsonaro, con algo de López Obrador y Bart Simpson.
Pero la gran pregunta es: ¿Por qué Rodolfo Hernández está a punto de ser Presidente de Colombia? Simple, porque Rodolfo se parece a una gran parte de Colombia, su intolerancia, su ventajismo, su inapropiado lenguaje, su corrupción, sus formas y maneras, son las de muchos de colombianos en cualquier lugar; entonces, muchos se ven representados, además de ser un candidato carismático que habla sin tantos artilugios; tiene plata en un país donde se mide por dinero y para colmo, es populista y se apropió del discurso anti establecimiento, hoy por hoy, principal disparador para ganar. Fue capaz de rechazar 23.000 millones de la reposición de votos porque no los necesitaba y eso le encanta a la gente, aunque en su gobierno, vaya a raspar la olla con sus hijos.
La situación no pinta bien y si queríamos algo peor que Fico, llegó. Las encuestas revelan un empate técnico, cada voto va a contar. Rodolfo se mantendrá en su casa en Bucaramanga, conoce sus debilidades intelectuales; mientras Gustavo Petro recorre el país, en un último esfuerzo para lograr los 2 millones de votos que le hacen falta. A veces pienso que ojalá llegue Rodolfo, tal vez así, la gente logre entender, cuando sufran los rigores de un desastre de gobierno, incluso peor que el de Duque, con decisiones alocadas, sin equipo de gobierno, pelea visceral con el Congreso; sería un presidente sin legitimidad, defendiéndose de todos sus procesos por corrupción; pero pensar así, es no querer al país, es montarlo en la tal Rodolfoneta sin SOAT, con multas y con un conductor malhumorado, un camino seguro al despeñadero, está en juego el futuro de mucha gente, una gran posibilidad de que nuestro país quede en un limbo del cual será muy difícil salir. Todavía hay tiempo de reaccionar, Colombia merece algo mejor que el famoso viejito.
Jacobo Solano Cerchiaro