LAS GUITARRAS LLORAN CUANDO NO SIENTEN EL CALOR DEL PECHO DE SU DUEÑO

Homenaje a Luis Alberto Gutiérrez Romero por su aporte a la música provinciana

Quienes conocieron a “Lucho” Gutiérrez, creo que no alcanzaron a definirlo en su totalidad. Al parecer fue un hombre parco, cuyo mundo estuvo sometido a desentrañar del corazón de su guitarra, las melodías sublimes que endulzaron en noches de plenilunio a las doncellas de alma púrpura que se embriagaban como cuando se arrobaban en el sonido dulce del viento.

Fue el 21 de diciembre de 1931 su llegada al mundo en el entonces poblado de San Juan del Cesar sur de La Guajira, del niño Luis Alberto Gutiérrez Romero cuyos padres fueron Víctor Manuel Gutiérrez y Candelaria Romero. Fueron sus hermanos: Priscila, Dioselina, Liduvina, Laureano, Esther, Eloísa, Olga, Zenaida y Manuel de Jesús.

Parte de su niñez y adolescencia la vivió en la población de Cañaverales donde se desempeñó en labores del campo como también arriando las mulas en los trapiches o moliendas de caña en dicha región.

En su adolescencia fértil se aventura a conocer otros lares y se traslada a la población de La Jagua del Pilar donde se dedica a las labores campesinas y al cultivo del arte musical. De esta manera, hace parte de la banda de músicos de esa población direccionada por los hermanos Alonso y Alcides Lagos.

Luis Alberto “Lucho” Gutiérrez se dio a conocer a través de la música, más tarde formó parte de la banda de músicos de los hermanos Calderón en La Paz – Cesar. Pero no solo su afición fue la música, también hizo su aporte social cuando se desempeñó como corregidor de La Jagua en que gestionó la compra de la primera planta eléctrica, e instalación de las redes de distribución de energía en cada hogar.

En su cargo de corregidor logró además la construcción del acueducto con el agua traída desde la “Sierra Montaña” hasta las viviendas. Ya eran conocidas sus actitudes de guitarrista dada su participación en las bandas musicales de La Jagua y de La Paz como corista.

La música le abrió las puertas al amor y es así como inicia su vida pasionaria en La Jagua con Francia Saurith cuyos hijos fueron Víctor Alberto y Luz Mabel. Sus flirteos amorosos siguieron vagando incesantes y se compromete con Rosa Cárdenas de cuya unión hubo un hijo, José Luis (fallecido).

Luego se conoce con Juana Esther Balcázar de cuya unión nacieron siete hijos: Ana Delia, Luis Eduardo, Rosa Marina, Wilmer Enrique, Alma Luz, Luis Alberto y Candelaria.

Luego de su periplo amoroso regresa a Cañaverales donde ocupa el cargo de corregidor y con el apoyo de varios ciudadanos como Israel Gámez, Francisca Pitre, Manolo Moscote, Isaías Gámez, Antonio Fuentes, Manuel Vuelvas, Rafael Gutiérrez entre otros se logró construir a hombro el acueducto desde el “manantial” llevando el agua a cada una de las viviendas.

En esta población conoció a Hernando Marín Lacouture con quien recorrió muchos lugares amenizando parrandas. También formó dúo con “Chiche” Badillo, Javier Gámez, Osman Bermúdez lo mismo con su amigo Hugues Martínez de Cañaverales.

En últimas decide aterrizar en San Juan del Cesar donde se desempeñó como inspector de policía y casos verbales. Su corazón sintió de nuevo el flechazo de Cupido y sentimentalmente se une con Rita Fuentes con quien no tuvo descendencia. Pero tuvo la dicha de sentir el cariño de los hijos de esta: Armando, Yolanda, Amaury y Deniris (fallecida).

Su desbocado corazón late impetuoso y hace vida hogareña con Socorro Ramírez y de esta unión nacieron Graciela y Wilman Luis. De igual manera, los hijos anteriores de Socorro como Norelis, Javier, Roberto y Edward sintieron por “Lucho” verdadero afecto de padre.

Cansado de volar, busca donde hacer su nido y forma su último hogar con Genith Cuello Mendoza con quien tuvo una hija, Rosa Benigna.

Tuvo la dicha de cultivar buenas amistades gracias a su don de gente que siempre lo caracterizó. En La Jagua dejó el recuerdo de amigos como Alonso y Alcides Lagos, Manuel Enrique Manjarrez, Sabina Mendoza Maestre, Epifanio Manjarrez, Patricia Balcázar, Rosa y Tito Lagos y Alfonso Reales entre otros.

En Cañaverales conservó amistad con Francisca “Kika” Pitre, Manolo Moscote, Israel e Isaías Gámez y Rafael Gutiérrez.

En San Juan del Cesar fue muy estimado por sus amigos como el odontólogo Urbano Bermúdez, Santos Carrascal Molina, Rafael Carrascal, el Profesor “Pelongo” Ariza Molina, Rafael Cuello, Enrique Cabas Escárraga (fallecido). Rafael Carillo Celedón, Martín Castrillo Pedrozo, Enrique Brito, Wildo Daza, Saúl Hinojosa Fernández (fallecido) y su esposa Pina de Hinojosa.

En Riohacha tuvo varias amistades como el exsenador Eduardo Abuchaibe Ochoa (fallecido), Ronaldo Redondo y su hermano Danger Redondo lo mismo que lo fue de Ismael Henríquez Pinedo (fallecido).

En los últimos años de su existencia se denotaba en él ese cansancio letal que deja los sinsabores de una vida trajinada, a pesar de llevar la música en el alma.

Su mediana estatura parecía ocultar sus años de padecimientos físicos. Caminaba y caminaba siempre con su guitarra en su estuche colgada del hombro izquierdo y a veces parecía que llevara sobre sus espaldas el peso de una soledad amarga.

En sus recuerdos de nostalgia le llegaba el aroma de amor adolescente cuando sus canciones verdes cristal endulzaban el oído de la amada y la luna de terciopelo blanco bañaba las calles arenosas de su San Juan querido.

Hasta que un día cualquiera, sus dedos anquilosados dejaron de rasgar las cuerdas de su guitarra, su compañera inseparable. El dulce golpe final marcaría pronto el fin de su existencia.

La guitarra enmudeció, sus arpegios sutiles como perfume a brisa de verano quedaron embrujados en un silencio de oro. Ella cuelga muda en el cuarto taciturno y dicen que de ella se dejan escapar lágrimas amargas; iguales que las guitarras que lloran cuando no sienten el calor del pecho de quien fuera su dueño que yace en la tumba fría.

Su descendencia es innumerable en cuanto al número de hijos, nietos y bisnietos que lamentan la pérdida irreparable del padre, del abuelo y del bisabuelo.

 

Hermes Francisco Daza

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