“La arrogancia del crimen organizado es del mismo tamaño que la ausencia del Estado”
Giovanni Falcone
Posiblemente desde hace una década y, muy seguramente, afianzado desde la postpandemia de la Covid – 19, la correlación entre el crimen organizado transnacional y los gobiernos latinoamericanos de izquierda radical y antidemocráticos, es cada vez un factor determinante de mutua cooperación, sostenibilidad política y el establecimiento real de una cuarta ola de la mafia criminal narcotraficante, que aparece entre 2006 y 2007, aproximadamente, con la sincronía bolivariana entre Maduro, Ortega, Evo Morales y Correa, explotando la producción de cocaína colombiana hacia los mercados de Estados Unidos, principalmente.
A la fecha, esa generación criminal con espacio en las decisiones de Estado, desarrolla nuevos productos, como las drogas sintéticas metanfetamina, fentanilo y otras, ampliando el mercado a Europa, Australia, Rusia y Oriente, con ganancias exorbitantes, bajo la sutil protección de los gobiernos corruptos de Latinoamérica y El Caribe; quienes participan indirectamente de las operaciones y de las utilidades, recibiendo el narco terrorismo, a su vez, cierta seguridad logística, protección militar y acuerdos político – electorales, para intentar perpetuarse en el poder, destruyendo lo que queda de unas democracias implosionadas.
Como agravante del crecimiento delincuencial, ya en la región operan desde la clandestinidad de los gobiernos radicales de izquierda, las mafias italianas, rusas, turcas, chinas y albanesas; con nuevos productos, alta tecnología, equipos y por supuesto, mayores exigencias en la coparticipación política con estos Narcoestados como el venezolano y el nicaraguense, inicialmente.
Lo anterior, es un proceso gradual y extremadamente dañino de los diferentes eslabones institucionales y de gobernanza, que no solo pone en riesgo a la región latinoamericana, sino que permea la seguridad mundial, al cooptar los mecanismos de seguridad y control de los Estados. En ese orden de ideas, no solo El Caribe es la “ruta crítica” del narcotráfico, sino que también están en riesgo latente los puertos del pacífico localizados en Colombia, Ecuador, Perú, Costa Rica y México, haciendo muy compleja la focalización y destrucción de la dinámica mafiosa.
En el Parlamento Europeo, ratificado luego en la asamblea de la ONU por todos sus miembros, una vez más se señaló que las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua, son Narcoestados que han sometido al Estado de Derecho hace muchos años, cometiendo crímenes de lesa humanidad sin ninguna consecuencia política y/o judicial, así como la consuetudinaria práctica del terrorismo de Estado frente a opositores, en connivencia con las mafias organizadas transnacionales.
Nadie tuvo la menor duda de ello, y por primera vez, los representantes de América Latina guardaron un silencio aprobatorio, a excepción de los presidentes Maduro y Petro, que se pronunciaron condenando tales declaraciones.
Ambos están aislados, tratando inútilmente de revertir una próxima consecuencia político – judicial y militar, e intentando camuflar una evidencia incuestionable, con guerras imaginarias en Gaza y otras provocaciones contra los Estados Unidos e Israel.
Parodiando a los perros de Hades, dios del inframundo de la mitología griega, guardianes del abismo infernal, Maduro y Petro se han arrogado el papel de cancerberos de los feudos caribeños, en manos de narcotraficantes y mafiosos de toda laya, enquistados en las otroras instituciones democráticas de América Latina.
Estados Unidos está interesado en solucionar definitivamente este tema del mercado criminal de las drogas; esto es, los objetivos son la cúpula del gobierno venezolano que tiene precio y que ha de cobrarse; así como de sus socios, cómplices, encubridores y detractores, como han identificado claramente, entre otros, al presidente colombiano.
La fuerza militar de los Estados Unidos no atacará ni irrumpirá por vías de hecho en procura del derrocamiento forzado del gobierno venezolano; Estados Unidos tiene la paciencia de la cobra que acorrala al ratón, hasta que esa presa comete un error de desesperación, y prácticamente se entrega a las fauces de la serpiente.
Y ese error está próximo a cometerse por parte de Maduro y sus secuaces.
Sin embargo, Donald Trump no descarta del todo esa posibilidad, cuando extiende la vigilancia del terrorismo narcotraficante a las rutas terrestres.
La lectura que no ha entendido bien Petro; o que no ha querido entender a pesar de todos los “esfuerzos” para dañar las relaciones comerciales y diplomáticas con nuestro socio y aliado del Norte, es que las medidas o represalias son de naturaleza personal; es decir, contra el presidente Petro, y no contra las instituciones y el pueblo colombiano.
Lo anterior quedó, por verguenza, perfectamente demostrado cuando ante las sillas vacías de la ONU, el presidente Petro defendió a los carteles internacionales de la droga, insultó al presidente Trump y al pueblo israelí, mientras hacía una bochornosa apología a las “trayectorias políticas” de Stalin y Hitler.
Pero la mayor vergüenza vendría luego, cuando el presidente, megáfono en mano como cualquier agitador de esquina, llamó a la rebelión en una calle de New York contra el presidente Trump y las fuerzas militares, creyendo tontamente que aún estaba blindada su perorata como en el recinto de la ONU. Además de la descertificación, también Estados Unidos le retira la visa a Petro, pudiendo quedar expuesto a una demanda penal por violación a la ley de espionaje y a la ley de sedición contemplada en el derecho estadounidense.
Pronto, creemos que muy pronto, estos dos cancerberos ruidosos y rabiosos, seguirán quedándose solos ladrando a la luna, desde el exilio penitenciario.
Luis Eduardo Brochet Pineda
El mito de la “Narcocracia Caribeña”: crimen transnacional, geopolítica y manipulación ideológica
Una réplica al artículo “Los Ruidosos Cancerberos del Caribe” y al relato del “eje narco-bolivariano”
Por Francisco Cervantes Mendoza
Economista y abogado
El reciente artículo titulado “Los Ruidosos Cancerberos del Caribe”, difundido por Ojopelao Magazine, presenta una visión alarmista de la supuesta alianza entre gobiernos latinoamericanos de izquierda —particularmente Venezuela, Nicaragua, Cuba y Colombia— y las redes del narcotráfico global. Aunque en apariencia parte de un diagnóstico legítimo sobre la expansión del crimen organizado, el texto incurre en lo que Giovanni Falcone habría considerado una “distorsión del enemigo”: mezclar hechos ciertos con invenciones ideológicas para fabricar un relato de miedo.
El artículo afirma que desde 2006-2007 habría surgido una “cuarta ola del narcotráfico” sincronizada con el eje bolivariano de Chávez, Evo Morales, Correa y Ortega, que hoy se expresaría en una cooptación del Estado por parte de mafias protegidas políticamente. Esta tesis —aunque atractiva desde la retórica— carece de respaldo empírico.
Los informes de la UNODC, Europol y el Departamento de Estado de EE. UU. muestran que la expansión del narcotráfico en la región responde a una multiplicidad de factores: aumento global de la demanda, innovación logística de los carteles, debilidad institucional, corrupción policial y desigualdad social, más que a una ideología política homogénea.
Reducir el fenómeno a una conspiración izquierdista ignora que el narcotráfico ha coexistido con gobiernos de todo signo. En México, durante gobiernos conservadores, florecieron los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación; en Honduras y Guatemala, líderes de derecha han sido procesados por lavado; y en Paraguay, Brasil y Colombia, las alianzas entre bandas y políticos locales trascienden ideologías.
Verdades parciales y falsedades evidentes
Es cierto que Venezuela y Nicaragua enfrentan acusaciones internacionales de haber permitido la penetración criminal en el aparato estatal. La DEA y la OFAC han sancionado a altos mandos del chavismo vinculados al llamado Cártel de los Soles, y la Unión Europea ha condenado reiteradamente la represión política y el narcotráfico institucionalizado. Sin embargo, el artículo incurre en falsedades al afirmar que la Asamblea General de la ONU “ratificó” la condición de narcoestado de estos países junto a Cuba; nada semejante existe en los registros diplomáticos de Naciones Unidas.
Igualmente, atribuir al presidente Gustavo Petro una “defensa de los carteles internacionales” o una “apología a Stalin y Hitler” en la ONU no solo es falso, sino grotesco. Petro ha cuestionado el fracaso de la guerra contra las drogas —posición compartida por líderes de distintos continentes— y ha planteado un cambio de paradigma global. Puede debatirse su estilo o su discurso, pero no se puede convertir una crítica estructural en defensa criminal.
Incluso el episodio de la revocatoria temporal de su visa estadounidense, ocurrido tras su intervención en Nueva York, responde a una fricción diplomática puntual, no a acusaciones de espionaje o sedición como sugiere el texto. El propio Departamento de Estado aclaró que la medida era “discrecional y preventiva”, sin imputaciones legales formales.
El verdadero mapa del narcotráfico caribeño
El crimen transnacional que hoy amenaza al Caribe y al Pacífico latinoamericano no obedece a pactos ideológicos sino a vacíos de gobernanza. Los corredores marítimos del Caribe, el Golfo de Urabá, Esmeraldas y el corredor centroamericano hacia México son controlados por alianzas híbridas: clanes colombianos, redes mexicanas, mafias europeas (Ndrangheta, albaneses) y organizaciones asiáticas que lavan capitales a través de criptomonedas y comercio ilegal.
Este mosaico criminal opera con pragmatismo: coopera con militares corruptos en Venezuela, con policías locales en Honduras, con políticos en México y con empresarios en Ecuador. No distingue ideologías. Donde hay Estado débil, el narcotráfico manda.
Por ello, el verdadero desafío no es “el eje bolivariano”, sino la convergencia entre corrupción política, financiamiento ilícito y economía de enclave que destruye la soberanía institucional. Etiquetar a toda la izquierda latinoamericana como cómplice de los carteles es tan absurdo como afirmar que la derecha centroamericana “inventó” el narcoestado.
El riesgo de convertir la denuncia en propaganda
La lucha contra el crimen organizado exige diagnósticos basados en evidencia, no en estigmas. Al convertir el narcotráfico en arma discursiva contra adversarios políticos, se diluye el foco real: el debilitamiento de las instituciones judiciales, la infiltración de los cuerpos de seguridad y la colusión transnacional que convierte a puertos, aeropuertos y aduanas en zonas grises de impunidad.
La “narcocracia” no tiene color político: tiene estructura, poder económico y lógica territorial. Los países que la enfrentan con inteligencia —como Costa Rica o República Dominicana— lo hacen fortaleciendo sus instituciones y cooperación judicial, no alimentando guerras ideológicas.
Conclusión
La narrativa de los “Cancerberos del Caribe” pretende dar rostro político a un fenómeno sin rostro ideológico. Es cierto que el crimen organizado ha mutado y que América Latina vive una nueva etapa de captura institucional, pero reducirla a una conspiración de izquierdas es una simplificación interesada.
La verdad incómoda es que el narcotráfico es un problema global y funcional a todos los sistemas donde el Estado renuncia a su deber de control. No hay “narcocracia caribeña”: hay Estados vulnerables, democracias erosionadas y mercados insaciables que financian la violencia.
Si de verdad se quiere honrar la memoria de Giovanni Falcone, hay que entender que su frase —“la arrogancia del crimen es del tamaño de la ausencia del Estado”— no se refiere a ideologías, sino a la pérdida de justicia.