En el contexto de las Olimpiadas de 2024 en París, un evento que celebra el esfuerzo, la dedicación y la superación de obstáculos, es irónico y profundamente triste tener que hacer una analogía entre el espíritu olímpico y la corrupción en el gobierno de Gustavo Petro. Aunque podríamos suponer un records histórico en los 45 viajes internacionales del presidente de Colombia, Gustavo Petro, en menos de dos años de mandato: Lima, Nueva York, Caracas, Roma, Ciudad de México, Brasilia, Santiago de Chile, Davos, Buenos Aires, Quito, Washington, Madrid, La Habana, Berlín, Bruselas, Belém do Pará, Beijing, Hawái, San Francisco, Ciudad de Guatemala, Múnich, Suecia, Panamá y París, entre otros, que reflejan toda una olimpiada, pero también una alarmante desconexión con los problemas internos de Colombia. En un contexto donde el país enfrenta una crisis profunda de ingobernabilidad, inseguridad y corrupción, la constante ausencia de Petro subraya su desinterés y distancia de los asuntos nacionales.
El pasado 20 de julio, durante las celebraciones de la independencia, el presidente se mostró desinteresado y distante, encapsulando la desilusión de un mandato que prometía ser un sueño de cambio y progreso, pero que en dos años se ha convertido en una pesadilla. La moral anticorrupción, que alguna vez fue el estandarte de Petro y sus seguidores, se ha desmoronado completamente. Durante más de 30 años, Petro construyó su carrera política sobre la promesa de erradicar la corrupción, pero en solo dos años de gobierno, esta promesa ha sido traicionada repetidamente. Los actos de corrupción en su administración ya suman más de 5 billones de pesos, con casos notorios como el de la UNGRD y Olmedo López, la compra de los presidentes de la Cámara y el Senado con fondos ilícitos, la compra de tierras y los robos vinculados a la «Paz Total». La situación ha llegado a un punto tal que las bolsas de dinero de Laura Sarabia y otros escándalos han dejado en evidencia la falta de criterio y la pérdida total de la moral anticorrupción que alguna vez defendieron.
En este contexto, es apropiado decir que la administración de Petro ha «ganado» la medalla de oro en corrupción, rompiendo récords en esta disciplina. A sus seguidores petristas, que antes acusaban a otros de corrupción, se les recomienda desmovilizarse y aceptar que su moral anticorrupción ha caído al piso. Los Juegos Olímpicos, que deberían ser un símbolo de excelencia y esfuerzo humano, ahora sirven como una amarga metáfora del fracaso moral y ético de este gobierno. La administración de Petro ha estado marcada por un activismo desmedido y una falta de competencia técnica, con ministros más enfocados en defender al gobierno que en atender las necesidades de la población.
El desinterés de Petro por los problemas nacionales es evidente en su enfoque en la política exterior y en sus constantes viajes internacionales. En lugar de centrarse en resolver los problemas de desigualdad y pobreza que afectan a millones de colombianos, Petro ha preferido utilizar su tiempo y recursos en proyectos internacionales que tienen poco impacto en la vida cotidiana de los ciudadanos. La administración de Petro ha intentado manipular las investigaciones judiciales, como lo demuestra el polémico nombramiento de Luz Adriana Camargo como fiscal general, tras presiones indebidas a la Corte Suprema. Este acto ha frenado investigaciones importantes, incluyendo aquellas que involucran a su propio hijo en lavado de activos. La situación en el país sigue deteriorándose, con ríos que se secan, comunidades que sufren las consecuencias de la deforestación y la minería, y un aumento en la violencia y el crimen organizado. El proyecto de «Paz Total» ha fracasado rotundamente, con un aumento en la violencia y el fortalecimiento de grupos armados ilegales.
Petro apuesta todo a su agenda legislativa antes de las próximas elecciones, utilizando un Congreso que ya controla mediante sobornos. El desvío de fondos destinados a atender el hambre y la pobreza en regiones como La Guajira se ha convertido en el combustible para su maquinaria política, lo que sugiere un gobierno más centrado en su propia supervivencia que en el bienestar de sus ciudadanos.
El abandono de los ideales que alguna vez llevaron a Petro al poder debe servir como una lección para los futuros líderes: el pueblo colombiano no puede ser subestimado ni manipulado con promesas vacías. A medida que el país se prepara para enfrentar nuevos desafíos, el papel de cada ciudadano será crucial para garantizar un futuro más justo y equitativo. Las reformas pendientes y los problemas no resueltos son un recordatorio constante de que el cambio genuino requiere más que retórica; requiere acción, integridad y una verdadera dedicación al bienestar común. En este contexto, los colombianos deben mantenerse vigilantes y exigir a sus líderes el cumplimiento de sus promesas, buscando siempre el interés colectivo por encima del individual.
Después de dos años en el poder, Gustavo Petro parece haber perdido la voluntad de ser el líder que prometió ser, dejando al país en busca de un nuevo rumbo y liderazgo efectivo. Es hora de reflexionar sobre el futuro de Colombia y tomar decisiones que realmente beneficien al país y no a intereses personales. La actual coyuntura política debería ser un llamado a la acción para los ciudadanos colombianos. El desinterés evidente del presidente y su falta de compromiso con las promesas de campaña han hecho evidente la necesidad de un revolcón político nacional. La elección de un nuevo liderazgo que ponga al país por delante de intereses personales es imperativa. La decepción de los seguidores de Petro no solo refleja la fragilidad de su administración, sino también la necesidad de una reevaluación profunda de los valores y prioridades de aquellos que aspiran a dirigir la nación.
Además, la reciente decisión de Petro de romper su silencio sobre las elecciones en Venezuela, no condenando la trampa de Maduro y llamando a la paz y la negociación, legitima el robo en las elecciones del pasado 28 de julio. Mientras el candidato de oposición, con el 80% de actas escrutadas, duplica en votación a Maduro, y con todas las actas firmadas y legalmente testificadas, Petro funge de abogado de la dictadura y pide paz mientras Colombia es un infierno de inseguridad. Sus proyectos de «Paz Total» se hunden día a día debido a los miles de asesinatos diarios por el ELN y otros grupos que surgen de fracasados procesos de paz anteriores, por el antiguo amigo de Nicolás Maduro, el expresidente Juan Manuel Santos. Petro es peor que los Castros en Cuba, el chavismo en Venezuela y Putin en Rusia. El jefe de Estado había completado 48 horas en silencio sobre la crisis política en el vecino país antes de tomar una posición que solo agrava la percepción de su desconexión con los principios democráticos y los derechos humanos.
La administración de Petro, marcada por la ineficacia, la corrupción y la desilusión, debe ser una lección para todos los colombianos. Es crucial que en las próximas elecciones se elijan líderes comprometidos con el bienestar del país y no con sus propios intereses. La moral anticorrupción de Petro y sus seguidores se ha desvanecido, y su gobierno ha dejado una marca indeleble de desilusión y fracaso. En el espíritu de las Olimpiadas, donde la integridad y el esfuerzo son premiados, el gobierno de Petro ha ganado la medalla de oro en corrupción, dejando a los colombianos con la ardua tarea de reconstruir la confianza y la esperanza en su futuro.
Luis Alejandro Tovar
Gracias por compartir mi humilde opinion sobre este desastre de gobierno que nos vendieron como cambio.