Recuerdo que el día que el Presidente Duque declaró el aislamiento obligatorio, me encontraba con mi esposa e hijos visitando a mis padres en Fonseca, ese fin de semana se extendió a 3 meses sin regresar a nuestra casa en Santa Marta, por cuenta del cumplimiento a las instrucciones dadas para el cierre total de las vías nacionales. Esa situación se mantuvo hasta que logramos permisos de circulación para trasladarnos atendiendo nuestras actividades laborales y empresariales, fueron 90 días en los cuales recargué el corazón de mi familia debido a los 10 años aproximados que tenía de no pasar una semana entera con ellos, fue un tiempo en el que reconstruimos lazos; interactuó mi esposa con todos de quienes siempre contaba mis historias; así como mis hijos disfrutaron con sus primos, tíos y abuelos, principalmente dimos rienda suelta a buscar lo mejor de nosotros mismos para brindárselo a los demás.
Como lo dije en mi columna anterior “la sociedad de los pajazos mentales” cuando podía salir gracias al permiso otorgado en la medida de pico y cédula, lograba ver en los dinteles de las puertas de las casas fotocopias, carteles y en algunos casos pendones con la trascripción literal del Salmo 91, en reiteradas oportunidades pude ver como se hicieron caravanas y vigilias religiosas por las calles del pueblo invocando la protección de Dios, sobretodo consagrando a toda la comunidad a los pies de el Señor; fueron momentos conmovedores en los cuales se vivió una relativa paz, nos ilusionamos con un nuevo mundo, hubo muestras de reconciliación entre familiares, demostraciones de solidaridad para tratar de apoyar a quienes no contaban con recursos para afrontar la cuarentena, entre otras tantas ejemplares acciones de los Fonsequeros y en general de los habitantes del mundo; todos pensamos que éramos y seriamos mejores, pero que va, resultamos peor que antes, solo fue que llegara la chispa adecuada para encender el verdadero sentir del pueblo; es decir la política nos reveló lo que verdaderamente somos.
Da tristeza saber como han deformado el concepto propio de la política, cuyo objetivo es el de resolver pacífica, democrática y razonablemente conflictos entre las personas y los grupos humanos a través de un debate libre y la confrontación de proyectos sociales distintos con la meta de conseguir acuerdos que hagan posible la coexistencia en el conflicto; pero no, hemos convertido a la política en una lucha por el estatus, el poder y los recursos, en el camino del cual los rivales desean neutralizar, dañar o eliminar a sus competidores, eso hace que quien ostenta el poder pocas veces quiera aceptar que debe dar un paso al costado.
El poder enamora, enceguece y cambia los corazones de quienes no están preparados para ejercerlo; por el contrario se torna peligroso por cuanto lo que se quiere comprobar es que se tiene en sus manos y en sus acciones la capacidad de definir el futuro de todos y que ese todo los vea como la tabla de salvación eterna; por eso cualquier critica o disensión lo disfrazan de persecución logrando victimizarse hasta por hechos generados por ellos mismos, claro, se necesita adoctrinar con ideas, favores financieros o cualquier otro medio a un grupo que sienta ofensa cuando alguien levanta su voz en defensa de los intereses generales diferentes a los pregonados por el personaje; la historia está llena de esos casos donde se idolatran a líderes que para lograr sus objetivos pasan sobre los derechos de otros como Hitler, Chávez y unos cuantos que se quieren imponer en nuestro país.
Un año después de ese tiempo que en adelante llamaré “periodo de ilusión fracasada” se notó como volvió recargado el odio, rencor, egoísmo, envidia e hipocresía que se encendió con la política, solo es mirar la división social generalizada que hay con la etapa post paro nacional, la anulación de la elección del Gobernador de La Guajira y en Fonseca la destitución del Alcalde; es risible y a la vez preocupante como las redes sociales se han inundado de noticias falsas, imágenes de nuevos aliados y ataques a la dignidad de las personas; además de las acusaciones a las autoridades administrativas y entidades públicas por intervenir desde la burocracia en el debate electoral ejerciendo un dominio hegemónico e influir sobre la decisión electoral; sobre lo anterior no ahondaré porque no es mi interés en este artículo, solo es ilustrar como está hoy un pueblo que se pensó podría ser distinto ante el sufrimiento causado por los efectos de la pandemia.
Era imposible saber con certeza cómo luciría el mundo hoy tras el colapso causado por la expansión del Covid y los efectos políticos, sociales, financieros y ecológicos sobrevinientes, pero sí era factible medir algunas secuelas de esa crisis; empero, lo que está pasando se salió de todo cálculo, pues a medida que pasa el tiempo, se muestra como quienes han ostentado poder administrativo para ejecutar planes gubernamentales se han creído que son esfuerzos propios y deben ser catalogados héroes, además que se les debe rendir pleitesías y que su palabra se atienda con interés, respeto y, sobre todo, que son órdenes que deben obedecerse, además que quien difiera de ellos debe ser señalado como traidor, ese es precisamente el virus que baja a la gente excitándola a actuar sin pensar en sus propias consecuencias trastornando los planes, peticiones y oraciones hechas de rodillas en los momentos en que se pedía protección para no ser afectado por el virus.
Luego nos preguntamos porqué nos pasan cosas malas, muchos buscaron perdón y reconciliación pues creían que terminaría el mundo, y luego no fue así; a pesar de que no se dieron los efectos apocalípticos que esperaban esos pesimistas, se pensó que no se volvería a ser lo mismo después de la pandemia, a sabiendas cuán terribles son los posibles riesgos y cuán frágiles son las políticas para evitar el desastre total, ¡pero ni mejor ni ná!
Pienso que si la política es quien nos desune debemos tratar de hacerla diferente, buscar nuevos escenarios para los debates y lograr respetar las decisiones de los demás; pero mi principal exhortación es para quienes pretenden perpetuar su ego a través del poder político, es que si de veras les interesa el bien común no inyecten veneno a los corazones de sus seguidores que les haga desechar la bondad, el amor y la solidaridad que Dios nos regaló. Por cierto, no es exclusivo para Fonseca, es un testimonio de lo que pasa, pero hay territorios que están similares o quizás peores.
ADAULFO MANJARRÉS MEJÍA
Excelente!! Que capacidad para plasmar la realidad de este país.
La realidad de este mundo, nos hemos vuelto indolente tantos amigos, familiares que se fueron con esta pandemia, hoy sale el pueblo alas calles como si no pasará nada, amanecerá y veremos