2 Timoteo Capitulo 1
“Dios nos salvó y nos ha llamado a formar un pueblo santo, no por lo que nosotros hayamos hecho, sino porque ese fue su propósito y por la bondad que ha tenido con nosotros desde la eternidad, por Cristo Jesús. Esa bondad se ha mostrado gloriosamente ahora en Cristo Jesús nuestro Salvador, que destruyó el poder de la muerte y que, por el evangelio, sacó a la luz la vida inmortal.” 2 Timoteo 1:9-10
La razón por la que Cristo se hizo hombre fue para anular a través de su muerte, la potestad que tenía Satanás sobre nosotros para matarnos eternamente.
“Debido a que los hijos de Dios son seres humanos —hechos de carne y sangre— el Hijo también se hizo de carne y sangre. Pues solo como ser humano podía morir y solo mediante la muerte podía quebrantar el poder del diablo, quien tenía el poder sobre la muerte.”
Hebreos 2:14
Vivir sabiendo que iba a morir era la constante para Jesús, desde el principio aceptó su destino. No obstante, para nosotros hablar de la muerte siempre será algo incómodo, es algo que nos cuesta aceptar y por ello, evitamos pensar en ella, sencillamente no queremos morir y tampoco ver morir a los que amamos; es un proceso doloroso que nos destroza y muchas veces nos apaga de tal manera que vivimos como si estuviésemos muertos.
Así como lo hizo Jesús, es necesario que reconozcamos que morir hace parte de nuestro ciclo, validar esta verdad nos hará libres y nos permitirá disfrutar del corto tiempo que estemos en esta tierra.
Pero, ¿Como podemos aceptar la muerte cómo parte de esta aventura llamada vida? ¿Cómo sobreponernos al dolor de ver morir a los que amamos? Sencillamente, es algo muy difícil.
Reflexionando acerca de esto, pensé en la historia de Nohemí, dice en Rut 3:5 Pero sucedió que murió Elimélec, el marido de Noemí, y ella se quedó sola con sus dos hijos. Más tarde, ellos se casaron con dos mujeres moabitas; una de ellas se llamaba Orfá y la otra Rut. Pero al cabo de unos diez años murieron también Mahlón y Quilión, y Noemí se encontró desamparada, sin hijos y sin marido.
Dimensionar el estado en el que puede encontrarse una persona luego de ver de cerca a la muerte, o l de ver morir a los suyos, es inimaginable. A Nohemí, esto la llevo a sumirse en un luto profundo e interminable. Ella, se hundió en la amargura, el dolor e incluso en el enojo y llegó a culpar a Dios de su desdicha. Ciertamente Nohemí nos representa.
Rut 1:19b – 21 —¿No es ésta Noemí? Pero ella les respondía: —Ya no me llamen Noemí; llámenme Mará, porque el Dios todopoderoso me ha llenado de amargura. Salí de aquí con las manos llenas, y ahora las traigo vacías porque así lo ha querido el Señor. ¿Por qué me llaman Noemí, si el Señor todopoderoso me ha condenado y afligido?
En este sentido, sobreponernos a la muerte implicara comprender varias coas:
- Es algo inevitable
- Tiene un propósito mayor
- El final de la vida no es la muerte
- A través de ella iremos al padre y viviremos a su lado por la eternidad.
En Juan 11:25-27 Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”
La muerte de Jesús garantiza que no moriremos jamás, aunque desaparezcamos de la faz de la tierra hay una parte de nosotros que no muere. La muerte de Jesús tiene el poder de resucitar nuestra alma abatida, darnos esperanza y fuerzas para vivir cada día y seguir adelante a pesar del inminente final.
Asimismo, dice la palabra de Dios “Y no temáis a los que matan el cuerpo, más el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.” Mateo 10:28
Nos sobreponemos a la muerte cuando comprendemos que una parte de nosotros no muere, simplemente asciende al trono de Dios. Aceptar el tránsito por este mundo con todo lo que trae, nos prepara para una vida mejor después de abandonar nuestro cuerpo terrenal.
En cambio, vivir con dolor, temor, rencor o amargura es una pérdida de tiempo, es desperdiciar la única oportunidad que tenemos de recorrer este mundo con intensidad. El enemigo de nuestra alma quiere precisamente que adoptemos la actitud de Nohemí, porque su intención no solo es matar el cuerpo, sino apagar nuestra alma, nuestra estima, el amor por otros, la esperanza, la fe, la alegría, la capacidad de asombrarnos, la confianza, etc.; y al final cuando ya no nos queda tiempo en esta vida, nos damos cuenta que hemos desperdiciado el tiempo.
Vivamos pues honrando el sacrificio de aquel que por amor decidió tomar nuestro lugar para darnos la posibilidad de seguir viviendo. Jesús nos libertó y nos dio vida y vida en abundancia; por eso aunque muramos físicamente, no puede quitarnos el regalo de vivir una eternidad con Dios.
Dice Juan 10:10 El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.
Esta vida abundante no es simplemente tener una vida larga, fácil y cómoda en la tierra, no se refiere a la prosperidad material o a complacer nuestros deseos, esa vida abundante está basada en la satisfacción y contentamiento pleno en Jesús. Es tener paz y gozo permanente.
Este pedacito de tiempo que pasamos en la tierra caduca, por ello no debemos aferrarnos solo a esto, hay algo más después de morir y eso es lo que nos debe dar esperanza y llevarnos a disfrutar a plenitud del corto tiempo que estamos aquí.
El final de la historia de Nohemí, fue la resurrección de su esperanza, Dios le devolvió las ganas de vivir y la alegría; Entonces las mujeres decían a Noemí: Rut 4:14-17 —¡Alabado sea el Señor, que te ha dado hoy un nieto para que cuide de ti! ¡Ojalá tu nieto sea famoso en Israel! Él te dará ánimos y te sostendrá en tu vejez, porque es el hijo de tu nuera, la que tanto te quiere y que vale para ti más que siete hijos. Noemí tomó al niño en su regazo y se encargó de criarlo. Al verlo, las vecinas decían: —¡Le ha nacido un hijo a Noemí! Y le pusieron por nombre Obed. Éste fue el padre de Jesé y abuelo de David.
Solo Dios tiene este poder, de darle vida a lo que está muerto, resucitarnos y darnos vida en abundancia y como a Nohemí, se inventará cualquier estrategia para que, por la gracia de Jesucristo, disfrutemos de los privilegios y beneficios de sus hijos.