Colombia enfrenta un momento histórico complejo bajo el liderazgo de Gustavo Petro, quien prometió un cambio, pero, en la práctica, ha demostrado ser otro autócrata fallido. Al iniciar su gobierno, Petro aspiraba a emular a Simón Bolívar; sin embargo, dos años después, apenas alcanza a ser un Pedro Castillo, el expresidente peruano que también fracasó estrepitosamente en sus intentos de liderar un país.
Ineptitud para gobernar y caída política
La ineficacia de Petro para gobernar se refleja en su incapacidad de cumplir las promesas hechas a sus seguidores. Sus propuestas de campaña eran tan ambiciosas que, de haber ejecutado siquiera el 40%, habría fortalecido su posición para 2026. Sin embargo, su gestión ha llevado a la izquierda colombiana a un pozo profundo del que será difícil salir en décadas. Este contexto global de cambio también visibiliza el auge de figuras libertarias como Javier Milei en Argentina, Nayib Bukele en El Salvador y Donald Trump en Estados Unidos, dejando claro que tarde o temprano Colombia también podría optar por líderes políticamente incorrectos frente a la izquierda comunista.
En lugar de consolidar su liderazgo, Petro se ha caracterizado por su soberbia, que le impide reconocer errores, y por discursos cargados de odio que han convertido su gestión en un bumerán que golpea su propio ego. Lejos de convertirse en el gran reformador que prometió, Petro ha demostrado que su verdadero talento radica en legislar desde las sombras, en un Congreso donde la corrupción y la mentira son el pan de cada día. Ni siquiera allí, donde debería ser más efectivo, logró consolidar un poder estable, a pesar de repartir «mermelada» a partidos políticos tradicionales (Conservador, Liberal, Verde, entre otros), ni cumplir con las regiones ni los sectores que lo respaldaron.
La polarización como estrategia fallida
Petro es un presidente que no le sirve ni a sus aliados ni a sus detractores. Ha fallado en todos los frentes, dejando al descubierto que su modelo de liderazgo no es más que un cascarón vacío. Su discurso de odio hacia sus opositores ha terminado por deslegitimarlo incluso entre quienes creían en él. El Petrismo, radical y cerrado, ha llegado al punto de tildar de «uribista» a todo aquel que no comparta sus ideas, utilizando este término como sinónimo de desprecio. Pero esta estrategia no solo los aísla, sino que refuerza la percepción de que son más antiuribistas que verdaderos seguidores de Petro.
Gracias a Dios y a la fortaleza de esta democracia, los que no somos petristas no estamos en campos de concentración como el que nazis utilizaron para exterminar a los judíos. A pesar de los intentos de polarización y descontrol, Colombia ha resistido. No hemos caído en la tiranía de un autócrata que sueña con imponer su visión sin oposición. Nuestra democracia, con todos sus defectos, sigue siendo un escudo frente a las ambiciones autoritarias de Petro y otros líderes similares que han surgido en el continente.
Una democracia resiliente
Lejos de cumplir con su agenda de cambio, Petro ha encontrado consuelo en la autocomplacencia del alcohol y las drogas. Sus discursos, llenos de incongruencias, buscan siempre culpables para justificar su ineficacia: desde la «politiquería» que, según él, lo derrota, hasta los medios de comunicación que se atreven a cuestionarlo. Su visión mesiánica, en la que solo él es capaz de salvar al país, se ha convertido en su mayor debilidad. Ni sus aliados internacionales ni la maquinaria política que construyó han logrado sostenerlo.
En este contexto, los colombianos debemos reconocer que el verdadero enemigo no es solo Petro, sino la cultura política que ha permitido que personajes como él lleguen al poder. La corrupción, la falta de educación crítica y el oportunismo de los partidos tradicionales han creado un terreno fértil para el surgimiento de autócratas fallidos que fracasan por su incompetencia y porque nuestra democracia, aunque imperfecta, es más fuerte que ellos.
Mirando hacia el futuro
Colombia no caerá en la tiranía de Petro ni de ningún otro líder autocrático. A pesar de nuestras fallas como sociedad, seguimos siendo resilientes. En 2026, los colombianos tendremos la oportunidad de decir «nunca más» a los extremismos ideológicos que solo buscan dividirnos. Esta democracia, hija de las luchas de Nariño y no de las ambiciones dictatoriales de Simón Bolívar, continuará resistiendo. No seremos otra Cuba ni otra Venezuela. Somos y seguiremos siendo una Colombia libre, aunque imperfecta.
Este es el momento de fortalecer nuestra democracia y rechazar tanto el autoritarismo como la corrupción que nos han robado el futuro durante años. La verdadera revolución no está en los discursos vacíos de los líderes populistas, sino en la construcción de una sociedad más justa, crítica y participativa. Solo así podremos romper el ciclo de mediocridad y empezar a construir el país que todos deseamos.
Luis Alejandro Tovar