Es la gran pregunta que nos hacemos quienes observamos, a horas del proceso electoral, lo que pasa en Venezuela: ¿qué haría que un hombre omnipotente como Nicolás Maduro se apartara del poder? ¿Qué lo podría inducir a dejar su capacidad enorme y concentrada de seguir espoliando a 28 millones de venezolanos? ¿Por qué se iría a disfrutar de un retiro a los 62 años, en alguno de los países amigos que lo recibirían a regañadientes, pero lo dejarían estar en ellos?
Maduro está rodeado y protegido por el poder militar, claro reflejo del cartel de lo soles que goza de la impunidad y de beneficios reales, contados en efectivo y en oro. Tiene el respaldo de la guerrilla colombiana que se ha adueñado de parte del territorio venezolano para delinquir y narcotraficar. Está apadrinado por los gigantes poderosos de China, Rusia e Irán, dedicados a usar los recursos naturales con los que la naturaleza vistió el subsuelo de ese país para manejarlos a su antojo, sin supervisión ni restricciones. Como si eso fuera poco, tiene el dominio descarado para abusar del presupuesto público menguado por la decadencia de la producción nacional, pero aún sobreviviente de tantos desmanes dictatoriales.
No vemos razones claras para una decisión como esa. Sentado en la silla presidencial como en un capítulo eterno de juego de tronos, ha retado a los Estados Unidos cuantas veces ha querido, y aprovechó la debilidad de la política internacional de Biden para proteger al gran gerente de la caja nacional que se sustrae él y su combo, a la vista de todos.
Ha desconocido las expresiones democráticas que se atreven a hacer sus airados compatriotas y ha construido una cleptocracia de dimensiones incomparables con ningún otro régimen de la historia. Suharto, Marcos, Pérez Jiménez, nadie tiene o ha tenido la conjunción de fuerzas que muestra Maduro.
Los sistemas autocráticos no han sido perpetuos. Los pueblos tiranizados terminan reaccionando y deponiendo al dictador, aun cuando a veces es la muerte la que logra el cometido y se interpone para que cese el pie opresivo en el cuello de la ciudadanía de un país.
¿Tiene la gente del bravo pueblo la llave para deponer al dictador? ¿Se alzarían al extremo de luchar por unas elecciones limpias en las cuales con absoluta seguridad ganaría la oposición? ¿Sería una masacre que propiciaran las fuerzas armadas y la guerrilla colombiana para defender el seguro fraude?
Los militares no tienen razón para cambiar a alguien que les asegura sus desfalcos millonarios. La guerrilla colombiana, exportadora de un modelo económico colombiano de narcotráfico, tampoco está interesada en que venga un demócrata a sacudir la libre circulación que tienen en Venezuela para cualquier tipo de actividad ilegal. Nos advertían de que Colombia podía terminar como Venezuela. Ahora es Venezuela la que terminó como Colombia. Lamentable, pero cierto.
Solo al ciudadano inerme, de a pie, le interesa un cambio de régimen que los favorezca a todos con una renovada forma de gobernar, sin alzarse con los dineros públicos como sucede hoy. Pero el riesgo de un enfrentamiento sangriento ha sido expuesto por el propio mandatario, con ánimo de advertir que esa no será la forma de sacarlo del gobierno.
No se vislumbra un sonriente atardecer para los amigos, hermanos, vecinos el 28 de julio. Que DIOS me contradiga.