QUE JESÚS RESUCITE EN NUESTROS CORAZONES

Dice en 1 de Juan 4:7-11 “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros”.

Me pregunto: ¿Estoy amando a los demás como Dios me ama? Leo esto y solo puedo pensar que quizás no he conocido a Dios. ¿Dónde quedaron tantas prédicas escritas, tantos mensajes llenos de poder y reflexión? Dios me ha dicho que ame a los demás, no hay ni un solo pasaje que me diga que puedo amar a unos y a otros no, entonces ¿Por qué quiero a algunos, aborrezco a otros y me son indiferentes otros tantos?

A veces nos sentimos ofendidos, desanimados y heridos por la forma en que otros nos hablan o nos tratan, olvidándonos que hemos cometimos actos más reprochables contra Dios. A pesar de ello nos abraza, nos espera, hace que el sol brille sobre nosotros, nos permite disfrutar de la luna, el oxígeno, la naturaleza en todo su esplendor. Entonces ¿Por qué permitimos que la amargura, el odio, el rencor, haga casa en nuestro corazón?

La razón es una, nos falta ser agradecidos y ser conscientes de lo bueno que es el Padre, a pesar de nuestra maldad. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo cuando somos blanco de los malos sentimientos de otros?

Grabemos en el corazón la palabra de Dios que dice: “Amaos unos a otros”. En 1 Tesalonicenses 5:12-22 nos manda a tener paz entre vosotros, que amonestemos (no que odiemos) a los ociosos, que alentemos a los de poco ánimo, que sostengamos a los débiles, que seamos pacientes para con todos. Que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguir siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos.; que estemos siempre gozosos y oremos sin cesar. Que demos gracias en todo, porque esa es la voluntad de Dios. Que no apaguemos nuestro Espíritu, que lo examinemos todo, reteniendo lo bueno y desechando lo malo.

Tener paz entre nosotros, es no abrigar sentimientos de enemistad u odio hacia nadie. Si estuviéremos siempre agradecidos con Dios, esperando él, entendiendo que todo está bajo su control y pasa por una buena razón, no habría más quejas acerca del comportamiento de otros, ni murmuraciones, ni chimes, ni odio.

Preguntémonos ¿Mi forma de hablar o actuar daña a los demás? ¿Odio a alguien? ¿Estoy hablando mal de alguien?

Reflexionemos primero acerca de nosotros mismos, antes de atrevernos a creernos con el derecho de cuestionar a otros. Demos gracias a Dios en todo y por todo, eliminando cualquier sentimiento negativo de nuestro corazón y sólo entonces habremos conocido al Padre, tengamos como meta o más bien, como camino, el amar a los demás por encima de todo. Hemos sido nosotros quienes, con desprecio, egoísmo, envidias, celos, maldades, chismes, murmuraciones, falta de empatía y falta de perdón crucificamos a Jesús. Tomemos consciencia de ello, volvamos el corazón al Padre y que hoy JESÚS RESUCITE EN NUESTROS CORAZONES.

Jennifer Caicedo

DESCARGAR COLUMNA

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Abrir chat
💬 ¿ Necesitas ayuda?
Hola 👋 ¿En qué podemos ayudarte?