QUE MARCHE OTRO

Muchos colombianos reclaman, demandan y exigen una solución a la gravísima coyuntura política que vive el país y claro, también demandan, solución a los problemas estructurales, no creados por este gobierno, pero que agobian a la población y a la visión de futuro: pésima educación, falta de justicia, informalidad laboral, falta de competitividad, desigualdad y la prevalencia del narcotráfico y la subversión, entre otros.

En la coyuntura ven la desmoralización del país, la inoperancia e incompetencia de la administración Petro, el discurso de conflicto y falsedad, la entrega del país a los violentos aperada de la desmoralización de la fuerza pública, la inseguridad ciudadana, el derrumbe de la economía y la destrucción de la salud, entre tantas otras catástrofes del huracán Petro.

Pero, sobre todo, sin que sea sorpresa para los que lo habíamos advertido desde el primer día del gobierno, viven el temor generalizado de que el presidente, como lo ha dicho tantas veces de manera explícita y no le creían, quiere y puede lograr la subversión del orden constitucional para perpetuarse en el poder por ampliación del periodo o la reelección y la transformación del modelo político para instaurar una dictadura de corte bolivariano.

Pero la solución que se pide y se reclama usualmente debe ser instantánea. Se pide que sea casi mágica. Incluso la reclaman antidemocrática y violando la constitución que todos debemos defender.

La solución esperada, además, no debe implicar el compromiso personal ni la acción política individual ni colectiva.

En este catálogo de soluciones no solo prima la inmediatez. Se aspira, en clave típicamente inmadura y latinoamericana, a la aparición del mesías o al retorno de uno existente.

En el registro de las expresiones comunes y generalizadas no aparece la construcción o promoción de nuevas organizaciones políticas, la búsqueda y preparación de nuevos liderazgos, la financiación de tanques de pensamiento o estructuras de formulación de políticas o la creación de comités cívicos para promover la reacción ante la infamia.

La desesperanza, el cinismo y la indiferencia justifican para la mayoría la inacción. La ciudadanía se centra en la solución o contención de sus problemas personales. Se enajena de las malas noticias. Adopta, acomodadamente, la ley de las equivalencias en la cual el pasado y el presente de los líderes del país es siempre igual, el pasado, el presente y el futuro de la política es equivalente, “todos” los políticos, dicen con convicción, son iguales. Piensan que la mediocridad es el destino kármico de nuestra democracia, niegan los avances logrados, reclaman más estado, a la vez que se niegan a contribuir al mismo o a buscar que sea mejor manejado.

A la hora de ejercer el derecho a la protesta contra la evidente incompetencia del gobierno Petro y sus afanes antidemocráticos, piensan que ya marchará otro o se llenan de excusas para no hacerlo. Cualquier argumento es bueno. Están ocupadísimos, están asustadísimos, les parece que las convocatorias no los satisfacen, que los organizadores no los representan, que la hora no les sirve, que el día es inadecuado, que la causa no los inspira, que el mecanismo no es útil, que les da pena.

Los líderes políticos, por otra parte, solo cuidan sus rentas personales. Hace rato que no creen que la movilización, motivada por la defensa de valores y principios, sea rentable. Prefieren el cálculo y la apuesta. No exponen. Prima la hoguera de las vanidades.

Al momento de escribir esta columna no sé que tan exitosa será la convocatoria al plantón del 20 de julio en la plaza de Bolívar. A muchas organizaciones y activistas nos motivará marchar por el valor simbólico de la fecha. Rememoramos el nacimiento de nuestra República, del Congreso y del Ejército.

Inicia el 20 de julio a las 2:00 pm la sesión ordinaria del Congreso de la República y estará el presidente esbozando su propósito, nunca ocultado, de subvertir y acabar la constitución del 91. Por eso el compromiso de protestar. Tratando de enviar el mensaje claro de que no confiamos en un congreso que solo expresa el deseo de reelección de sus miembros a cualquier costo y donde el compromiso ético y programático, que debería necesariamente ilustrar la labor parlamentaria, cada vez es solo posible predicarlo de un número decreciente y minoritario de congresistas.

Esperamos una asistencia multitudinaria. Sino se logra no importará. Al inicio del gobierno Petro las convocatorias no siempre fueron numerosas, pero permitieron ir venciendo las excusas y el escepticismo hasta llegar al evento apoteósico del pasado 21 de abril.

Petro ha olvidado ese gran gesto democrático de millones de colombianos el 21 abril. Lo vilipendió y ahora lo ignora para no evidenciar su falta de legitimidad al iniciar todas sus rutas constituyentes. Disponiendo del presupuesto nacional, sin vergüenza a la hora de usarlo para propiciar corrupción, apoyado en un núcleo duro de activismo que siente que pasa su cuarto de hora en medio del desastroso manejo del país, Petro sigue siendo un riesgo severo y grave para el futuro de una patria libre, prospera y en paz.

Por eso marcho yo y no espero que marche el otro.

Enrique Gómez Martínez 

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