RIMAS Y RECUERDOS

Juan Bautista Herrera Mejía era el abuelo paterno de Efraín Herrera Argote, conocido por sus amistades como «Pepe», que es el mismo que mantiene viva su página de Facebook bautizada como «San Juan del Cesar, personajes del pasado, memorias fotográficas».

En una de las frecuentes conversaciones que tengo con él se refirió a su abuelo resaltando algunas cosas interesantes que me parecieron dignas de mencionar en una nota. Entonces nos pusimos de acuerdo para escribirla. Algo que nos permitiera viajar a través del tiempo con nuestros familiares.

Decíamos:

En esa época, no existían los computadores y las máquinas de escribir eran un lujo costoso en las oficinas públicas y despachos judiciales de los pueblos. No obstante, las administraciones municipales no se varaban, llevaban sus libros bien tenidos con secretarios eficientes y preparados. Esto les permitía guardar el orden debido en los archivos.

Esos dones fueron los que le permitieron a Juan Bautista Herrera, permanecer en el cargo de Secretario de la alcaldía de San Juan del Cesar, por muchos períodos, sin importar el cambio de alcalde ni la afiliación política del mandatario de turno.

Su preparación era el mayor aval para permanecer ejerciendo. Era un artesano de zapatos de tela y cuero, como se usaban en la época, bastante ilustrado, con mucha fluidez gramatical y excelente caligrafía. Se casó con Caridad Suárez y tuvieron 5 hijos.

Se tiene evidencia del facsímil del acta de posesión del señor Rafael Manjarrez Labarse, como inspector de rentas del municipio, cuando José Antonio Manjarrés era el alcalde del pueblo y Juan Bautista Herrera oficiaba como secretario del despacho.

En 1937, «Toño» Manjarrés estaba soltero y dedicaba todo su tiempo a administrar los intereses del pueblo con total honestidad. Luego fue nombrado dos veces más como alcalde de San Juan del Cesar, en 1943 y 1958, cuando ya era un hombre casado y con hijos. Poseía un expendio de carnes en el viejo mercado público que le proveía el sustento para su hogar. En la administración del expendio él atendía la caja y su empleada Pachita Orozco, cortaba y pesaba.

En su tercera administración sus hijos ya mayorcitos tenían que turnarse para ir al expendio a reemplazar a su padre, quien tenía que salir para la alcaldía a atender los asuntos del despacho. Nos cuenta Manuel «Mane» Manjarrés, su hijo intermedio, que varias veces cuando iba al expendio muchas personas conocidas le pedían que ejerciera su influencia para que las atendieran antes de que se acabara la carne. «Mane» le decía a la despachadora, pero ella hacía caso omiso y le contestaba:

«Mierda pa’ vo»

Acto seguido despachaba a las personas de sus preferencias, tal como lo recordaba Isaac «Tijito» Carrillo, en un disfraz legendario que se llamaba «Pachita, vendeme la carne».

Su otro hijo, de los menores, «Teo» Manjarrés, en uno de sus regresos a casa después de un viaje, se apareció con la foto de su papá enmarcada, con un poema de Jorge Robledo Ortiz grabado sobre su figura patriarcal. Éste es el poema.

Mi Abuelo

«Mi abuelo era de acero

¡ Qué abuelo aquel, carajo !

Su estampa castellana de bizarra

hidalguía

Cuando murió una noche, ya muerto

parecía

Un roble derribado por Dios de un solo tajo

Nunca supo del dolor ni conoció el

atajo

Que crucifica el alma sobre la

cobardía

Casi ya con cien años mi abuelo

aún podía

Desafiar el futuro de pies sobre el

trabajo.

! Qué macho era ese viejo ¡

Cuando llegó la muerte lo encontró

tan resuelto, tan viril y tan fuerte

que tuvo que estrellarse contra su corazón

Sin pavor en los ojos mi abuelo emprendió el viaje

Pues ya tenía su último equipaje

Y mi abuelo era exacto para una obligación».

Volviendo al señor Herrera, además de sus habilidades intelectuales y manuales era una persona muy colaboradora, dispuesta a prestar cualquier servicio donde la comunidad sanjuanera lo solicitara, sin esperar más que las gracias como retribución.

Se levantaba de madrugada para estar listo a las cinco de la mañana, cuando le tocaba empezar con el ritual de convocar a la misa de 6 am, repicando las campanas del templo. Así le colaboraba diariamente al padre Dávila con el bendito «Tin-Tan» que servía de despertador de los fieles. Después del santo oficio se tomaba un tinto en la vecindad y se iba a cumplir con su deber en la alcaldía.

Las del templo eran unas campanas sonoras, que emitían sus ondas auditivas hasta los confines del pueblo. Muchos de las viejas generaciones recuerdan su eco ondulante. La gente de antaño decía que nadie las tocaba como Juan Bautista Herrera, por eso le pusieron el sobrenombre de «Campanero Mayor».

Por su buena amistad no se descarta que el padre Manuel Antonio Dávila, influyera para que permaneciera en el cargo de «Secretario» de la alcaldía, dado que en San Juan del Cesar no se movía una hoja del árbol de la sociedad sin el consentimiento del presbítero.

Su fino humor y su ingenio le ayudaron para componer unos versos a un incidente que tuvo en el campanario de la iglesia de San Juan del Cesar, que se volvieron famosos en aquella época.

Decían:

«Juan Herrera se cayó

De la Torre de la iglesia

No le pasó na’ en los pies

Porque cayó de cabeza.

Adiós a mis amistades

Se va Juan Bautista Herrera

Adiós Caridad Suárez

Para tierra extranjeras»

Este par de estrofas estuvieron de boca en boca en el pueblo y la memoria colectiva las hizo imborrables. A mí me interesaron mucho cuando me las recordó su nieto «Pepe» Herrera, porque me hizo evocar a mi madre Celinda Molina, quien las repetía a cada rato cuando éramos niños.

A mi madre le gustaban los versos y hasta tejía algunos cuando las circunstancias lo ameritaban. Recuerdo unos que me aprendí de memoria cuando ya estaba mayorcito. Se los hizo a Jaime Zucchini, cuando lo escogió como mi padrino de bautizo.

Dicen así dos de las muchas estrofas que hizo:

«Mi padrino si es bonito

Para mí parece un santo

La niña Rosa y que dice

Es el hijo de su encanto

Mi padrino si es bonito

Y de cierta categoría

Se parece un doctorcito

Jaime el de Rosa María».

Así, entre versos de sonetos y poemas volvimos a acercarnos al alma de nuestros mayores, ya idos. Y hemos cumplido el deber moral de recordarlos, haciendo que su recuerdo viva entre nosotros como si les estuviéramos dando la segunda oportunidad sobre la tierra, como dice Gabriel García Márquez, en su libro mayor.

Luis Carlos Brito Molina y Efraín Herrera Argote

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