Después de las masivas marchas del 21 de abril realizadas en más de cincuenta ciudades, quedé perpleja con la reacción del Gobierno y el Congreso.
El esfuerzo del presidente Petro y algunos de sus funcionarios por minimizar, estigmatizar y banalizar un mensaje claro que se lanzó desde las calles contra los escándalos de corrupción protagonizados por su Gobierno y su familia; contra el relacionamiento cómplice con regímenes antidemocráticos; contra su pasividad frente a la criminalidad organizada y su desprecio por nuestra Fuerza Pública; contra su persistente discurso de odio y división, y su ineficiente gestión; contra su propuesta de Constituyente, y sus nefastas reformas; se sumó la sordera del Senado, que con más agilidad que nunca terminó por aprobar en segundo debate la reforma pensional, contra la que 24 horas antes habían marchado los colombianos.
Surgieron entonces muchas preguntas sobre la utilidad de las marchas, porque la del 21 de abril, por primera vez, logró superar la que hasta ahora había sido la mayor movilización en Colombia, la del 4 de febrero de 2008 contra las FARC. Sigo creyendo, a pesar de la reacción indolente del Congreso y el Gobierno, que el mensaje de civismo, valor y activismo de los cientos de miles de colombianos en las calles, sin distinción de ideología, partido, raza, credo, sexo, edad o condición, tiene todo el valor. Primero, porque es una forma democrática y masiva de expresar la opinión del Constituyente Primario, del que tanto habla Petro. Segundo, porque ponen en evidencia una conversación nacional por parte que quienes no estamos de acuerdo con la conducción que se le está dando al país. Y tercero, porque demuestra que el todo es mejor que las partes y que se puede lograr unidad en medio de la diversidad y convergencia en torno a unos mínimos.
Pero las marchas son solo el punto de partida, no el punto de llegada, como lo advirtió al hacer el análisis sobre las mismas, un gran estratega (Antonio Sola, presidente de la Fundación Liderar con Sentido Común). El objetivo final debería ser la configuración de una plataforma para Colombia. Es decir, una hoja de ruta de mediano y largo plazo; que nos exije un esfuerzo adicional; mejor organización social, donde los nodos de conversación se unan en una red, donde logremos identidad para construir ciudadanía y donde busquemos, por encima de las diferencias, las ideas, los valores y el propósito común de Nación.
Necesitamos menos comunicación tradicional y más comunicación sentimental e incluso silencio; necesitamos más sensatez y menos radicalismo ideológico, que el dato mate el relato, que podamos buscar la verdad siempre tan esquiva, que en vez de recetas y respuestas fáciles o populistas, nos hagamos las preguntas correctas; necesitamos, estimular primero más canales de conversación, y por eso surge esta columna, porque en días pasados estando en la Revista Semana, les propuse que intentaran liderar ese espacio de conversación, ese S.O.S. Colombia, donde desde la diversidad podamos empezar a construir esa plataforma de País; reconociendo que ya existen muchas organizaciones y grupos trabajando en ese sentido, como ‘Principio y Fin’ que dirige magistralmente Diana Sofía Giraldo y que ha logrado un amplio diálogo de diferentes en torno a básicos como la defensa de la democracia y la institucionalidad.
En este momento tan complejo y retador, donde algunos están tensando la institucionalidad, y tratando de cambiar el modelo económico, político y social por encima de las reglas del Estado de Derecho; deberíamos, desde la ciudadanía, construir una propuesta propia, no impuesta por uno u otro sector, buscar el camino que nos lleve a cimentar un sueño común de país.
Paola Holguín