No hay duda de que el llamado de Petro al paro nacional resultó un rotundo fracaso. Por mucho que ahora intente desligarse del fiasco y sostenga que la convocatoria fue de las centrales sindicales, ahí están las pruebas de que la idea fue suya: los chats con Benedetti después de la caída de la consulta en el Senado donde se preguntaban “¿quién convoca a la huelga general? ¿A quién se le dice que lo haga?”, los trinos donde sostenía que se votaba en “las plazas municipales”, y su incendiario discurso en Barranquilla en que incitó al paro y decía que “no se ataca (sic) los bienes de la clase media”, como si fuera lícito ir contra los de la clase alta. “Si toca ir a una huelga indefinida, el presidente se pondrá al lado del pueblo. Y si me van a echar por ello, entonces estalla la revolución”, remataba la amenaza.
Le salió muy mal. No solo porque la convocatoria fue íngrima sino porque en donde salieron los vándalos encontraron el rechazo de la ciudadanía, incluso a veces enfrentándolos abiertamente. Los más afectados por el paro, quienes deben salir a moler para llevar el pan a la casa y quienes se movilizan en transporte público, la inmensa mayoría de los colombianos, están hartos de que unos cuantos les fastidien la vida.
El chasco deja tres inferencias: Petro ya no controla la calle y se le esfumó el apoyo popular, los ciudadanos del común solo quieren que los dejen trabajar en paz y, no menos importante, se perdió el miedo.
Quedó en evidencia que las manifestaciones de Petro donde aparecen más de unos pocos, en Barranquilla o el primero de mayo, por ejemplo, están pagadas. Con nuestros impuestos que, habría que agregar, el gobierno desvía al CRIC, a algunos sindicatos, a contratistas del Estado, a alumnos del SENA. Si no le ponen transporte, refrigerios, la plática para pagar el día, «el pueblo” con el que Petro se llena la boca no aparece. Las marchas petristas no son espontáneas, están alquiladas.
Los que sí salieron fueron los revoltosos y unos pocos sindicalistas altamente ideologizados que no tienen reparo en impedir que los ciudadanos puedan transportarse y en obligarlos a caminar por horas para llegar a sus trabajos y a sus hogares. El jefe de la CUT, un energúmeno que confesaba con cínica sonrisa que sus huestes habían sido exitosas porque bloquearon estaciones de Transmilenio en Bogotá, olvidó que la «obstrucción de vías públicas que afecte el orden público” y la «perturbación del servicio de transporte público” son delitos. Bien hace el Alcalde de la capital en entablar las correspondientes denuncias penales. Hay que desechar la idea que se incubó en el 2021 de que es legítimo y lícito violentar la tranquilidad y los derechos de los que no protestan. Manifestarse es un derecho, sí, pero debe ejercerse sin violencia, sin delinquir y sin afectar a los demás ciudadanos.
Ahora, la conclusión más importante es política. El jueves y el viernes se desplomó del todo la estrategia de fondo del petrismo, la de azuzar el odio y la lucha de clases, provocar la confrontación social como mecanismo para amedrentar y presionar al Congreso, a las Cortes y a la oposición, y usar la excusa del respaldo del “pueblo» para buscar un mecanismo que le permita al tiranito quedarse en el poder o, en su defecto, hacer campaña y ganar las elecciones del 26. Lo que tiene Petro no es “pueblo” sino alquilados.
De contera, el riesgo de un autogolpe disminuye significativamente. Si los factores de poder con que contaba para esa aventura eran ya muy escasos, sin algo sustantivo de “pueblo”, que quedó visto no tiene, la posibilidad de éxito de semejante apuesta es imposible. Y Petro es vago, charlatán, improvisador, pero no suicida, aunque algunos crean que su sueño es terminar como Allende. Es, más bien, cobardón, un miedica. No va a asumir el riesgo.
De manera que a los demócratas nos corresponde asumir la tarea de mantenernos en la oposición y alertas y criticar activamente al gobierno, para evitar o al menos minimizar el daño que hace, que es inconmensurable, y, al mismo tiempo, prepararnos para ganar las elecciones del 26 y reconstruir el país. Como lo dejarán en los huesos, arruinado y plagado de mantenidos, corruptos y violentos, será tarea titánica, dolorosa y lenta.
Rafael Nieto Loaiza