La clase dirigente tradicional de este país no aprende. Peca y cree que rezando empata.
Hace apenas dos años logró que se agruparan fuerzas de varios lados alrededor de una propuesta como la que nos gobierna hoy. Salieron candidatos ortodoxos, esquemáticamente pegados al libreto antiguo que nos había visto elegir 59 veces el mismo molde. Un par se apartaron del guion y pasaron a segunda vuelta. El resto de la historia la estamos viviendo.
Pero persisten. Se llaman oposición al gobierno, sin siquiera contar con quienes habiendo participado en la elección del señor Petro hoy se distancian considerablemente de su forma de gobernar. No sé qué nombre le pondrían a los JP´s, Katherines y demás importantes dirigentes, con seguidores de carne y hueso que son más entusiastas que aquellos que, por las migajas que les dan en cada elección, votan por los partidos de siempre. Ellos tienen mejor oportunidad de elegir a alguien distinto de la línea gobernante actual a la presidencia en 2026 que la suma de CD, CR y otros que se seudo-asocien. El país les ha gritado que se dejen de presumir electorados que son hoy tan volátiles como los de cualquier nación en democracia. Eso habla bien de la democracia colombiana y mal de su dirigencia, que no se adapta a las visiones y demandas populares.
Por eso me parece rechimba, para usar su burdo coloquialismo andino, la propuesta de Germán Vargas Lleras. Eso de que el que vaya en punta debe ser rodeado por todos los demás de la oposición es sólo una frase de poca monta, sin contenido. Es la expresión, sí, de que su aspiración no es una obsesión, lo cual es loable, pues ratifica su convencimiento de que sus fuerzas partidistas son superiores a su propia condición de candidato, como ya quedó demostrado hace rato.
Recordemos que en 2018 se evidenció un gigantesco divorcio entre la votación de los partidos políticos y aquella que los candidatos que respaldan sacan para su aspiración presidencial. No ocurrió sólo con Vargas; pasó igual con Humberto De La Calle e incluso con Gustavo Petro. Repasemos.
Cambio Radical obtuvo cuatro millones de votos para el senado, pero su jefe Vargas sólo logró un millón cuatrocientos mil para su aspiración presidencial. Buen dirigente partidista, mal candidato. ¿Ha cambiado esto? No creo. Peor fue el desfase con el señor De La Calle, pues el Liberalismo que avaló su candidatura obtuvo un millón novecientos mil para senado y su abanderado sumó la triste cifra de apenas trescientos noventa y ocho mil sufragios.
Desde entonces, Gustavo Petro acumulaba cifras contrarias a las de los partidos llamados “tradicionales”. Se inscribió a nombre de la lista de la decencia, de varios partidos pequeños que lograron quinientos veintitrés mil votos para senado, pero Petro se alzó con cuatro millones ochocientos mil, que lo puso en el tiquete para segunda vuelta.
No nos sorprendamos con esto. Todos sabemos esa verdad, pero nos negamos a verla. Así decíamos en 2022: Petro nunca iba a ganar la presidencia y lo tenemos con bríos populistas y sin norte de gobierno. Lo vemos lleno de casos de corrupción y vacío de realizaciones sociales. Al extremo, que le ha quedado como único argumento decir que siempre se han comprado congresistas, lo que lo habilita a él a continuar en esa senda. ¡Vaya lógica!
Por estas razones, afirmo sin titubeos que la estrategia planteada por Vargas Lleras no tiene pies ni cabeza. Los partidos deberían concentrarse en llevar listas atractivas para el congreso, de gente que cambie este país, de figuras a toda prueba de honestidad y altas calificaciones profesionales, de proposiciones reales de mejora y consolidación institucional, renovadoras de las curules que hoy son vergüenza nacional.
La presidencia la ganará quien mejor interprete el querer de la ciudadanía para esos momentos crudos del 2026. No quien reciba el “agreement” de la clase política. Su contribución al éxito de la jornada está en proceso de desaparecer, salvo que primero salven, valga la redundancia, al congreso, como lo sugerimos con anterioridad.
Oponerse al gobierno Petro es casi que un prerrequisito para tener una aspiración seria a la presidencia, pero nadie tiene la fórmula mágica para determinar quién va “en punta”, quien podría alzarse con el triunfo o quien represente mejor la tarea de reconstrucción nacional que deba emprenderse tan pronto salga de palacio esta jauría ansiosa de dinero y poder sin rumbo. O mejor, quien pueda convencer a la gente que es la persona indicada para el momento.
¿Ganará la presidencia un “outsider”? Tenemos una con gran visibilidad, poca preparación, pero fuerte sentido de la oportunidad de lo que la gente quiere oír. ¿Le alcanzará el aire para la contienda de mayo 26? Impronosticable.
Mientras tanto, Petro se arrellana en su silla majestuosa, rodeado de estrategas eficaces, malandrines de resultados y componendas. No tendría nada de raro que aplicara la fórmula efectiva de adaptarse a su línea non sancta, como ocurrió con la elección del procurador, pues al verse derrotado, optó por acordar respaldo al mejor opcionado. Por algo convenció a tanto “tradicional” de que era la mejor opción en 2022. Ahora andan buscando escondederos y camuflajes para regresar con las mismas palabrejas de siempre: vacuas e incapaces de darle espacio a los verdaderos necesitados de la acción del gobierno en materia de empleo, gestión empresarial competitiva y seguridad nacional.
Pero no sigan creyendo que se las saben todas. Las que se sabían entraron en desuso. Arcaicos.