SILENCIO INFAME

Con la reciente publicación del informe 2022 del Sistema de Información Nacional y Media (Sineb) del Ministerio de Educación se repite en la gran prensa nacional y en todas las instancias académicas, políticas y empresariales el vergonzoso espectáculo de como encajamos otro año, otro lustro, otra década, otro decenio o más aún, de pésimos resultados en el sistema de educación básica y media pública colombiano.

Si solo debemos hablar de la red pública porque es la responsable del 80 por ciento de los educandos del país y porque sus indicadores siguen y seguirán siendo desaforadamente peores que los de la red privada de educación de nuestro país.

Y la responsable del silencio infame y del fracaso estruendoso es una sola: FECODE, la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación. Su capacidad de matoneo, chantaje, intriga y sus redes de corrupción, alimentadas constantemente a través del Fondo del Magisterio (FOMAG), han doblegado a todos los gobiernos del país desde la década de los sesenta.

Sus nexos y tolerancias con la clase política local en todo el país han permitido la supervivencia afincada en el reclamo vocinglero, altisonante y la mediocridad total del desempeño que se soporta con sordina por los politiqueros de los entes territoriales acreditados o las secretarías departamentales a cambio del silencio de la Federación frente al saqueo de los recursos de mantenimiento y operación de la red pública de educación en los entes territoriales.

La agenda laboral y de bienestar de sus más de 325.000 afiliados a través de sus sindicatos de base es siempre segundaria o está relegada por la consolidación política, el amarre del FOMAG y la preservación de los “profes viejos”, los de doble asignación, aferrados a las mejores plazas en todo el país muchos años después de haber cumplido la edad de retiro y de estar recibiendo su pensión básica, renuentes a cualquier cambio y evaluación, caducos en sus métodos, ajenos a las realidades del conocimiento y los métodos propedéuticos, perezosos y displicentes a las reformas curriculares e hipócritas en la acreditación de nuevos conocimientos que solo validan para mejorar aún más sus ingresos a costa de su productividad y compromiso. Ocupando estos históricos del sindicalismo para la eternidad sus plazas, devorando los presupuestos de sus institutos y por sobre todo negando a las generaciones posteriores de docentes posibilidades de ascenso y mejora salarial. Mientras tanto el FOMAG tiene la unidad de pago por capitación (UPC), como responsable de la salud del magisterio, más alta de Colombia. Un 40% o más, por encima de la UPC del régimen contributivo con los peores indicadores de salud, cobertura y oportunidad del país comparado contra la población general y los demás sistemas especiales.

A FECODE y a la red pública se le ha entregado todo. La mayor participación del presupuesto nacional a cambio de nada. Todos los indicadores de resultado en educación básica y media empeoran año por año según las pruebas PISA y SABER, y el 66%, ojo, el 66% de los ingresos a básica no se gradúa en bachillerato o lo hace con un retraso cada vez mayor como lo confirman los indicadores del SINEB de 2022.

Solo el 1% de los colegios de la red pública en Colombia están en categoría A (Superior o muy Superior) frente al 20% de los establecimientos privados. El 80%, ojo, el 80% de los graduandos de la red pública no pasa la prueba SABER. FECODE ha impedido cualquier sistema de evaluación basado en resultados y productividad, ha promovido la ignorancia voluntaria como respuesta a los cambios curriculares y mantiene el inmovilismo laboral que aleja el talento docente joven de buscar opciones reales de trabajo en la red pública.

Con sus correligionarios de la Universidad Pedagógica Nacional, sus socios naturales en la preservación del privilegio, la mediocridad y el fracaso, mantienen el paradigma crítico como eje de formación de docentes para asegurarse la lealtad ideológica de sus activistas y la mediocridad severa de los demás docentes formados en la universidad pública.

Los efectos de este desastre sindical, propiciado por sucesivos gobiernos, todos igual de sumisos, ignorantes y mediocres, están a la vista en la falta de productividad de la mano de obra nacional y en el analfabetismo funcional de gran parte de nuestra población adulta.

No hablemos siquiera del fracaso estruendoso en el aprendizaje de un segundo idioma, objetivo iluso e imposible cuando la comprensión lectora en español es deficiente en el 80% del alumnado.

Sobre la Colombia del futuro de los servicios de alto valor agregado, ¡no se engañen! No es más que un espejismo en un país donde el 80% de los muchachos no puede resolver una ecuación con dos variables, una distracción naranja, costosa, babosa y ya abandonada.

Pero nadie lo puede denunciar. Los llamados “expertos” guardan silencio. Los docentes de organizaciones de base, aburridos con FECODE, la castigan no cotizando a la Federación. Pero a esta no le importa por cuanto se alimenta de otros fondos que le garantizan la predominancia y le permiten aportar 500 milloncitos a la campaña de Petro por la puerta de atrás. Los rectores le temen a FECODE como al diablo y se acomodan para poder intentar sobrevivir en sus instituciones. La prensa, tantas veces solidaria o arrugada frente al privilegio laboral o en estas épocas sometida a la conveniencia de sus propietarios mira para otro lado y sueña con una educación mejor sin enfrentar el problema. Los empresarios sufren el resultado y costean con sus impuestos el desastre y le huyen como a la lepra a la confrontación con el poderoso sindicato.

Infames todos. Han permitido que FECODE le robe el futuro a más de 10 generaciones y siguen dispuestos a taparla y excusarla por 10 generaciones más.

Enrique Gómez Martínez 

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