Cuando candidatos y gobernantes quieren demostrar que algunos principios son los más arraigados e inamovibles de sus objetivos de gobierno, acostumbran anunciarlos para ser escritos en mármol, piedra, o ser notarizados ante un inerme funcionario público que no tiene la facultad de advertir a la ciudadanía el peligro que significa semejante acto, que acostumbra ser un timo al elector, sepultado por una enorme cantidad de excusas y justificaciones que la piedra, el mármol y el notario no recogerán.
“Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir”, nos decía Francisco de Quevedo con sabiduría.
En La Guajira desértica, las promesas las escriben en arena. Ni el viento, cómplice de ella en arraigar las fuertes costumbres y leyes wayúu, puede hacer que se diluya en el agua que no hay, las tormentosas incapacidades de gobernar de tanto promesero nacional. Ni qué decir de los regionales y locales. Igual son borradas muy rápidamente del suelo, pero no de la memoria étnica.
Las ilusiones dejaron corazones henchidos de entusiasmo cuando pasaba un desfile de carrotanques, vacíos de agua, pero repletos de delitos. Los traían unos aríjunas -no wayúu-, de nombres raros, como nos gustan en nuestra tierra. Olmedo y Esneyder, creo que así son, bebieron, se ensombreraron y rieron con un poco de gente de gobiernos locales, vaya uno a saber qué dijeron, pero todos ahora sí sabemos qué hicieron.
Culpa va, culpa viene, contrición va, contrición viene, repartieron billetes por doquier, arruinaron un programa esperanzador y ahora la lista de involucrados crece por todo el país. Algunos justifican su actuación en órdenes superiores, como si no tuviera claridad el principio legal que indica que a nadie pueden obligar a cometer actos contrarios a la ley.
La suma de todos esos factores ensombrece la lucha por dotar al wayúu y al habitante de la península árida de un elemento básico de subsistencia. El agua nos daría otra manera de vivir, como quiere el mundo cambiar con la energía alternativa que se construye, pero que se obstruye por la gente que se resiste a creer que bajar el costo de la electricidad y prolongar la vida del planeta es más importante que contribuir a la solidez de la supervivencia de la etnia wayúu, con algo difícil pero no imposible de hacer.
Había voluntad. La ha habido por varios gobiernos. Pero todos fracasan porque el tema requiere no solo acción inmediata sino también organización estable y administración pulcra y eficaz, imposible de conseguir bajo la batuta estatal. Una vez más, pone el estado su impronta de desorden e incompetencia, pues si no fuera por el programa liderado y ejecutado por el grupo AVAL, el presidente no tuviera nada que mostrar en La Guajira.
“Avalemos” más acciones de esa característica, y me atrevo a pedirle a esa organización que asuma la dirección de una tarea de mayor cobertura que la que tiene hoy, con más alcance territorial que la actual, para que nos de confianza en el futuro del suministro del líquido.
El mundo no está hecho para ahorrar agua. Colombia mucho menos. Pero cuando veo como chillan por el racionamiento en Bogotá, no tengo más que recordarle la escasez de ella en nuestra tierra. Creo que ahora nos entenderán mejor.