TEORÍA ELEMENTAL DEL DISCURSO Y LAS ALIANZAS…

Parece llegado el momento en que las cosas hacia las elecciones 2026 comienzan a ponerse frenéticas: el día 8 de diciembre se cumple el plazo para realizar las inscripciones de candidatos para Senado y Cámara de Representantes,  y es a partir de ese momento que los Partidos se lanzan en alocada carrera hacia la meta del 8 de marzo, momento en la cual el país entero saldrá a las calles para decidir, en ejercicio de sus libertades y plena consciencia del deber ciudadano, la composición del nuevo Congreso de la República para el período 2026-2030, que viene a ser, nada más y nada menos, el grupo de ciudadanos con quienes el próximo Presidente asumirá la tarea de gobernar este país.  No va a ser una tarea fácil, vista la crítica situación fiscal y política que deja el “Gobierno del Cambio”, pero no será imposible si se asume con la serenidad y rigor que impone el caso.

La coyuntura política se presenta tan seria que obliga a pensar, de verdad, si pueden ser los discursos explosivos y amenazantes, colmados de advertencias caóticas abiertamente orientadas a despertar temor entre las gentes para inducir las emociones y comprometer un “voto de miedo”, los que podrán conducir a la elección de un Gobierno capaz de abrir las rutas hacia la paz, la concordia, la prosperidad y el bienestar de los colombianos. Sería esto lo que esperaría cada ciudadano donde quiera que esté, incluyendo aquí ese numeroso contingente de migrantes que han preferido, o se han visto forzados, a permanecer en esta bella tierra que cada mañana sabe regalar el buen olor del café recién colado y las arepas de maíz tostadas.

No necesita el país un mensaje de corte militarista y autoritario que hace alarde del uso de la fuerza para restablecer el orden, y comunicar de paso esa noción siempre falsa de una “seguridad anhelada”, porque ya está probado que no hay seguridad alcanzable si no se logra primero una solución profunda y definitiva de las causas que hacen motivo diario de la violencia.  Mientras tanto “la seguridad”, así como la presentan los candidatos, tendrá visos de promesa falsa siempre que se soporte en el uso de la fuerza, exigiendo esfuerzos inmensos en vidas inocentes y recursos económicos sin que el país pueda ver siquiera que nos aproximamos a soluciones definitivas.

El discurso podría ser distinto si acaso se alineara tras la certeza que “es falsa toda noción de seguridad basada en la vigilancia de grandes contingentes de soldados y policías si el riesgo de violencia permanece activo e insoluto detrás de las filas de aquellos que nos cuidan”.  Esta inquietante verdad se sustenta en la observación diaria del reporte noticioso de cada mañana, al respecto de cómo amanece la vida en el Cauca, en el Catatumbo, en el Pacífico, en Antioquia y en cada territorio tomado por la fuerza por bandas criminales de diversa calaña, y todo ello a pesar del robusto despliegue de fuerzas del orden. El hecho real es que no es la presencia de fuerzas lo que asegura necesariamente el fin de los vectores motivadores de violencia, si acaso los controla, mientras el problema continúa latente sin solución. De tal forma que hemos de considerar que el trabajo que hay que hacer desde el Gobierno es distinto, y pierden lamentablemente su tiempo quienes promueven más y más acciones represivas y de enfrentamiento sistemático, porque puede llegar a suceder lo mismo que con las plagas de ratas, que reaparecen al momento en que cesa o se debilita la vigilancia y la acción represiva. ¿Será que podrá el país vivir de aquí en adelante sin tener que acudir a la fuerza pública para gozar de garantías de tranquilidad y de paz?

Pues bien, el caso real es que se inundan los medios de acaloradas exposiciones, cargadas de solvencia y cinismo, que hablan de la necesidad de enfrentar el narcotráfico y la violencia de los grupos armados como asunto principal de la tarea de Gobierno. ¿No hay nada más de qué ocuparse? ¿Se puede confiar en esos candidatos si nunca se acercan a formular nada sensato sobre la forma como van a gobernar el país, si es que llega a darse la triste circunstancia de su victoria en las próximas elecciones? Tal vez no, pero la realidad desconcertante es que arrastran, con ese discurso explosivo y provocador, altos índices de favorabilidad entre el público votante, que es lo que están comenzado a mostrar las encuestas formales, y todo porque suena muy popular ese mensaje fogoso y pendenciero que habla de la urgencia de “acabar con los malos”.  Quiere decir que, para preocupación de todos, quedan aún demasiadas personas que caen vencidas ante los discursos armados de autoritarismo y sentido de violencia.   

Con ello daríamos a entender de qué forma el discurso sirve igual para nobles como para perversos propósitos. Todo gravita en torno a qué principios éticos se aplican en cada caso. Algunos usarán su capacidad oral para destruir a sus contrincantes, pensando que, con el simple aprovechamiento de información real, o acaso “inventando realidades”, pueden quitarse de encima incómodos opositores que pueden atravesarse en su camino; así mismo, habrá quienes hagan uso de sus capacidades intelectuales para construir argumentos y discusiones ordenadas y lógicas que les pueden colocar por encima de los demás candidatos sin necesidad de hacerles daño. Unos lo harán precavidos de la determinación de vencer a como dé lugar, para cumplir de seguro con un propósito personal bien arraigado, lo cual haría que el ejercicio de ganar se convierta en una obsesión personal que alcance, quizás, niveles patológicos, lo cual conduce a la determinación de aplicar un discurso radical; otros lo harán animados en la convicción de servir honesta y desinteresadamente una causa, lo cual conduce a la necesidad de desarrollar un discurso tan sencillo como profundo, más elaborado, mejor sustentado, que despierte consciencia y se mantenga libre de cualquier animosidad. ¿En cuál de los dos caminos se esperaría el mejor resultado electoral? En ambos, obviamente, si es que entendemos que en ambos casos se persigue la victoria, aunque siempre estará la necesidad de considerar la diferencia de orientación y de método que determina en qué momento y de qué forma uno u otro protagonista logra convencer y ganar. ¿Y en cuál de los dos caminos estaría la posibilidad de elegir la mejor opción? El dueño del discurso radical buscará movilizar emociones, sabiendo que detrás de la emotividad hay decisiones, así es que buscará atraer a “sus devotos” con mensajes explosivos que despierten euforia y acaso miedo, sólo para referir los dos extremos, que son el motor de decisiones precipitadas y claramente inestables. El actor del discurso pausado e inteligente buscará reacciones razonables, de tal modo que buscará despertar consciencia y razón “entre seguidores”, sabiendo que detrás de ella están las decisiones firmes, las que se mantienen en el tiempo, las que no son manipulables, las que permiten estructurar consensos y avanzar en la construcción de identidades. De allí sale la respuesta de cuál puede ser la mejor opción.

Así las cosas, siendo el discurso un recurso presente en la Arena política como un factor de diferenciación – y por supuesto de polarización-  los más radicales buscarán reunir mediante movilizaciones explosivas más adeptos y fanáticos, es decir personas que no tienen que pensar, – y tampoco quieren hacerlo-, porque siguen “a ciegas” el mensaje del líder. Terminan ellos, los defensores de posturas extremas, convertidos en formas diversas de “estrellas” que buscan imponer una doctrina – si es que la tienen-, que no aceptan objeción a lo que dicen y lo que piensan, y exigen ser obedecidos sin oponer resistencia. De tal modo se alimentan tantos ejércitos de seguidores “borregos” que marchan tras la “voz” de quien les marca la ruta, así sea ésta la que finalmente les lleve hacia un abismo.

Lejos, muy lejos de este panorama, están las mayorías que no ven en las posturas radicales y de extremos su mejor opción, sino que se encuentran mucho más cómodas en ambientes serenos, más pausados, mucho más inteligentes y permeados por dinámicas de trabajo ordenado. Este es el terreno propio de “los moderados”, los que no promueven confrontación ni violencia, los que defienden el acercamiento y la cooperación entre fuerzas distintas, los que buscan el entendimiento antes que la división polarizada, los que reconocen rápidamente el valor de la propuesta inteligente para llegar a soluciones profundas, los que se mueven bajo esquemas ordenados de acción y gestión y son por lo tanto más competentes para conducir una gestión eficiente de “buen gobierno”. Aquí está precisamente el espacio en donde existe la mayor posibilidad de potenciar diversidad de ideas centradas en propósitos comunes, sin la tendencia y riesgo de caer en la trampa de las confrontaciones, los gritos y las ofensas estériles. En mejores palabras, es este el terreno de excelencia para “los tibios”, teniendo la certeza que son ellos la mejor garantía de una excelente gestión de gobierno.

Entonces, ¿qué argumentos sustentan y justifican alianzas y coaliciones?  Las alianzas entre corrientes de derecha parecen animadas en el propósito jamás oculto y abiertamente declarado de vencer a la izquierda, o evitar en cualquier caso su ascenso a posiciones en las altas esferas de Gobierno, de allí que se muevan tras la expectativa de conseguir un “jugoso recaudo electoral” que neutralice cualquier avanzada de la izquierda. Por ahora no ha sido necesario llegar más allá en cuestiones programáticas o de cualquier otro orden, porque lo que más les importa es destruir la posibilidad de otro gobierno de izquierda en Colombia.  Las coaliciones de izquierda, por su lado, se mueven bajo un postulado un poco más fuerte, cual es el de mantenerse en el poder y completar la tarea de “milicianizar” las estructuras del Estado, para lo cual es claramente necesario ganar en las próximas elecciones, y para ello es también obligatorio asegurar recaudos electorales robustos.  La coincidencia del interés electoral, sea este de derecha o de izquierda, sellará automáticamente todo acercamiento de fuerzas, con tal de asegurar que el extremo contrario se quede sin opciones. 

Desde el momento en que no son tantas las manifestaciones claras de interés nacional que sean rescatables del discurso de la derecha, tampoco de la izquierda, queda en evidencia su descontextualización con respecto a las urgencias nacionales. En cambio, sí están concentrados en la discusión de cuál sería el candidato o candidata que puede recaudar el volumen suficiente de votos para vencer el bando contrario, lo cual prueba su interés meramente electoral.

Y es precisamente en ese ambiente caldeado que surge la opción de las alianzas entre “moderados”, es decir, partidos con visiones de “centro” que no se ocupan de una discusión electorera y fría, aunque saben que necesitan de los votos de la mayoría, pero sí de una propuesta programática que presenta como paradigma la visión de país y la necesidad de un Gobierno ordenado y limpio, expresado en torno al compromiso de la acción contra la corrupción y el trabajo  por “un buen Gobierno”,  ordenado, sistemático y orientado a resultados. Implica que se piensa primero en la búsqueda de soluciones para mejorar la seguridad y el bienestar de todos los colombianos; cómo garantizar el Gobierno en los territorios; cómo asegurar que la educación sea un verdadero motor de la transformación nacional y la formación para el trabajo como complemento y garantía para el desarrollo económico de todos; cómo acometer la tarea de ajustar el modelo económico y el fortalecimiento de la producción y la productividad nacional. Son señales, entre tantas otras, que ya están en el ambiente y que muy pocos se encargan de resaltar, pero que son la verdadera fortaleza que permitiría dar un vuelco a los dolores que arruinan el país.

Tres Partidos con visión “moderada” – que no tres candidatos, o tres cabecillas políticas, sino que partidos estructuralmente autónomos-, se han unido para colocar una bancada conjunta en el Senado de la República y la Cámara de Representantes. Se trata de la expresión concreta e inequívoca de tres corrientes políticas que, aun teniendo diferencias en muchos de sus postulados orgánicos, coinciden en la perspectiva de un país en paz y en pleno camino hacia su prosperidad, así como en la necesidad de poner en marcha una propuesta de Gobierno impregnada de responsabilidad y buen sentido. Constituye esta alianza un “brote de bancada” que acompañaría un “Gobierno de Centro” que se aparta de toda postura extrema, pero que recoge de ellas todo lo bueno para configurar una gestión de gobierno excelente y de amplio resultado. 

El país no necesita de alianzas entre políticos enardecidos que se destruyen unos a otros, o que se confabulan para destruir contrincantes, o para inundar los territorios de represión y de guerra, lo que sí necesita son alianzas entre fuerzas civiles que coinciden en la necesidad de sacar el país de la encrucijada en que se encuentra mediante el ejercicio limpio y competente de un “buen Gobierno”, uno que trabaje ordenadamente para conseguir los mejores resultados en beneficio de todos.

¡Si a eso se le ha de conocer como “¡Gobierno de Tibios”, pues que sean bienvenidos los tibios!  

 

Arturo Moncaleano Archila

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