TÍTERES SIN CABEZA

En un episodio de ira y locura, don Quijote decide arremeter contra unos pobres títeres que divertían al público, convencido de que ellos atentaban contra la serena vida amorosa de Melisendra y don Gaiferos.

El arrebato ha servido, con varias acepciones, para registrar la forma como en variadas circunstancias decapitamos varios actores de un momento, y hacemos de la cotidianeidad una que no sea guiada por el cerebro.

Dejamos todos los títeres sin cabeza en la postpandemia. Nadie servía para nada, despotricamos de todos, nos aburrimos de que a algunos la cabeza solo les servía para corromper el estado, y a otros para incendiarlo. Total, el resultado fue una época incendiaria, con protestas que anarquizaron la nación y demostraron que algo de verdad preocupante nos ocurría como sociedad.

La veloz forma de informarnos, para bien o para mal, para la verdad o para la mentira, para la formación de personas dogmáticas e intransigentes, como para despertar la necesidad de la juventud de apropiarse de sus decisiones, nos trajo al 2025 cargados de inquietudes, arrepentimientos y muchos sueños por una Colombia mejor.

Si algo positivo podemos sacar de lo sucedido en el último lustro es el interés en participar en las decisiones políticas cuando se nos convoca a elecciones, en el marco de la democracia que tenemos vigente. Defectuosa, por corromperse con facilidad, coja, pues adolece de ritmo para solucionar los problemas sociales, tuerta, porque a veces mira para un solo lado, muda, pues silencia casos que debieran resolverse rápidamente y sorda ya que oye solo lo que le conviene.

Ese despojo de democracia limitada es, de todas maneras, mejor que una dictadura de cualquier espectro con la que nos quieran gobernar. Siempre habrá en ella algo de conciencia, un poco de justicia, o justicia de a pocos, y el aliento para avanzar en medio de las dificultades.

Para cambiar el cambio, con el que nos metieron en una Vaca loca, debemos dejar algunos títeres sin cabeza. Despejar el tablero de peones y dejar fichas que puedan ganar la partida, entre blancas y negras, pues pienso que esto se asemeja más a un juego de ajedrez que a una eliminatoria de campeonato de fútbol.

Esto lo sumo a mi convicción de que el centro no existe en la política. El centro es el grado de moderación que cada sector debe tener dentro de sus propuestas para que los ciudadanos entiendan que no se quieren convertir en dictadores de izquierda o de derecha, y que los elementos fundamentales de la democracia estarán a salvo en el ejercicio de sus propuestos gobiernos. Por ello, el centro es la garantía de la vigencia institucional, no una propuesta en sí. El eclecticismo, eso de tomar un poco de acá y otro poco de allá, es jugar a hacer piruetas para no tomar partido por la forma de enfrentar el ejercicio del poder para no malquistar a ningún elector. Esta postura es, sin embargo, contraproducente, toda vez que lleva a la gente a pensar que son como dicen los españoles de los gallegos, que nos los encontramos en una escalera y no sabemos si suben o bajan.

Queremos un gobernante con autonomía. Que no dependa de una jefatura partidista, sino que sea el jefe del partido colombiano para que gobierne a todos y no solo a sus prosélitos. De ahí que el mecanismo de agrupar varias colectividades de lado y lado para presentarse a la primera vuelta presidencial en el menor número posible de aspirantes ayuda a que decidamos con más facilidad y no nos dejemos distraer por titiriteros.

Ya don Quijote, en medio de su cuerda locura, nos dio a entender que a veces hay que dejar pocos títeres con cabeza.

 

Nelson Rodolfo Amaya

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