Hace ocho días apenas, este espacio, que me permite hacer públicas mis opiniones, pero también mis sentimientos, lloro la partida de un amigo. Hoy, cuando aún no salgo de ese luto interior, el albur macabro de la pandemia golpeó con más fuerza, y no solo a mí, sino al Valle del Cauca, al Gobierno Nacional, al Centro Democrático y al país todo.
Murió Carlos Holmes Trujillo. Nadie lo esperaba; estaba en manos de los mejores médicos del Hospital Militar y era el ministro de Defensa…, pero esas son nimiedades para el COVID, que insiste en recordarnos que somos iguales ante la enfermedad y la muerte.
Sí…, ante la muerte, porque en vida, Carlos Holmes fue incomparable. Todos lo somos, se dirá; cada ser humano es un mundo diferente, pero Carlos no era un mundo…, era un universo magnífico. De pocos colombianos hoy se puede predicar que sean verdaderos “servidores públicos” en el estricto sentido de la palabra, el de aquellos entregados al servicio de sus compatriotas, sin más afán que el de ser útiles para la patria donde la patria los necesite.
Ministro de Educación de Gaviria, Alto Consejero de Paz de Samper y luego su ministro del Interior; constituyente comprometido con la elección popular de alcaldes, fue el primero de Cali. Embajador en medio mundo y representante ante la ONU, la OEA y la Unión Europea. Ministro de Relaciones Exteriores y, posteriormente, de Defensa durante el gobierno Duque, cargo en el que la muerte lo sorprendió al servicio de los colombianos.
Como Álvaro Gómez y Luis Carlos Galán, otros “incomparables”, fue candidato presidencial y lo habría sido nuevamente, pero el país se perdió de que un hombre con su experiencia, conocimiento y voluntad de servicio rigiera sus destinos. No murió en forma violenta, pero… ¿acaso se le puede llamar “natural” a la muerte a manos de ese enemigo artero que a todos nos amenaza? Carlos Holmes era serio y cuidadoso, pero en Colombia no se puede ser ministro de Defensa encerrado en la urna de cristal en la que todos queremos estar. No. Carlos era un hombre “expuesto”, y no dudo que él lo sabía y se hizo cargo del riesgo, lo que lo convierte en mártir…, sí, en un “patriota” sin par.
¿Cómo lo recuerdo? Como gran orador, con el don de la palabra y la seguridad que da la coherencia de quien habla como piensa y como actúa. Generoso, estuvo en los dos últimos congresos ganaderos y se comprometió con la seguridad rural, sin promesas vanas pero con resultados, aunque bien sabía que la seguridad será esquiva mientras el Estado como un todo no haga frente común contra el narcotráfico.
¿Cómo lo recuerdo? Como lo recuerda Colombia, como un hombre amable, un caballero, como la definición de la “bonhomía”, de trato gentil, de buenas maneras, de ideas claras y, por lo tanto, gran conversador.
¿Cómo lo recuerdo? Él de estirpe liberal; yo de tradición conservadora, nos encontramos en el Centro Democrático alrededor de una ideología compartida, en un tiempo en que las ideologías se disfrazan de populismos y de extremos; en que ser de “derecha” es vergonzante y de izquierda “progresista”. Carlos, sin embargo, era un defensor irreductible de esas convicciones comunes que la amistad fortaleció, fogoso y vertical en su discurso si era menester, pero siempre respetuoso.
¿Cómo lo recuerdo? Con la letra de Cortez, el cantor de la amistad: “Cuando un amigo se va…, queda un espacio vacío”.
Nota Bene. Paz en la tumba de Julio Roberto Gómez, otra víctima de la pandemia.
JOSÉ FÉLIX LAFAURIE RIVERA
@jflafaurie