UN HOMBRE ENTRE LIBROS E HISTORIAS

El pueblo se sorprendió el día en que uno de los suyos cayó gravemente enfermo, pero sus amigos no pudieron ir a visitarlo. Eran los penosos días en que en cada casa había un enfermo y en toda cuadra un duelo por la mente de alguien.

Transcurrían los tiempos terribles del COVID-19 en su mortífero y aterrador tercer pico. La enfermedad lo consumió en unos pocos días; su cuerpo no resistió más y entonces hizo el ineludible viaje hacia la eternidad.

Había partido un ciudadano importante del pueblo, alguien acostumbrado a hablar de las personas importantes, pero que vivió casi en el anonimato. Los niños de la ciudad veían caminar a un hombre de andar cansino sin saber de quién se trataba. Los jóvenes se sorprendían cuando le contaban las horas al señor que se sentaba a la mesa de la biblioteca y pasaba todo el día revisando libros o escribiendo sin cesar sobre hojas en blanco. ¿De dónde copiaba lo que escribía? ¿Quién le dictaba aquello que copiaba sin parar ni un minuto?

Aquel hombre solitario, aquel caminante de mañanas soleadas y tardes tibias, era Luis Guillermo Burgos, samario de nacimiento, maicaero por adopción; maestro por la práctica, escritor por el gusto e historiador por la incurable curiosidad alojada en sus neuronas, en la duda prendida de sus creencias y las ganas de escarbar en el polvo de lo desconocido para encontrar las piezas que se ajustaran en el rompecabezas de la historia.

Luis Guillermo Burgos Castro nació el 16 de septiembre de 1944, el mismo día en que empezaron a dispararse los primeros fusiles en la batalla de Aquisgrán en Alemania, inicio del fin de la Segunda Guerra Mundial. Por ese entonces, gobernaba a Colombia Alfonso López Pumarejo. El mundo era un caos de bombas, invasiones y dictadores megalómanos que pretendían apoderarse del mundo.

En Santa Marta, la casa de los Burgos Castro recibió a su hijo, se llenaron de felicidad y decidieron criarlo como un hombre de bien.

Luis Guillermo fue de los jóvenes que en la década de los años sesenta expresaron su grito libertario y se rebelaron contra las pesadas prohibiciones que les imponían los adultos. A sus 24 años, tuvo la fortuna de ver al Unión Magdalena coronarse campeón del fútbol profesional colombiano por primera y única vez.

En su tierra natal, trabajó como maestro en los colegios Agustín Iguarán y Liceo Celedón de Riohacha. La docencia la combinó con el ejercicio del periodismo. Trabajó en Ondas del Caribe y la Voz de Santa Marta, y en El Informador y Diario Hoy del Magdalena, emisoras y periódicos de la capital del Magdalena. Un paso por Medellín le permitió trabajar en Ecos de la Montaña y la Voz de Antioquia, de donde pasó a Valledupar para incorporarse a la lujosa nómina de locutores y periodistas con las que contaba Radio Guatapurí.

Después se trasladó a La Guajira y laboró como profesor en el prestigioso Liceo Nacional Padilla de Riohacha. En la tierra del almirante, empezó a desplegar su entusiasmo por la historia y el periodismo. Estuvo en las salas de redacción y en las cabinas de locución de Radio Almirante de Riohacha, Radio 560 y Radio Península de Maicao.

Como historiador tenía una estrategia que no le fallaba. Consistía en sentarse en medio de los mayores, tomarse un café y escucharlos con paciencia. Les hacía preguntas, escuchaba las respuestas, anotaba y se tomaba otro café. Después contrastaba la información con otras fuentes y buscaba datos en las bibliotecas, las notarías y las iglesias. Fue así como pudo escribir varios libros como “La Guajira y sus pueblos”, “Conozcamos La Guajira”, “Conozcamos a Maicao”, “Conozcamos al Magdalena”, “Maicao, mi pueblo querido”, “Conozcamos a Dibulla” y “Los territorios maicaeros”.

En sus archivos quedó un abundante material, suficiente para escribir por lo menos otros diez libros.

En junio de 1990, el alcalde William Ballesteros López lo integró a su equipo de trabajo en el cargo de jefe de Prensa. Se volvió notable porque lo buscaban sus colegas para obtener información institucional, lo buscaban sus compañeros para divulgar los logros de sus dependencias y lo buscaban los empresarios para gestionar la pauta de sus revistas y emisoras.

Burgos era la segunda persona más conocida de la alcaldía, después del alcalde. Cierto día, llegó un alto funcionario del Gobierno nacional y solicitó a la primera secretaria con quien se encontró una cita para reunirse con el burgomaestre de manera urgente.

Ella se lo quedó mirando un poco extrañada. En su vida había escuchado la extraña palabra “burgomaestre”. Cuando al fin reaccionó, le contestó al visitante bogotano:

– “Señor, aquí el único Burgos que yo conozco es el periodista Luis Guillermo, pero no necesita cita para hablar con él. Ahora que venga de la emisora lo atiende con mucho gusto. ¿Le provoca un café?”

Luis Guillermo Burgos nació en Santa Marta, pero se refugió en la sombrilla protectora de La Guajira, se acostumbró a la vida tumultuosa de Maicao y conoció la constelación de problemas de la región como la palma de su mano. Por eso se le facilitó tanto escribir nuestra historia.

Mereció mejor suerte, nunca tuvo una pensión y, desde que William Ballesteros dejó de ser alcalde, tampoco disfrutó de un sueldo digno. Ojalá que los próximos Luis Guillermo Burgos cuenten con mejor suerte que el primero.

Los niños ya no ven al hombre de andar cansino ni los jóvenes se sorprenden con el hombre que pasaba horas en medio de libros y hojas en blanco. Dicho caballero disfruta ahora de la fiesta celestial junto a los mayores que con tanto agrado le contaban las historias de La Guajira.

 

 

Alejandro Rutto

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Bibliografía: Guajinario, Medina Sierra Abel.

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