UN PAÍS DE INTRIGAS

Cuenta el general de origen irlandés Francisco O’Connor, en su libro Independencia americana, que en febrero de 1820 el coronel Mariano Montilla arribó a la isla de Margarita. Su propósito era presentarse ante los oficiales irlandeses e ingleses que debían participar en la campaña de recuperación de los puertos del Caribe colombiano. Se había determinado que el almirante Luis Brion estaría a cargo de dirigir la flota naval y el coronel Montilla del comando de las fuerzas terrestres. En consecuencia, las tropas europeas estarían bajo la conducción de este culto oficial venezolano que se comunicó con ellos en perfecto francés, pues la mayoría de aquellos oficiales no manejaban aún la lengua castellana. Enterado Brion de esa reunión, redactó un manifiesto en el que las tropas europeas expresaban su deseo de ser comandadas por él y no por Montilla, como lo había ordenado expresamente el alto mando republicano. En sus memorias O’Connor escribe: “Yo no quise prestarme a ello, ni permití que ningún militar del cuerpo que mandaba se prestase tampoco a semejante insinuación. Desde que esto aconteció, empecé a comprender que me hallaba en un país de intrigas”.

Las principales figuras del mar en Colombia parecen haber sido perseguidas por maquinaciones e intriga hasta el fin de sus días. Una de ellas es el comodoro francés Luis Aury, que había liberado a la isla de Providencia el 4 de julio de 1818 y desarrollado operaciones sobre Guatemala en 1819 y 1820 con la bandera albiceleste de Chile y Buenos Aires. Bandera hoy de San Andrés y de varios países centroamericanos. Al enterarse, en julio de 1820, del desembarco de las tropas republicanas en Riohacha, el comodoro francés partió de la isla de Providencia con su flota y el 24 de noviembre llegó a Sabanilla. Luego siguió a Santa Marta, en donde el almirante Luis Brion lo recibió con manifiesta hostilidad. Un extenso mar de intrigas se interpuso entre Aury y Bolívar. Cuando se encuentran, cerca de Bogotá, el primero es sometido a duros reclamos y humillaciones por parte del segundo. Como resultado de estas diferencias la toma de Cartagena se prolongó innecesariamente hasta octubre de 1821. Al ser abiertamente rechazados sus servicios, Aury regresó a Providencia, donde murió en agosto de ese mismo año. Su rival Luis Brion fallecería casi un mes después en la isla de Curazao.

El destino más trágico le corresponde al general José Padilla. Su pertenencia a la categoría sociorracial de los “pardos” le atrajo la antipatía de oficiales blancos como Mariano Montilla. Según lo registra la historiadora Aline Helg, Montilla le escribió al general Santander en agosto de 1822 acusando a Padilla de organizar bailes en su casa de Getsemaní “sin convidar a una sola mujer blanca”. Cuando triunfa en la decisiva batalla del Lago de Maracaibo no es designado siquiera como intendente de Cartagena. No obtuvo el grado de almirante que Bolívar sí le otorgó al curazaleño Luis Brion y quedó, finalmente, subordinado a su malqueriente el general Mariano Montilla. En 1828, Padilla está en el centro de las tensiones políticas en las que se agudiza el antagonismo entre Bolívar y Santander. Su futuro será el de un leve corcho en un vigoroso remolino. El 6 de marzo de 1828 Padilla asume de hecho la Intendencia de Cartagena y el mando militar del departamento. Es detenido y trasladado a Bogotá. Al desarrollarse la llamada conspiración septembrina es injustamente acusado de participar en ella y es juzgado y ejecutado el 2 de octubre.

El irlandés O’Connor tenía razón, había llegado a un país lleno de intrigas.

Weildler Guerra Curvelo

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