“Por el desayuno se sabe cómo va a ser el almuerzo” reza un dicho popular. Los prolegómenos apreciados en torno a los proyectos eólicos en ejecución, y en proceso de aprobación en el departamento evocan experiencias vividas en otro tipo de explotación con fines energéticos. Se anticipa un fenómeno conocido, un paisaje transitado en el pasado reciente. El gobierno central como ente rector tiene absoluta responsabilidad en el manejo irresponsable que se infiere de la forma como conduce el asunto.
La famosa expresión francesa: laisser faire, laisser passer, que traduce: dejad hacer, dejad pasar, define sucintamente la conducta del gobierno, ha sido absolutamente permisivo y relajado; alguien insinuó que el gobierno está en la tónica de permitir al sector privado “avancen con sus proyectos que en el camino arreglamos”, o lo que es lo mismo “en el camino se emparejan las cargas”, tal vez, íntima y peyorativamente dirán “nosotros nos encargamos de estos indios”. El ciclo de los proyectos eólicos está caracterizándose por una dislocación de las etapas, la consulta previa o licencia social que deben aprobar las comunidades y que debería ser el principio in situ del proceso, de muy mala fe está postergándose para etapas postreras, “se está ensillando sin tener las bestias”.
Las autoridades ambientales locales, los agentes políticos departamentales, tampoco son ajenos a la incompetencia en el asunto, están pecando por omisión y por desidia; las tradicionales e históricas divisiones de las comunidades indígenas contribuyen con lo propio. La ausencia de centralidad en la organización Wayuú posiblemente torne más dispendiosa la negociación, pero paradójica y simultáneamente la facilita. La federalización intrínseca a las formas organizativas indígenas dificultó en el pasado su sometimiento y dominación por las huestes conquistadoras y colonizadoras españolas, en el mundo contemporáneo, y ante las multinacionales como ya ocurrió con el Cerrejón las hace presa fácil de la voracidad y de la carencia de escrúpulos de esas empresas.
Sigilosa y caóticamente se ha venido avanzando en la consolidación de proyectos con grandes repercusiones, que amenazan asuntos sustanciales de la sociedad guajira. Wildler Guerra fundado en su profunda sabiduría sobre el significado del territorio y los rituales sagrados para los wayuu, advierte en torno a los riesgos implícitos en este tipo de proyectos en elementos como el tiempo, el paisaje, la biósfera y los derechos de las comunidades cuya interpretación es distinta de la de los “alijuna”, o sea que hay que ponerse en los zapatos de los Wayuu. Ellos tienen unos principios ontológicos que difieren, y eso no se está contemplando. Guerra percibe una amenaza de extinción de la etnia, la extinción de un patrimonio social, cultural. Sin embargo, el negocio, la economía, la obsesión por el lucro se sobreponen a lo que algunos denominan pamplinadas.
Los wayuu en el pasado más remoto fueron expulsados de las fértiles y prósperas riberas ubicadas hacia el sur del Rio Ranchería -antiguamente llamado por ellos Seturma-, compelidos a establecerse en los inhóspitos y áridos territorios de La Alta Guajira. Pacientemente lograron “domesticarlos”. Cada componente geológico, material de esos territorios posee una valoración inteligible e incompresible para los no wayuu. El territorio para los wayuu trasciende la noción del espacio exclusivo para desarrollo de actividades económicas y sociales. Es un escenario sacralizado, en el que, en un área de 90,000 hectáreas, van a construir el 98% de los 65 parques eólicos previstos.
Mínimamente se otea una amenaza ambiental en la que Corpoguajira está fungiendo en ese convite como un convidado de piedra. Inminente un conflicto, un choque con el paisaje y con los potenciales turísticos de la zona y con los ingresos derivados de ello. Es sabido que la oferta turística de la Alta Guajira y la consecuente demanda están asociadas a las características étnicas, ecológicas y a la naturaleza del entorno. De manera que los actuales proyectos off shore de exploración de hidrocarburos y los eólicos en ejecución al interior del territorio confrontan con la fuente de ingresos provenientes del turismo, lo espantaran, es complicado por no decir imposible, armonizarlos. El escenario futuro del área podría ser el de los proyectos mareomotrices, otro buen negocio, pero otra amenaza a los factores planteados arriba.
La historia se repite, primero como una farsa y luego como tragedia. Estamos asistiendo a un deja vu, los inversionistas de los múltiples proyectos eólicos en gestación valiéndose de artimañas engañan con espejitos y bagatelas a comunidades que no alcanzan a percibir el trasfondo de lo que está en juego: la trasformación económica, visual, ambiental, social, cultural, implícitos en el boom eólico. A cambio de baratijas ofertadas los nativos asumirán las externalidades negativas de los proyectos. La Alta Guajira cambiará drásticamente. Se está replicando la historia del Cerrejón. No se vislumbra una acción coordinada. Prima el caos, la confusión y la improvisación. Se falsea la información real, o lo que es peor se está mintiendo por parte de la empresa. Hay asimetría en la información que manejan los actores en disputa.
Afortunadamente la Procuraduría General de la Nacion le ha puesto recientemente un tatequieto a la maraña de irregularidades subyacentes.
JOSE LUIS ARREDONDO MEJIA